Domingo, 13 de julio de 2014
Un Estudio bíblico por Jack Kelley
Mateo 5:21-48 es una parte del Sermón del Monte que siempre me ha inquietado. El problema no es lo que Jesús enseñó, sino la forma cómo ha sido percibido.
Yo crecí aprendiendo que en el Sermón del Monte Jesús estaba dándonos una guía para vivir una vida santa. Pero ahora ya no creo que ése era completamente el caso. Yo creo que en Mateo 5:21-48 Él estaba ampliando la declaración que hizo en Mateo 5:20 que “a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley, no van a entrar en el reino de los cielos.”
Debido a todas sus faltas, los fariseos y maestros de la ley eran hombres que consagraron sus vidas a guardar los detalles más pequeños de la Ley. Ellos pensaban que haciendo eso estaban obteniendo una justicia que les haría ganar la entrada al reino de Dios. Pero Jesús dijo que así como eran tan obsesivos acerca de la Ley, habían fallado la meta y ciertamente no entraría en el Reino.
Yo creo que lo que Él dijo después de eso fue una serie de ejemplos que muestran lo que les tomaría a ellos poder lograr el nivel de justicia necesario para entrar en el reino por sus propias fuerzas. Yo pienso que Él escogió los primeros dos ejemplos porque provienen directamente de los 10 mandamientos y eran algo que ningún auto respetable fariseo soñaría con hacer jamás.
El asesinato
“Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal.” Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte (le diga ‘raca’, estúpido en arameo) a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga (necio) quedará sujeto al juicio del infierno” (Mateo 5:21-22).
Ciertamente ningún fariseo habría cometido asesinato jamás. Pero yo estoy seguro de que ellos se habían enojado en algún momento, quizás llamándole a alguien con un nombre despectivo. Pero Jesús dijo que no podía haber ningún enojo, ninguna injuria, jamás. El enojo es la emoción que puede llevar al asesinato. Ya sea que usted lo ejecute o no, es lo mismo para Dios. En el momento en que usted se enoja ya es tan culpable como si usted hubiera cometido un asesinato.
“Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24).
Él dijo que el ofrecerle un regalo de alabanza o acción de gracias al Señor mientras tenemos un desacuerdo con alguien no es aceptable. Primero nosotros debemos arreglar nuestras diferencias entre sí para que nuestra mente esté limpia de cualquier mal pensamiento cuando llegamos delante del Señor.
“Si tu adversario te va a denunciar, llega a un acuerdo con él lo más pronto posible. Hazlo mientras vayan de camino al juzgado, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te echen en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo” (Mateo 5:25-26).
Arregle las disputas en privado y rápidamente. No importa lo que cueste, eso será menor que el costo de un juicio. Y si el juez emite sentencia en contra suya, eso podría ser aun peor. Pablo dijo que el mismo hecho de que nosotros tenemos juicios entre creyentes significa que ya hemos perdido. Es mejor ser uno maltratado y engañado que llevar a un hermano a la corte (1 Corintios 6:7).
El adulterio
“Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mateo 5:27-28).
No es ningún pecado observar el atractivo de otra persona. El Señor nos hizo ser atractivos los unos a los otros. Pero cuando empezamos a considerar cómo podría ser la intimidad con alguien con quien no estamos casados, el deseo ha sido concebido y el resultado es el nacimiento del pecado (Santiago 1:14-15). La frase clave es “mirando con lujuria.” Cuando nosotros tenemos “ese sentimiento” ya sabemos que hemos empezado a pecar.
Algunas personas creen que si miran pero no tocan, no han pecado. Pero el Señor dijo que si nuestra mirada induce a un deseo de tocar, ya sea que lo llevemos a cabo o no, ya hemos pecado en nuestro corazón.
“Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él vaya al infierno” (Mateo 5:29-30).
Yo creo que el Señor estaba siendo un poco sarcástico aquí porque Él sabía que nuestros ojos y nuestras manos no nos hacen pecar. En Mateo 15:18-20 Él dijo que el pecado se origina en nuestro corazón porque de allí es donde provienen todos nuestros malos pensamientos. Pero éste es el grado al que una persona tendría que llegar en un esfuerzo para lograr el nivel de justicia que Dios requiere.
El divorcio
“Se ha dicho: “El que repudia a su esposa debe darle un certificado de divorcio.” Pero yo les digo que, excepto en caso de infidelidad conyugal, todo el que se divorcia de su esposa, la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio también” (Mateo 5:31-32).
Divorciarse por cualquier otra razón que la inmoralidad sexual es un pecado. El matrimonio de un hombre y una mujer tiene la intención de ser un modelo de la relación entre Jesús y la Iglesia (Efesios 5:22-27). Él no permanece fiel a nosotros porque nosotros lo merezcamos, o porque siempre le seamos fieles a Él. Él permanece fiel a nosotros porque Él prometió hacerlo (2 Timoteo 2:13). Si una persona creyente se divorcia es una violación al modelo bíblico de Cristo y la Iglesia. Por consiguiente, el divorcio por cualquier otra razón diferente a la infidelidad matrimonial de ninguna manera puede ser considerado por una persona que intenta entrar en el Reino de Dios a través de su propia justicia.
Los juramentos
“También han oído que se dijo a sus antepasados: “No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor.” Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y cuando digan “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno” (Mateo 5:33-37).
Siempre diga lo que usted hará y siempre haga lo que usted dijo. No haga una promesa en la que usted no se compromete a cumplirla sin tener en cuenta las consecuencias. La tendencia natural del hombre es ser de doble ánimo, pero Dios no es así. Toda la profecía bíblica atestigua el hecho de que Dios dice lo que Él hará, y hace lo que Él ha dijo que haría. De hecho Él nos dijo que Él nunca haría algo sin primero revelarles Su plan a Sus siervos los profetas (Amós 3:7). Ganar nuestra entrada en el reino requiere que nosotros hagamos lo mismo.
Ojo por ojo
“Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente.” Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda” (Mateo 5:38-42).
Aquí Jesús estaba citando Levítico 24:19-20. “Al que lesione a su prójimo se le infligirá el mismo daño que haya causado: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. Sufrirá en carne propia el mismo daño que haya causado.”
Pero Jesús dijo que nosotros no debemos desquitarnos sino que debemos permitirle al que nos golpeó que nos vuelva a golpear otra vez. Él dijo que nosotros debemos estar de acuerdo en hacer más de lo que se nos exige, de buena voluntad; de darles a todos los que nos piden y prestarles a todos los que nos pidan prestado.
El amor a los enemigos
“Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:43-48).
Nosotros no ganamos puntos con Dios con sólo amar a quienes nos aman. Cualquiera puede hacer eso. Nosotros también debemos amar a quienes nos odian y orar por quienes nos persiguen. El idioma griego es más específico aquí, en dónde la palabra traducida “amor” es la forma más alta de la emoción y describe el amor que Dios tiene para con nosotros. La palabra traducida “oren por” significa “bendecir, o alabar.” Imagínese usted amar sinceramente a nuestros enemigos, u ofrecerles una bendición o alabanza a quienes nos persiguen.
Quizá usted está empezando a notar lo difícil que sería vivir de la manera como esta enseñanza sugiere. Pero yo espero que usted siga considerando esto hasta que llegue a la conclusión de que eso no es solamente difícil, sino que es imposible. Porque yo pienso que esa es la conclusión a la que el Señor quiere que usted llegue. Él no estaba dándonos en estos ejemplos una guía para vivir en santidad; Él les estaba dando a los fariseos una guía para que ganaran su propia entrada en el reino. Si usted no se ha persuadido todavía, solamente lea la última frase de nuevo. “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48).
Hace unos años la pregunta “¿Qué haría Jesús?” fue una manera popular para recordarnos que actuáramos como Él actuaría en las varias situaciones que nosotros encontramos en nuestras vidas. Los versículos anteriores explican lo que Él haría, y nuestro conocimiento de Su vida nos dice que eso fue lo que Él hizo. Pero si nosotros somos honestos tenemos que estar de acuerdo en que Él es el único que pudo haber vivido de esa manera, porque Él es el único que es perfecto, como nuestro celestial Padre es perfecto.
Pero Él también hizo algo más lo cual ninguno de nosotros podrá llegar a hacer, y eso fue lo que hizo posible para que nosotros pudiéramos cumplir con la norma concisa de Mateo 5:48 independiente de nuestro comportamiento. Él fue a la cruz y murió por nosotros, y debido a lo que Él hizo, todas las personas que creen en Él ya son consideradas por Dios tan justas como Él es (2 Corintios 5:21). Desde la perspectiva de Dios ese sacrificio único y para siempre ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando (Hebreos 10:12-14). En otras palabras, nos hizo perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto.
Mi punto en todo esto es demostrar concluyentemente que no hay nada que el hombre pueda hacer para lograr o mantener el nivel de justicia que Dios requiere para entrar en Su reino. Isaías tenía razón cuando dijo, “Todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” (Isaías 64:6). Para mí eso significa que nosotros o somos salvos y guardamos el 100% de la obra completa del Señor en la cruz, o no somos salvos del todo. Es lo que nosotros creemos lo que nos salva; no cómo nosotros nos comportamos. 13-07-14