Romanos: El Evangelio según Pablo Parte 7

Lunes 27 de julio de 2020

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Nos devolvemos ahora del estudio de la doctrina al estudio de la profecía. Una profecía que involucra a judíos y a gentiles y que revela un secreto oculto desde la fundación del mundo. De entre ellos dos, Dios va a crear una nueva raza humana, la cual no es ni judía ni gentil, y es llamada la Iglesia. Como Pablo le escribiría a los Efesios, “Para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz” (Efesios 2:15), y a los Gálatas, “Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús … Ya no hay judío ni griego” (Gálatas 3:26, 28), y a los Corintios, “No sean motivo de tropiezo para los judíos ni para los gentiles, ni para la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32). Es la Iglesia la que heredará el reino de Dios. Y sucederá de la manera siguiente.

Romanos 9

Digo la verdad en Cristo, no miento. Mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo: tengo una gran tristeza y un continuo dolor en mi corazón. Porque desearía ser yo mismo maldecido y separado de Cristo, por amor a mis hermanos, por los de mi propia raza, que son israelitas. De ellos son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas. De ellos son los patriarcas, y de ellos, desde el punto de vista humano, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas. ¡Bendito sea por siempre! Amén (Romanos 9:1-5).

Con todo su corazón Pablo deseó que de alguna manera pudiera hacer algo para que el pueblo judío entendiera y aceptara el regalo que se les había ofrecido, aun a costo de su propia salvación. Pero después de esperar 4000 años por el Redentor prometido a Adán y confirmado en un sinnúmero de profecías, finalmente cuando Él llegó los líderes judíos no lo reconocieron y lo rechazaron como un impostor.

Ahora bien, no estoy diciendo que la palabra de Dios haya fallado, porque no todos los que descienden de Israel son israelitas; ni todos los descendientes de Abrahán son verdaderamente sus hijos, pues dice: «Tu descendencia vendrá por medio de Isaac.» Esto significa que los hijos de Dios no son los descendientes naturales, sino aquellos que son considerados descendientes según la promesa. La promesa dice así: «Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.» (Romanos 9:6-9).

Dios siempre supo que eso sucedería. Al hacer esperar a Sara y a Abraham hasta que tuvieran 90 y 100 años respectivamente, para que tuvieran el hijo que les fue prometido, Dios nos había estado dando una pista sobre lo que vendría. Todas aquellas personas que van a poblar el Reino no lo harán debido a su nacimiento natural, sino a un nacimiento sobrenatural. Y así como fue con Sara, en el momento indicado, Dios de nuevo retornará y el Reino será lleno con Sus hijos, nacidos sobrenaturalmente. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:12-13). Algunos fueron una vez judíos y algunos fueron una vez gentiles, pero al haber nacido de nuevo, ya no son ni lo uno ni lo otro. Todos ellos ahora son la Iglesia.

Y no sólo esto. También sucedió cuando Rebeca concibió de un solo hombre, de nuestro antepasado Isaac, aunque sus hijos todavía no habían nacido ni habían hecho algo bueno o malo; y para confirmar que el propósito de Dios no está basado en las obras sino en el que llama, se le dijo: «El mayor servirá al menor.» Como está escrito: «A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí.» (Romanos 9:10-13).

Nadie podrá entrar en Su Reino por poseer un derecho por nacimiento, ni tampoco nadie podrá ganarse su entrada al mismo. Pero Dios, con el mismo conocimiento que demostró tener al decirle a Rebeca sobre la vida de sus gemelos varones, ha predestinado a todas aquellas personas que lo escojan para convertirse en hijos de Dios. Recordemos de nuestro estudio de Romanos 8:28-30, que la predestinación le sigue al conocimiento previo. Mucho tiempo antes de que el evento se lleve a cabo, Dios sabe lo que vamos a hacer para luego hacer que suceda.

Esaú despreció su derecho de primogenitura (Génesis 25:34) y lo vendió por un plato de comida. Más tarde, cuando quiso heredar la bendición, fue rechazado. Todas sus lágrimas de pesar fueron derramadas en vano (Hebreos 12:16-17). Fue como si Dios le hubiera dicho, “Esta bien. Tú despreciaste y rechazaste lo que era tuyo por herencia. Puesto que eso fue lo que tú querías, Yo me encargaré para que eso suceda así”. Jacob recibió la bendición y los descendientes de Esaú terminaron sirviendo a los hijos de Israel, tal y como Dios lo había predicho.

Jesús les dijo lo mismo a los líderes de Israel en la parábola de los labradores malvados. “Por tanto les digo, que el reino de Dios les será quitado a ustedes, para dárselo a gente que produzca los frutos que debe dar” (Mateo 21:43). Él le estaba hablando a Israel sobre la Iglesia. Como Esaú, los líderes de Israel escogieron rechazar la promesa que por nacimiento heredarían. Y, de nuevo, el Señor les dice, “Bien. Puesto que eso es lo que ustedes quieren, me aseguraré que suceda”. “Los publicanos y las rameras les llevan la delantera hacia el reino de Dios” (Mateo 21:31). Los cobradores de impuestos (publicanos) y las prostitutas no tenían ningún lugar bajo la Ley, como tampoco lo tenían los gentiles. Pero cuando Juan el Bautista les mostró el camino de la justicia, ellos le creyeron. Observen que Jesús no les dijo en lugar de ustedes, sino delante de ustedes. A diferencia de Esaú, Israel eventualmente será bendecido, como lo veremos.

Entonces, ¿qué diremos? ¿Que Dios es injusto? ¡De ninguna manera! Porque Dios dijo a Moisés: «Tendré misericordia del que yo quiera, y me compadeceré del que yo quiera.» Así pues, no depende de que el ser humano quiera o se esfuerce, sino de que Dios tenga misericordia. Porque la Escritura le dice a Faraón: «Te he levantado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.» De manera que Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla y endurece a quien él quiere endurecer.

Entonces me dirás: ¿Por qué Dios todavía nos echa la culpa? ¿Quién puede oponerse a su voluntad? Pero tú, hombre, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Acaso el vaso de barro le dirá al que lo formó por qué lo hizo así? ¿Qué, no tiene derecho el alfarero de hacer del mismo barro un vaso para honra y otro para deshonra? (Romanos 9:14-21).

Si estuviéramos leyendo estos versículos en un vacío, sería fácil adoptar el punto de vista de que Dios es el determina quién se salvará, y no el hombre. Pero afortunadamente nosotros tenemos la perspectiva de todo un capítulo y aún más, del resto de las Escrituras. Por ejemplo, ¿cómo podría ser posible que Juan 3:16 y Romanos 10:13 fueran ciertos si las personas no pudieran escoger sobre su propia salvación? Y si Dios quiere que nadie se pierda sino que todos lleguen al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), ¿por qué lo hizo de esa manera? ¿Y por qué, si Él determina quién será salvo o salva, y quién no, les dijo a Sus seguidores que hicieran discípulos a todas las naciones? (Mateo 28:19). La palabra griega traducida naciones se usa 164 veces en le Nuevo Testamento. Se traduce “gentiles” 94 veces, y naciones, o pueblos, las demás. Puesto que la palabra “todas” la precede, la cual significa todo el mundo, literalmente quiere decir toda la familia humana.

Del contexto de este capítulo queda claro que Pablo está haciendo un caso para Dios al ofrecer la salvación a los gentiles, a pesar de que los judíos eran Sus escogidos y que Él se había concentrado exclusivamente en ellos durante los anteriores 2000 años. Dios creó los gentiles como lo hizo con los judíos, y Él tiene el derecho de ofrecer la salvación tanto a un grupo como al otro.

¿Y qué si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira que estaban preparados para destrucción? ¿Y qué si, para dar a conocer las riquezas de su gloria, se las mostró a los vasos de misericordia que él de antemano preparó para esa gloria? Esos somos nosotros, a quienes Dios llamó, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los no judíos. Como también se dice en Oseas:

«Llamaré “pueblo mío” al que no era mi pueblo, Y llamaré “amada mía” a la que no era mi amada [Oseas 2:23].

Y en el lugar donde se les dijo: “Ustedes no son mi pueblo”, allí serán llamados “hijos del Dios viviente”.» [Oseas 1:10] (Romanos 9:22-26).

Observen que Pablo dice, “No sólo a los judíos, sino también a los gentiles”. La idea queda clara una vez más, de que desde el punto de vista de Dios no es un asunto de salvar a los judíos o a los gentiles, sino que a través de la creación de una nueva raza llamada la Iglesia Él está llamando a ambos.

También Isaías clama, en referencia a Israel: «Aunque los descendientes de Israel sean tan numerosos como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo; porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra con justicia y prontitud.» [Isaías 10:22-23]

Y como antes dijo Isaías:

Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, ya seríamos como Sodoma, y nos pareceríamos a Gomorra.» [Isaías 1:9] (Romanos 9:27-29).

Estas dos citas coronan el pensamiento de que la salvación no es un asunto de derecho de nacimiento. Los judíos que rechazan el llamado de Dios no serán tratados de manera diferente que los gentiles no arrepentidos.

La incredulidad de Israel

Entonces, ¿qué diremos? Que los gentiles, que no buscaban la justicia, la han alcanzado; es decir, la justicia que viene por medio de la fe. Pero Israel, que buscaba una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque no la buscaba a partir de la fe, sino a partir de las obras de la ley; y tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito:

«Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca de caída; pero el que crea en él, no será avergonzado.» [Isaías 8:14; 28:16] (Romanos 9:30-33).

Pablo combinó dos pasajes de Isaías para implicar que mientras Jesús es una “piedra de tropiezo” para todas aquellas personas que pisotearon la Ley, todos, judíos y gentiles, que persiguen “una justicia que es por fe” a través del sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo, heredarán Su Reino. Pablo les dijo a los Corintios la misma cosa.

Los judíos piden señales, y los griegos van tras la sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que para los judíos es ciertamente un tropezadero, y para los gentiles una locura, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios. (1 Corintios 1:22-24).

Y como fue Su derecho soberano, Dios escogió a los judíos para ser Su pueblo por medio del cual Él se revelaría al mundo. Él pudo haber escogido a cualquier otro, pero Él escogió a Abraham, prometiendo bendecir a todas las naciones a través de él. Y ahora Él le estaba dando a los gentiles también el derecho de convertirse en hijos espirituales de Abraham, y junto con los judíos, ser herederos según la promesa. Para ambos, la entrada a esta herencia fue y es la muerte expiatoria del Señor Jesús. Selah. 24/02/2007.