Lunes 13 de julio de 2020
Romanos 3:21-4:25
Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas. La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre. Esto lo hizo Dios para manifestar su justicia, pues en su paciencia ha pasado por alto los pecados pasados, para manifestar su justicia en este tiempo, a fin de que él sea el justo y, al mismo tiempo, el que justifica al que tiene fe en Jesús. (Romanos 3:21-26)
Habiendo demostrado de manera concluyente que todos nosotros, tanto judíos como gentiles, somos incapaces de obtener algún nivel de justicia que sea suficiente como para escapar de la ira de Dios, Pablo ahora introduce la noción de una justicia aparte de la Ley. Esta justicia fue mencionada en el Antiguo Testamento. En lugar de ser ganada por medio de la obediencia, se nos impone por la fe en el sacrificio expiatorio del Señor. Su sacrificio, a pesar de haber sido hecho una sola vez, estará vigente durante todo el lapso de la vida humana, desde el primer pecador hasta el último de ellos. Dios aun apartó del castigo merecido a aquellas personas que vivieron antes del tiempo de Jesús, pero que murieron en fe esperando su acontecer, de tal manera que Su muerte pudiera expiarlos a ellos también.
Entonces, ¿dónde está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley. ¿Acaso Dios es solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también es Dios de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los que están circuncidados, y por medio de la fe a los que no lo están. Entonces, ¿por la fe invalidamos la ley? ¡De ninguna manera! Más bien confirmamos la ley. (Romanos 3:27-31).
Nadie puede acreditarse esta justificación, ni ver de menos a otras personas como lo hacían los antiguos fariseos. Ya sea que tengan antecedentes judíos o gentiles, todas las personas que creen son justificadas solamente por la fe, siendo receptores inmerecidos de la gracia de Dios. Y contrario a abolir la Ley, esta justificación la cumple, tal y como Jesús prometió. “No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Romanos 4
Abraham justificado por la Fe
Entonces, ¿qué fue lo que obtuvo nuestro antepasado Abrahán? Porque si Abrahán hubiera sido justificado por las obras, tendría de qué jactarse, pero no delante de Dios. Pues ¿qué es lo que dice la Escritura? Que Abrahán le creyó a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia. (Génesis 15:6).
Ahora bien, para el que trabaja, su salario no es un regalo sino algo que tiene merecido; pero al que no trabaja, sino que cree en aquel que justifica al pecador, su fe se le toma en cuenta como justicia. David también se refiere a la felicidad del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, cuando dice:
«¡Dichoso aquel cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos! ¡Dichoso aquél a quien el Señor no culpa de pecado!» (Sal 32:1-2) (Romanos 4:1-8).
Tan pronto como le inyectamos algo de nosotros mismos a la ecuación, la inutilizamos. Gracia más obras es igual a obras. La fe es la única participación que se nos permite introducir y que no es considerada como obras.
¿Acaso esta dicha es solamente para los que están circuncidados, o es también para los que no lo están? Porque decimos que la fe de Abrahán se le tomó en cuenta como justicia. ¿Cuándo se le tomó en cuenta? ¿Antes de ser circuncidado, o después? Antes, y no después. Entonces Abrahán fue circuncidado como señal, como sello de la justicia por la fe que tuvo antes de ser circuncidado. De esa manera, Abrahán es padre de todos los creyentes que no están circuncidados, a fin de que también a ellos la fe se les tome en cuenta como justicia. Y también es padre de aquellos que, además de estar circuncidados, siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán antes de ser circuncidado. (Romanos 4:9-12).
En el contexto del tiempo, la fe de Abraham le fue contada por justicia, más de 400 años antes de que se diera la Ley, y aun antes de que él se circuncidara.
Porque la promesa dada a Abrahán y a su descendencia en cuanto a que recibiría el mundo como herencia, no le fue dada por la ley sino por la justicia que se basa en la fe. Pues si los que van a recibir la herencia se basan en la ley, la fe resulta vana y la promesa queda anulada. Porque la ley produce castigo, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.
Por tanto, la promesa se recibe por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia, tanto para los que son de la ley como para los que son de la fe de Abrahán, el cual es padre de todos nosotros. Como está escrito: «Te he puesto por padre de muchas naciones.» (Génesis 17:5) Y lo es delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no existen, como si existieran. (Romanos 4:13-17).
Como Pablo lo mencionó con anterioridad, la Ley no fue dada como un camino a la justificación, sino para hacernos conscientes del pecado. Un cierto comportamiento puede que no sea el correcto, pero si no hay ninguna ley en su contra, entonces no se puede considerar ilegal. Y, como veremos, esta justificación le permite a Dios ver a aquellas personas que no existen como si existieran.
Contra toda esperanza, Abrahán creyó para llegar a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» (Génesis 15:5) Además, su fe no flaqueó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (pues ya tenía casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido. Por eso su fe se le tomó en cuenta como justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que se le tomó en cuenta, sino también con respecto a nosotros, pues Dios tomará en cuenta nuestra fe, si creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, nuestro Señor, el cual fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. (Romanos 4:18-25).
Este capítulo termina con un ejemplo admirable de lo que es la gracia de Dios. No se hace ninguna mención del incidente con Agar e Ismael, el cual algunos podrían caracterizar como un lapso en la fe. Teniendo solamente la narración de Pablo, podemos hacer la conjetura que Abraham y Sara habiendo esperado pacientemente durante el lapso de tiempo entre la promesa del Señor y el nacimiento de Isaac, y estando en una edad avanzada para procrear hijos, no titubearon en lo más mínimo.
Pero esa no es la manera como las Escrituras lo registran. Sara sí se impacientó de estar esperando y le dio a Abraham su sierva, diciendo, “quizá tendré hijos de ella” (Génesis 16:2). Así nació Ismael y Abraham lo vio como un cumplimiento de la promesa de Dios (Génesis 17:18).
Pero Dios ignoró todo eso. Cuando le dijo a Abraham que sacrificara a Isaac, Dios lo llamó “tu único hijo” (Génesis 22:2). Y Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no mencionó siquiera eso. Cuando habla de la justificación de Abraham es como si nada de eso hubiese ocurrido nunca.
Y de la misma manera es con ustedes. Cuando se convirtieron en creyentes, Dios hizo más que perdonar los pecados de ustedes. Él los re-creó a ustedes y olvidó todo su pasado. “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!” (2 Corintios 5:17). Y desde ese momento en adelante, Él le ha escogido verlo a usted no como es usted, sino como Él le ha hecho a usted, tan justo como Él es. “Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios” (2 Corintios 5:21). Todos los fracasos y problemas que usted ha tenido, han dejado de existir en la mente de Dios. Ahora, cada vez que usted peca, solamente necesita confesar su pecado para ser perdonado y limpiado de toda maldad (1 Juan 1:9), y su pecado es inmediatamente perdonado.
Esto es lo que significa la justicia por la fe. Dios no puede habitar en la presencia del pecado y, a pesar de ello, Él desea nuestra presencia con Él en la eternidad. Nunca podremos estar sin pecado por nuestro propio esfuerzo, de tal manera que para poder mantenernos aquí, Él tenía que encontrar otra forma para justificarnos. La forma que Él encontró fue enviar a Su Hijo para que Él pagara el castigo por nuestros pecados. Todos nuestros pecados. En el momento en que creemos que Él en verdad hizo eso por nosotros, la justicia de Dios nos es impuesta por la fe. Es en ese momento en que nosotros podemos habitar en Su presencia y Él en nosotros.
Yo he pasado algún tiempo con los judíos en su propia cancha. He podido ver los esfuerzos que hacen para guardar la Ley. Los legalistas más ardientes en la Iglesia no pueden si quiera sostenerles una candela. Y, sin embargo, Jesús nos dijo que a menos que nuestra justicia fuera mayor que la de los fariseos no entraríamos en el Reino de los Cielos (Mateo 5:20). Luego Él dijo, “Por lo tanto, sean ustedes perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¿Alguna vez ustedes han pensado qué es lo que Él quiso decir con eso? Bien, pues ahora ya lo saben. Él estaba hablando sobre la justicia que es por la fe. Esa es la justicia de Dios, la única que es necesaria para llevarnos ante Su presencia. Nuestro tiempo aquí en la tierra se está terminando. Mejor asegúrense de que ya la tienen. 20/01/2007