Miércoles 19 de julio de 2023
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Cada vez que escribo sobre el perdón, trato de enfatizar la idea de que el perdón no es algo que nosotros ofrecemos porque la otra persona se lo ha ganado o lo merece, sino porque el Señor lo ha ordenado. Él lo ordenó por tres razones. Primero porque el fracaso en perdonar es un pecado que interrumpe nuestra relación con Él, segundo porque nos da la oportunidad de mostrar nuestra gratitud por haber sido perdonados, y tercero porque al hacerlo guardamos Sus mandamientos.
En Su parábola del siervo despiadado, el Señor deja claro que al habernos perdonado todo, Él espera que nosotros nos perdonamos unos a otros por las pequeñas cosas que se interponen entre nosotros (Mateo 18:21-35). Esto es crítico para mantener nuestra comunión con Él (Mateo 6:14-15).
Jesús no murió para que la gente mala se vuelva buena. Él murió para que quienes están muertos puedan vivir. En la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor criticó a su padre por haber restaurado al hijo menor rebelde a su posición original. El padre, un tipo de nuestro Padre, no justificó sus acciones diciendo, “tu hermano que era malo se hizo bueno” sino “este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida” (Lucas 15:32). El padre perdonó a su hijo menor y claramente su deseo era que el mayor también hiciera lo mismo.
¿Obedecer la Ley, o guardar los Mandamientos?
El mayor problema que el Señor tuvo con los líderes religiosos de Su día no fue que ellos fracasaban en su esfuerzo de vivir según la Ley. Sino era que ellos se consideraban exitosos a sí mismos por hacerlo cuando de hecho estaban dejando fuera la parte más importante.
Cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante de la ley, Él dijo, “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” y luego agregó, “El segundo se parece a éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:36-39). El orgullo que tenían por guardar la Ley había producido en ellos un amor por sí mismos mayor que su amor por Él o por su prójimo, y los había colocado en violación a ambos mandamientos. Debido a ello, no recibieron ningún crédito por su obediencia a la Ley, sino más bien la condenación por fracasar el guardar los mandamientos (Mateo 23:13-33).
El mismo caso se hace en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos—publicano (Lucas 18:10-14). Los dos hombres estaban orando en el Templo al mismo tiempo. El fariseo se jactaba a sí mismo con Dios, agradeciéndole por no ser como las demás personas. El recaudador de impuestos humildemente decía, “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador.” Jesús dijo que el recaudador de impuestos fue el único de los dos que se fue a su casa justificado ante Dios. La palabra griega traducida ‘justificado’ significa ser hecho justo.
Si usted cree que es un mejor cristiano que alguien más porque no ha pecado como ellos, usted está en peligro de llegar a ser uno de esos modernos fariseos. Si usted ha fracasado en perdonar a un hermano o hermana porque piensa que no se lo ha ganado, o que no se lo merece, ya casi está llegando a ser uno de ellos. Siga así y se ganará la condenación del Señor tal y como esos fariseos se la ganaron (Lucas 6:37). Confiese y será perdonado, tal y como ellos lo fueron (Hechos 2:41).
Romanos 2:4 proclama, “La bondad de Dios quiere llevarte al arrepentimiento”. Lamentaciones 3:22-23 concuerda, “Cada mañana se renuevan sus bondades”. Nadie viene a Jesús por el deseo que tiene de obedecer la ley, sino por darse cuenta que no podemos hacerlo. Es Su misericordia lo que buscamos, no Su justicia. Quizás por eso el Señor nos dio un mandamiento “nuevo” en Juan 13:34. “Que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros”. Eso es tan importante que Él lo vuelve a repetir en Juan 15:12. Su bondad hacia nosotros debe de ser expresada por nuestra bondad hacia los demás. Por Su amor fue que Él nos perdonó, a pesar de que Él no tenía que hacerlo y nosotros no lo merecíamos, y debido a ese mismo amor es que nos debemos perdonar los unos a los otros.
El regalo más grande
De todos los regalos que hemos recibido de Él, el mayor es el amor (1 Corintios 13:13). Es el factor distintivo por el cual el mundo sabrá que somos Suyos (Juan 13:35). Con respecto a este amor, nosotros debemos ser un canal, no un depósito, permitiendo que fluya a través de nosotros hacia los demás, en vez de estar reteniéndolo para nosotros. “Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros”.
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos”, nos dijo en Señor (Juan 14:15). Al hacerlo así Él nos recordó los mandamientos más grandes. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente y ama a tu prójimo como a ti mismo”, así como Su “nuevo” mandamiento, “Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros”.
Cuando otras personas creyentes pecan en contra nuestra, están quebrantando todos estos mandamientos, pues fracasan al no actuar por amor al Señor y al prójimo, y fracasan al no expresar el amor de Dios a nosotros. Cuando estas personas admiten que han pecado y lo confiesan, el Señor las perdona. Cuando nosotros fracasamos en perdonarlas estamos quebrantando Sus mandamientos también pues fracasamos al no actuar por amor al Señor y a nuestro prójimo, y fracasamos al no expresar el amor de Dios hacia ellas. Cuando admitimos que hemos pecado y lo confesamos, el Señor nos perdona.
Porque misericordia quiero, no sacrificios
Algunos fariseos acababan de acusar a los discípulos del Señor de quebrantar la Ley por estar recogiendo espigas de trigo y comiéndolas en un día Sabbath. El Señor les respondió, “Si ustedes supieran lo que significa: ‘Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios’, no condenarían a los que no son culpables.” Eso se encuentra en Mateo 12:1-8 pero es una cita de Oseas 6:6. Él estaba diciendo que Dios mira la forma en que tratamos a las demás personas como evidencia de nuestros sentimientos hacia Él. La obediencia es aceptable si solamente se emprende en respuesta al amor de Dios por nosotros. Y puesto que nadie lo puede hacer, todos necesitamos de la misericordia de Dios la cual es la evidencia de Su amor por nosotros. Nuestra misericordia por los demás es una evidencia de nuestro amor por Dios. Eso está en contra de la naturaleza humana porque eso viene de la naturaleza divina, pero es lo que Dios desea para nosotros. Él dijo, “¿No debes de tener misericordia de tu hermano tal y como Yo la he tenido por ti?” Él tiene un buen punto aquí. Selah. 22/10/11