Domingo, 8 de noviembre de 2015
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad (Lamentaciones 3:22-23)
Siempre ha existido un patrón en la forma como Dios trata la desobediencia de las personas. Este patrón se vio primero en el Edén y aparece de manera repetida en la vida de los patriarcas, en la historia de Israel, y en todo el Antiguo Testamento. La desobediencia acarreó consecuencias, pero la confesión trajo el perdón y un nuevo comienzo.
Tomemos el caso de Abraham. El Señor le dijo, “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1). Pero Abraham llevó a su padre, su sobrino Lot, y a todas sus familias con él, y llegó hasta Harán solamente, como a mitad del camino, en donde permanecieron durante varios años. Después que su padre falleció, Abraham completó su viaje, de nuevo con Lot y todas sus posesiones y la gente que había adquirido en Harán, finalmente llegando a Canaán muchos años después de haber iniciado su jornada (Génesis 11:31 y 12:4-5).
Pero entonces Abraham y Sara dejaron la tierra a la cual Dios los había llevado y se fueron a Egipto, en donde adquirieron a Agar, la sierva egipcia. Mientras estaban allí se metieron en problemas con Faraón porque este malinterpretó su relación y se les pidió que abandonaran el país. Más tarde, después de esperar durante 18 años para que el Señor les diera un hijo, Abraham y Sara decidieron tomar las cosas en sus propias manos. Como resultado, Agar se convirtió en la primera madre sustituta en la historia, dando a luz a Ismael. Y así Abraham, el primer hombre en ser llamado Hebreo, produjo el nacimiento del primer árabe. El problema que produjeron continúa hasta el presente.
¿Me va usted a obedecer o no?
Variaciones sobre el mismo tema continuaron en las vidas de Isaac, Jacob, 11 de sus 12 hijos y finalmente en la historia de la nación que habían fundado. De hecho todo el Antiguo Testamento puede resumirse en una sola pregunta. “Israel, ¿me vas a obedecer o no?” (La respuesta claramente fue “no.”)
Por ejemplo, la tierra le fue dada a Israel sin ninguna condición (Génesis 17:7-8), pero para vivir allí en paz y prosperidad, ellos tenían que obedecer las Leyes que Él les había dado. Cuando no lo hicieron, el Señor permitiría ya sea que sus enemigos gobernaran sobre ellos, o los removería del todo de la tierra. Una vez que estas consecuencias fueron vividas y se volvieron a Él, el Señor les ayudó a derrotar a sus opresores y los devolvió su tierra.
Desobediencia, consecuencia, confesión, perdón, y un nuevo comienzo: Este ciclo se repitió una y otra vez. La desobediencia de Israel causó períodos de subyugación por Mesopotamia durante 8 años (Jueces 3:8), los moabitas por 18 años (Jueces 3:12-14), los cananeos durante 20 años (Jueces 4:2-3), los madianitas durante 7 años (Jueces 6:1), los amonitas por 18 años (Jueces 10:7-8), los filisteos por 40 años (Jueces 13:1) la expulsión a Babilonia por 70 años (Jeremías 25:8-11), de nuevo la subyugación por los griegos bajo Antíoco IV del año 168 al 163 a.C., y finalmente bajo los romanos, primero subyugación empezando en el año 63 a.C. y luego la expulsión (70-1948 d.C.)
¿Por qué Él perdona tanto?
¿Por qué, cuando ellos continuaron cometiendo los mismos errores una y otra vez Dios siempre los tomó de vuelta? La respuesta la encontramos en Ezequiel 36:22. “No lo hago por ustedes, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual ustedes profanaron entre las naciones adonde han llegado.” Es porque Él prometió que lo haría y Su integridad está en juego. Fue una promesa eterna e incondicional que la desobediencia periódica de ellos no impediría que Él la cumpliera.
En el Nuevo Testamento, el escritor de la carta a los Hebreos le llamó a Abraham un ejemplo portentoso de fe, omitiendo cualquier mención de desobediencia al resumir su vida (Hebreos 11:8-12). Y Pablo describió a Abraham como aquel cuya fe le fue contada por justicia, como tampoco dudó por incredulidad (Romanos 4:3, 20). Es como si sus actos de desobediencia nunca hubieran sucedido. ¿Cómo puede ser eso?
Vienen días, dice el Señor, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice el Señor. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.
Es debido a que en Jeremías 31:31-34 citado anteriormente, Dios le prometió a Israel un Nuevo Pacto el cual le permitiría a Él perdonar sus maldades y olvidarse de sus pecados. Por eso es que no se encuentra ninguna mención a la desobediencia de Abraham en el Nuevo Testamento. El Nuevo Pacto ha llegado y el Señor está honrando Su promesa de perdonar a cualquier persona que se lo pida y olvidarse de lo que hemos hecho. (Es cierto que Israel no ha aceptado oficialmente el Nuevo Pacto, pero para aquellas personas que son como Abraham y quienes han buscado el perdón del Señor, Él se los ha otorgado.)
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
Sus misericordias aún son nuevas cada mañana. No importa lo grande que fue el enredo que hicimos ayer, hoy es un día totalmente nuevo. 1 Juan 1:9 dice que todo lo que tenemos que hacer es pedir y Su perdón borra totalmente de nuevo el pizarrón.
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:39-40).
Eso es así porque somos salvos en base a lo que creemos, y no en cómo nos comportamos, y Él ha prometido no perder a ninguno de nosotros en el camino, no importa lo que suceda.
“Y es Dios el que nos confirma con ustedes en Cristo, y es Dios el que nos ha ungido, y es Dios el que también nos ha marcado con su sello, y el que, como garantía, ha puesto al Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:21-22).
Todo esto sucedió sin que nosotros hayamos hecho absolutamente nada, bueno o malo, en nuestra vida como creyentes, Nosotros somos Suyos y nada puede cambiar eso.
Estas son promesas incondicionales dadas por Aquel Quien no puede mentir. Su integridad aún está en juego. Después de todo, Él es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8).
¿Usted va a creerme o no?
Entonces, de la misma manera como hizo con Israel, el Señor le ha hecho a la Iglesia promesas eternas e incondicionales. Estas promesas fueron tan importantes para Él que Él las firmó con Su propia sangre. Pero aun así, algunas personas intentan re-interpretarlas añadiéndoles condiciones que Él nunca mencionó, o las ignoran del todo en un intento de hacer que nuestra salvación dependa de algo más que de nuestra fe. Pero resulta que el Nuevo Testamento también se puede resumir en una sola pregunta, “Iglesia, ¿vas a creer en Mí o no?” Tristemente, para muchas personas la respuesta aun pareciera ser “no.” Selah 21/04/12