Miércoles 29 de julio de 2020
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Nuestro último estudio empezó con la elección de Dios de Israel como Su pueblo escogido. En el Capítulo 10 veremos cómo fue que fueron rechazados.
Romanos 10
Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree (Romanos 10:1-4)
De todo corazón Pablo quería que los judíos recibieran el mensaje del Evangelio. Recuerden que la última vez él dijo que aun estaría dispuesto a renunciar a su lugar en la eternidad si con ello pudiera lograr que ellos aceptaran el suyo (Romanos 9:3). Pero al igual que tantos legalistas en la iglesia hoy día, los judíos del tiempo del Antiguo Testamento pasaron por alto el mensaje de la gracia de Dios, buscando en su lugar un juego de requisitos los cuales ellos podían cumplir para ganar la justificación por sus propios medios.
No se confundan. Nuestro Señor no abolió la Ley (Mateo 5:17). Más bien Él la vino a cumplir al obedecer tanto la letra como el espíritu de sus requisitos, y cumpliendo así con las profecías. Habiendo sido liberado de la condenación de la Ley debido a Su obediencia, todo aquel que cree está ahora libre para aceptar la justificación de Dios, una justificación impuesta a nosotros por la fe.
Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas [Levítico 18:5]. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Lo que dice es: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón [Deuteronomio 30:13-14]. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él cree, no será defraudado [Isaías 28:16]. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan; porque todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo [Joel 2:32] (Romanos 10:5-13).
Cuando Moisés puso a Israel a escoger entre la vida y la muerte en Deuteronomio 30, él les dijo que eso no era tan difícil para ellos, ni tampoco estaba fuera de su alcance el poder comprenderlo. No tenían que subir al cielo ni tampoco descender a las profundidades del mar para obtenerla. Estas palabras estaban en sus corazones y en sus lenguas. (Siempre me ha fascinado saber que el nombre hebreo del Libro de Deuteronomio es “hadebarim” que significa “Las Palabras”. Quizás es por eso que Jesús lo citó más veces que cualquier otro libro de la Biblia.)
Y eso es tanto más para nosotros. Confiese con su boca que Jesús es Señor. Esté de acuerdo en que Él es Dios hecho hombre, nuestro Creador encarnado. Crea en su corazón que Dios lo levantó de los muertos. Recuerden, Pablo les estaba escribiendo a personas que ya eran salvas, y ahora les explicaba lo que sus creencias significaban.
Por eso es que creer en la resurrección es necesario. Cuando Jesús fue a la cruz, todos nuestros pecados fueron puestos sobre Él (Colosenses 2:14). Cuando eso sucedió, Dios tenía que abandonarlo (Mateo 27:46), ya que Sus ojos son demasiado puros para ver el pecado (Habacuc 1:13). Pero cuando Jesús salió de la tumba se sentó a la derecha de Dios (Efesios 1:20). Uniendo todo esto podemos ver que si alguno de nuestros pecados que fueron puestos sobre Él permaneciera sin ser pagado, Él aun estaría en la tumba. Él no podría existir ante la presencia de Dios. Dicho de otra manera, si todos nuestros pecados fueron puestos sobre Él, y si Él está ahora en la presencia de Dios, entonces todos nuestros pecados fueron pagados en la cruz. Todos y cada uno de ellos. De tal manera que Su resurrección es prueba de la nuestra. Si usted no puede creer en la de Él entonces no puede creer en la suya propia. De la fuente de la creencia en nuestros corazones, las palabras de nuestra salvación fluyen de nuestras bocas. Judíos o gentiles, todo es lo mismo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! [Isaías 52:7] (Romanos 10:14-15)
Cuando se miran a la inversa, esta serie de preguntas numera los pasos hacia la salvación. Los mensajeros son enviados por Dios para proclamar el Evangelio. La gente oye y cree, invocan el nombre del Señor y son salvos.
Pero no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? [Isaías 53:1]
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras [Salmo 19:4]. También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo los provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato los provocaré a ira [Deuteronomio 32:21]. E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí [Isaías 65:1].
Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y desobediente [Isaías 65:2] (Romanos 10:16-21).
Al utilizar una cita del Salmo 19 Pablo estaba afirmando que además de todos los mensajeros que Dios les había enviado, los mismos cielos le mostraban el relato del Evangelio a Israel. Ciertamente nuestro conocimiento del Texto Masorético Hebreo, corrompido por Babilonia con los signos del zodíaco, muestra que Dios escribió el Evangelio en las estrellas como un medio para que Su antiguo pueblo se lo enseñara a sus descendientes.
Y si los gentiles, considerados como espiritualmente ignorantes, podían entenderlo, seguramente Israel no tenía excusa alguna. Dios no formó a las naciones gentiles y vivió entre ellas como lo hizo con los judíos, pero ellas lo encontraron a pesar de todo, mientras que Israel, con Dios en su medio, lo perdió.
No podían culpar a nadie más que a ellos mismos. Habiendo trabajado casi hasta el borde de la obsesión para establecer su propia justificación, ellos no pudieron ver el ingrediente más importante, la fe. Al haber rechazado a Jesús, ellos son los que fueron rechazados.
Pero como lo veremos la próxima vez, eso no será para siempre. Y así como el Señor hizo que Jeremías se los dijera, Él nunca olvidará a Su pueblo escogido.
Así ha dicho el SEÑOR, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; el SEÑOR de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice el SEÑOR, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente.
Así ha dicho el SEÑOR: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice el SEÑOR. (Jeremías 31:35-37).
Luego, para asegurarse de que no existiera ningún malentendido, Dios hizo que Ezequiel lo dijera de otra manera.
Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y sabrán las naciones que yo el SEÑOR santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre (Ezequiel 37:26-28).
En nuestro próximo estudio veremos cómo estas profecías se cumplirán cuando Israel vuelva a Dios. Y veremos también que a pesar de los siglos de rechazo, Dios ha utilizado a Su pueblo escogido para bendecir a toda la humanidad, cumpliéndose así la promesa a Abraham. Selah. 03/03/2007.