Miércoles, 15 de mayo de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Una buena cantidad de controversia ha surgido en los últimos tiempos sobre esta carta, alguna aun cuestionando si en realidad la misma pertenece a la Biblia. Otras personas dicen que si pertenece realmente no fue dirigida a la Iglesia. En esta serie de artículos nos referiremos a estas cuestiones mientras emprendemos un estudio versículo por versículo de la carta.
Pero primero determinemos quién fue Santiago y cuándo fue que escribió su carta. A pesar de que no lo declaró directamente, muchos expertos creen que uno de los cuatro hombres nombrados Santiago (o Jacobo) en la Biblia, el escritor fue el medio hermano del Señor. (En las biblias en idioma inglés, el nombre para todos ellos es James.) Los otros tres son el discípulo y hermano de Juan (Jacobo, Mateo 4:21), el discípulo e hijo de Alfeo (Jacobo, Mateo 10:3), algunas veces llamado Jacobo el Menor, y Jacobo el padre de Judas (Lucas 6:16). Estos tres son fácilmente eliminados porque no tuvieron la posición elevada en la primera Iglesia como para haber podido escribir una carta con tanta autoridad con el sólo poder de sus nombres.
En comparación, el medio hermano del Señor fue una figura prominente en la iglesia. Fue llamado “Santiago el Justo” y “el Justo” y fue nombrado por los Apóstoles para ser el vigilante (obispo) de la iglesia en Jerusalén. Como tal él presidió el Concilio de Jerusalén (Hechos 15, en la Biblia en español se le llama Jacobo) en dónde el tema de los gentiles que se unían a la iglesia fue decidido. Pero como su hermano Judas, él no enfatizó su relación con el Señor (Judas 1:1). Ambos se llamaron a sí mismos “siervos de Jesucristo.” Puesto que ninguno de los dos fue creyente sino hasta después de la resurrección, pudieron haberse sentido más cómodos actuando de esa manera.
No existe una fecha específica que nos diga exactamente cuándo fue que Santiago escribió su carta. Pero como les estaba escribiendo a personas creyentes que habían sido esparcidas entre las naciones, tenemos algunas pistas. La dispersión de Jerusalén empezó cuando se desató la persecución de los creyentes después que Estaban fue apedreado, cerca del año 36 d.C. (Hechos 8:1).
Santiago murió en el año 62 d.C. Según una tradición, él fue llevado por los líderes judíos al pináculo del Templo en dónde esperaban poder persuadirlo para que le dijera a la muchedumbre que se encontraba abajo que dejara de seguir a Jesús. A vista de todos le preguntaron:
“Oh, justo, en quien podemos tener gran confianza, la gente está siendo engañada siguiendo a Jesús, el crucificado. Así que decláranos, ¿qué es este camino, Jesús?”
Pero ellos estaban equivocados, y Santiago respondió en alta voz:
“¿Por qué me preguntan acerca de Jesús, el Hijo del Hombre? Él está sentado en el cielo a la derecha del Gran Poder, y ¡pronto vendrá en las nubes del cielo!
La gente estaba eufórica y empezaron a gritar. ‘Hosanna al Hijo de David.’
En un arranque de furia, los líderes lanzaron a Santiago desde el Templo hacia la muchedumbre, esperando así poder mostrarle a la gente qué deberían esperar si persistían siguiendo a Jesús.
De manera increíble, la caída no mató a Santiago. Él se levantó sobre sus rodillas y empezó a orar por sus atacantes, pidiéndole al Señor que los perdonara. Pero uno de ellos lo golpeó en la cabeza con un mazo y lo mató.
Desde que apedrearon a Estaban en el año 36 d.C. hasta el asesinato de Santiago en el año 62 d.C., tenemos un lapso de 26 años con el que podemos trabajar. Se puede levantar un caso de que posiblemente él escribió su carta cerca de año 50 d.C. En caso afirmativo, ésa sería la primera carta escrita a la Iglesia, con excepción de la carta de Pablo a los Gálatas. También eso significaría que la carta fue escrita demasiado tarde para que Jacobo el hermano de Juan fuera su autor. Él fue sentenciado a morir por Herodes Agripa en al año 44 d.C.
Santiago escribió su carta cuando la Iglesia estaba compuesta en su mayoría por personas judías, lo cual explica el saludo que Santiago usó, “a las doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1). Eso también explica por qué la carta de Santiago es la más judía en su perspectiva que cualquier otro libro del Nuevo Testamento.
Y ahora que ya sabemos quién escribió el libro y aproximadamente cuándo fue escrito, veamos lo que él dijo.
Capítulo 1
Yo, Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saludo a las doce tribus que están en la dispersión.
La sabiduría que viene de Dios
Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén pasando por diversas pruebas. Bien saben que, cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia. Pero procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada (Santiago 1:1-4 RVC).
Santiago se estaba dirigiendo a las personas creyentes judías que habían sido expulsadas de Jerusalén por la persecución. En efecto, él les estaba diciendo que no se descorazonaran por eso sino que más bien lo vieran como una oportunidad para crecer más fuertes en la fe. Déjeme hacer énfasis en que Dios no estaba probando la fe de ellos. Él ya sabía quiénes eran Suyos. A través de la persecución ellos tenían la oportunidad de probar para sí mismos la fuerza de su fe. La Biblia, siendo un documento sin tiempo, nos dice que eso es lo mismo para nosotros.
Si alguno de ustedes requiere de sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y sin hacer ningún reproche. Pero tiene que pedir con fe y sin dudar nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva de un lado a otro. Quien sea así, no piense que recibirá del Señor cosa alguna, pues quienes titubean son inconstantes en todo lo que hacen (Santiago 1:5-8).
Como veremos, Santiago en repetidas ocasionas saltaba de un pensamiento a otro sin ninguna advertencia, algunas veces volviendo al pensamiento previo para proveer una mayor perspectiva. No hizo ningún esfuerzo para hacer que la carta fluyera agradablemente de una idea a la siguiente, o para organizarla por tópicos, sino a cómo el Espíritu Santo puso ese pensamiento o el otro en su mente, Santiago la escribió. Tampoco puede decirse que Santiago hizo algún esfuerzo para ser diplomático. Una persona tenía que estar en una posición de autoridad y haber ganado el respeto de sus lectores para poder hablarles tan directamente.
En este caso, él estaba animando a sus lectores para que buscaran la sabiduría de Dios, advirtiéndoles que si la buscaban, sería mejor que creyeran de todo corazón que Dios se las daría, ya que de otra manera no deberían esperar nada. Recuerde, el evangelio todavía no había sido escrito, y estando dispersos como lo estaban, muchas de las personas creyentes no tenían sistemas de respaldo organizados para fortalecerse. Estaban muy por sí mismas, y solamente con su fe para sustentarlas.
El hermano pobre debe sentirse orgulloso cuando sea exaltado; el rico debe sentirse igual cuando sea humillado, porque las riquezas pasan como las flores del campo: en cuanto sale el sol, quemándolo todo con su calor, la hierba se marchita y su flor se cae, con lo que su hermosa apariencia se desvanece. Así también se desvanecerá el rico en todas sus empresas (Santiago 1:9-11).
Llegar a la fe en el Señor tiene el efecto de poner a todos en un plano nivelado. Las personas creyentes que viven sus vidas en pobreza aquí deben alentarse al saber que son parte de la familia de Dios y que habitarán en la eternidad con Él. Y aquellas que experimentan la elevación artificial en estatus el cual generalmente viene acompañado de la riqueza, deben saber que cuando todo eso pase y no les quede nada, todavía serán parte de la familia de Dios. Nuestro estatus en la tierra, ya sea alto o bajo, es temporal y momentáneo. Pero debido a nuestra fe todos seremos los hijos favorecidos de Dios para siempre.
“Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman” (Santiago 1:12).
Aquí tenemos otro pensamiento para perseverar bajo las pruebas. Ya Santiago había mencionado que eso daría como resultado una fe más fuerte y natural. Ahora él está diciendo que también produce la corona de la vida. Esta es una de las cinco coronas con las que las personas creyentes serán premiadas ante el Tribunal de Cristo. Estas coronas se identifican como la Corona Incorruptible (de la Victoria) en 1 Corintios 9:25, la Corona del Ganador de Almas en Filipenses 4:1 y 1 Tesalonicenses 2:19, la Corona de Justicia en 2 Timoteo 4:8, la Corona de Vida en Santiago 1:12 y Apocalipsis 2:10, y la Corona de Gloria en 1 Pedro 5:4.
Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios. Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos. El fruto de estos malos deseos, una vez concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte (Santiago 1:13-15).
Santiago lo deja claro para nosotros. Dios no nos tienta a pecar. Es nuestra naturaleza pecaminosa la que lo hace. Nosotros no podemos evitar tener un pensamiento pecaminoso al borde de nuestra mente. Pero no hemos pecado hasta que seamos arrastrados a hacerlo, en otras palabras, cuando a ese pensamiento le damos consideración consciente. Si rehusamos considerarlo, reprendemos el pensamiento, y lo expulsamos de nuestra mente, de esa manera todavía estamos limpios. Pero una vez que empezamos a imaginar cómo sería, aun brevemente, ya hemos pecado, ya sea que actuamos o no. En ese momento es cuando debemos confesarlo y ser perdonados (1 Juan 1:9).
Queridos hermanos míos, no se equivoquen. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación. Él, por su propia voluntad, nos hizo nacer por medio de la palabra de verdad, para que seamos los primeros frutos de su creación (Santiago 1:16-18).
En comparación, cada regalo bueno y perfecto viene del Señor. Pablo dijo, “Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). Un pensamiento que lleva al pecado no proviene de Dios, y un pensamiento que lleva a un regalo bueno y perfecto no puede provenir de nosotros. La meta del Señor para nosotros es que seremos conformados a imagen de Su Hijo, para que Él sea el primero entre muchos hermanos (Romanos 8:29). Cada regalo de Él respaldará esa meta. No importa lo mucho que queramos pensar en lo contrario, especialmente cuando somos tentados, Él nunca rompe, suspende o ignora ninguna de Sus leyes para acomodarnos a nosotros.
Poniendo en práctica la palabra
Por eso, amados hermanos míos, todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse, porque quien se enoja no promueve la justicia de Dios. Así que despójense de toda impureza y de tanta maldad, y reciban con mansedumbre la palabra sembrada, que tiene el poder de salvarlos (Santiago 1:19-21).
Pablo presentaría más tarde una instrucción casi idéntica a la Iglesia (Efesios 4:25-32) al decir que nuestro fracaso en seguir estas instrucciones entristece al Espíritu Santo que está sellado en nosotros hasta el día de la redención (Efesios 4:30) y por lo tanto, está obligado a ser testigo de todo nuestro comportamiento.
Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos. El que oye la palabra, pero no la pone en práctica es como el que se mira a sí mismo en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto se va, se olvida de cómo es. En cambio, el que fija la mirada en la ley perfecta, que es la ley de la libertad, y no se aparta de ella ni se contenta sólo con oírla y olvidarla, sino que la practica será dichoso en todo lo que haga (Santiago 1:22-25).
No se confundan porque Santiago menciona la ley aquí. Observe que él la llamó la ley perfecta que nos da libertad. Nadie describe la Ley Levítica de esa manera. Las personas creyentes tienen libertad en Cristo, que es el cumplimiento de la ley. Al morir por nuestros pecados Jesús separó nuestra fe de nuestro comportamiento. Él hizo que nuestra salvación fuera totalmente dependiente de nuestra fe, debido a lo cual Dios nos ha impuesto una justicia aparte de la Ley (Romanos 3:21-24).
Esto nos da una tremenda libertad la cual era desconocida en tiempos anteriores. Incluye la libertad de decirle no al comportamiento pecaminoso sin tener la amenaza del juicio siempre pendiendo sobre nuestras cabezas. Por consiguiente, al seguir las instrucciones de comportamiento del Nuevo Testamento seremos bendecidos, porque lo estaremos haciendo puramente por gratitud por lo que se nos ha dado gratuitamente, en lugar de meramente seguir alguna ley dura y rápida con la esperanza de obtenerla.
Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada. Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo (Santiago 1:26-27).
Observe que Santiago no mencionó el mantener la Ley como parte de una religión pura y sin mancha. Él dijo que nuestra religión es ayudar a quienes no pueden ayudarse a sí mismos y de vivir de una manera agradable a Dios. Esa clase de comportamiento es una expresión de nuestro agradecimiento y es totalmente consistente con la doctrina del Nuevo Testamento. La próxima vez cubriremos el capítulo 2. Nos vemos entonces. 21/06/15.