Una carta de Santiago. Parte 2

Lunes 20 de mayo de 2019

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Esta es la segunda parte del estudio de la Carta de Santiago.

Continuamos con nuestro estudio de la carta de Santiago. En la parte 1 determinamos que la carta fue escrita por Santiago, medio hermano de Jesús, cerca del año 50 d.C. cuando la mayoría de la Iglesia todavía tenía un origen judío. Ellos habían sido esparcidos por todo Israel y los países vecinos debido a la persecución que empezó después que Esteban fuera apedreado en el año 36 d.C., y Santiago estaba enviando lo que probablemente era la primera carta escrita a la creciente comunidad cristiana. Esta semana vamos a ver el capítulo 2.

Prohibido el favoritismo

Hermanos míos, ustedes que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las personas. Puede darse el caso de que al lugar donde ustedes se reúnen llegue alguien vestido con ropa elegante y con anillos de oro, y llegue también un pobre vestido con ropa andrajosa. Si ustedes reciben gustosos al que viste la ropa elegante, y le dicen: «Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar», pero al pobre le dicen: «Tú, quédate allá de pie, o siéntate en el suelo», ¿acaso no están discriminando entre ustedes y haciendo juicios malintencionados? (Santiago 2:1-4).

Una vez más Santiago identifica a sus lectores como personas creyentes en Jesús. Como empezamos a ver en el capítulo 1, el propósito de esta carta era para informarles a esos nuevos creyentes (y a nosotros también) sobre el comportamiento cristiano apropiado, advirtiéndonos de no ser solamente oidores sino también hacedores de la palabra de Dios (Santiago 1:22).

Amados hermanos míos, escuchen esto: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que él ha prometido a los que lo aman? ¡Pero ustedes han despreciado a los pobres! ¿Acaso no son los ricos quienes los explotan a ustedes, y quienes los llevan ante los tribunales? ¿Acaso no son ellos los que blasfeman contra el precioso nombre que fue invocado sobre ustedes? (Santiago 2:5-7).

Muchas personas creen que proporcionalmente habrá más personas de entre los que son pobres que los que son ricos, quienes que van a heredar el reino. Obviamente, no podemos probar eso, pero en todo lo que la Biblia dice acerca del dinero y lo que puede hacerle a la gente, no debemos sorprendernos de saber que eso sea cierto. En caso afirmativo, son los pobres quienes son el pueblo favorecido de Dios. Un gran porcentaje de la riqueza sabrá que cuando mueran ya habrán recibido todas las bendiciones que nunca más recibirán, y el resto de su eternidad será muy distinta a sus primeros y pocos años.

Y sin embargo, la mayoría de las personas creyentes muestran una cantidad exagerada y muchas veces inmerecida de respeto, y aun de envidia, hacia los ricos, mientras “ven de menos” a los pobres. Santiago justamente condenó esa práctica. Cuando lleguemos al Reino, ninguna parte de nuestra fama y fortuna terrenales nos acompañarán. Por consiguiente, lo único que debemos valorar en cada uno es nuestra fe, y como un grupo, los pobres tienen una fe mucho más profunda que los ricos, porque dependen más de la provisión de Dios. Enfocarse en la riqueza de las personas en lugar de su fe es deshonrar a los pobres.

Bien harán ustedes en cumplir la ley suprema de la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; pero si ustedes hacen diferencia entre una persona y otra, cometen un pecado y son culpables ante la ley. Porque cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato, ya es culpable de haber fallado en todos. Porque el que dijo «No cometerás adulterio» también dijo «No matarás». Es decir, que alguien puede no cometer adulterio, pero si mata, ya ha violado la ley. (Santiago 2:8-11).

El término “ley suprema” solamente aparece aquí en la Biblia y probablemente fue el término que Santiago acuñó. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” no es uno de los 10 mandamientos. La idea proviene de Levítico 19:18 en donde formaba parte de una advertencia en contra de buscar venganza. Yo creo que Santiago la tomó de la respuesta del Señor a una pregunta acerca del más grande mandamiento (Mateo 22:34-40). Jesús dijo que el más grande mandamiento es el primero, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” Luego dijo, “Y el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.”

Recuerden, aquí el contexto es deshonrar a los pobres. En efecto, Santiago dijo que aun si una persona era capaz de guardar toda la Ley Levítica pero deshonraba a los pobres, Dios la consideraría que estaba violando la ley porque favorecer a una persona sobre otra debido a su posición en el mundo, es pecado.

Hablen y vivan como quienes van a ser juzgados por la ley que nos da libertad, pues a los que no tienen compasión de otros, tampoco se les tendrá compasión cuando sean juzgados, porque la compasión prevalece sobre el juicio” (Santiago 2:12-13).

De nuevo Santiago utiliza el término “la ley que nos da libertad” del capítulo 1. Allí pudimos aprender que la ley que nos da libertad es el Evangelio. Jesús murió en nuestro lugar para cumplir con los requisitos de la Ley, liberándonos de las consecuencias de violarla.

Santiago nos está recordando que esta increíble demostración de la misericordia de Dios hacia nosotros significa que nosotros seamos más compasivos hacia los demás. Su misericordia ha detenido la mano del juicio en contra nuestra y ha triunfado sobre la misma, cancelando los castigos que justamente merecemos (Colosenses 2:13-14). ¿Cómo el saber eso puede producir cualquier otra respuesta en nosotros diferente a mostrar la misma misericordia hacia los demás que la que hemos recibido de Él?

Fe y obras

Hermanos míos, ¿de qué sirve decir que se tiene fe, si no se tienen obras? ¿Acaso esa fe puede salvar? Si un hermano o una hermana están desnudos, y no tienen el alimento necesario para cada día, y alguno de ustedes les dice: «Vayan tranquilos; abríguense y coman hasta quedar satisfechos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso? Lo mismo sucede con la fe: si no tiene obras, está muerta (Santiago 2:14-17).

Recuerden que Santiago les estaba escribiendo a personas cristianas aquí. Él no estaba hablando acerca de lo que se necesita para ser uno salvo. Tampoco estaba hablando sobre lo que buscamos en los demás para saber si son salvos. Y ciertamente no estaba hablando acerca de combinar la obediencia a la Ley con nuestra fe para completar nuestra salvación.

Él estaba hablando acerca de cómo podemos saber si somos salvos. Si nuestra fe se manifiesta a sí misma en obras de caridad y amabilidad hacia los demás, entonces podemos estar seguros que la misma es genuina. Si no es así, entonces es meramente teórica, una posición intelectual que hemos tomado la cual no tiene ninguna relación ni ninguna influencia en nuestra vida.

Las personas creyentes no tienen que hacer por ellas mismas esos actos de caridad. De hecho tienen que proponerse no hacerlos. El Espíritu Santo es quien va a impulsar a cada persona creyente a hacer varios actos de caridad según las circunstancias. No podremos cumplir al ignorar Su impulso.

Cuando Pablo dijo que es por gracia que somos salvos por medio de la fe y no por obras, él estaba hablando acerca de la raíz de nuestra salvación, la cual es la fe solamente. Santiago estaba hablando sobre lo que sucede después que somos salvos, que es el fruto de nuestra salvación, el cual es nuestra fe que se manifiesta a sí misma en la manera cómo vivimos nuestra vida.

Pero alguien podría decir: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. »

Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno, y haces bien. ¡Pues también los demonios lo creen, y tiemblan! (Santiago 2:18-19).

Creer que hay un solo Dios no es suficiente para ser salvos. Para ser salvos, tenemos que creer que Dios envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados, y aceptar Su muerte como el pago que debíamos por los mismos. El agradecimiento que sentimos por lo que Él ha hecho por nosotros es el poder energizante detrás de nuestros actos bondadosos.

Los demonios creen que hay un Dios porque lo han visto. Tiemblan porque saben el juicio que está reservado para ellos. Saben que no hay escapatoria porque no hay ninguna provisión comparable para su perdón.

¡No seas tonto! ¿Quieres pruebas de que la fe sin obras es muerta? ¿Acaso nuestro padre Abrahán no fue justificado por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe de Abrahán actuó juntamente con sus obras, y que su fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: «Abrahán creyó a Dios, y eso le fue contado por justicia», por lo que fue llamado «amigo de Dios». Como pueden ver, podemos ser justificados por las obras, y no solamente por la fe (Santiago 2:20-24).

En Hebreos 11 el escritor resumió muy bien la situación de Abraham. Más allá de la edad de tener hijos él y Sara, quienes habían sido estériles toda su vida, pudieron concebir y tener un hijo (Hebreos 11:11). Isaac era el heredero que Dios le había prometido a Abraham, por medio del cual todas Sus promesas a Abraham se cumplirían.

Luego un día, antes que alguna de esas promesas hubieran sido guardadas, Dios le pidió a Abraham ofrecer a Isaac en sacrificio. Abraham razonó que Dios levantaría a Isaac de los muertos en lugar de romper Su promesa, de tal manera que estuvo de acuerdo. Por supuesto eso nunca se desenvolvió hasta el final, porque en el último momento Isaac fue sustituido por un carnero. Pero en sentido figurado, Abraham sí recibió a Isaac de vuelta de los muertos (Hebreos 11:17-19).

Toda la historia se cuenta en Génesis 22 en dónde resulta que ellos actuaban según la profecía. Eso previno que un día Dios ofrecería a Su Hijo como un sacrificio por el pecado. Todo esto sucedió en el Monte Moriah, el mismo lugar en donde Jesús fue crucificado. Génesis 22 generalmente es llamado el Evangelio en Génesis por ese motivo.

Alguien dijo una vez, “Si lo que decimos que creemos no resulta en una acción, es dudoso que lo creamos.” Y ese es el punto que Santiago estaba haciendo. Por sus acciones la fe de Abraham quedó demostrada que era genuina.

Algunas personas les gusta señalar el aparente conflicto entre este pasaje y lo que dice Pablo en Romanos 4:1-3 que él no fue justificado por sus obras sino por su fe. Pero el contexto es totalmente diferente.

En Romanos 3 Pablo dijo que nadie es inherentemente bueno (Romanos 3:9-19) y nadie será declarado justo por guardar la Ley (Romanos 3:20). Pero hay una justicia de Dios aparte de la Ley. La misma proviene por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen (Romanos 3:21-24). En efecto, Pablo luego dijo que Abraham fue el prototipo de esto porque, a pesar de que él no era inherentemente bueno, y no tenía la Ley que gobernara su comportamiento, él le creyó a Dios y su fe le fue contada por justicia (Romanos 4:1-2).

Pablo estaba hablando sobre lograr la justicia y Santiago estaba hablando sobre demostrar nuestra justicia por nuestras acciones. De nuevo, Pablo estaba hablando acerca de la raíz de nuestra justicia y Santiago estaba hablando acerca de su fruto. Ambas posiciones son correctas.

Lo mismo sucedió con Rahab, la ramera. ¿Acaso no fue justificada por las obras, cuando hospedó a los mensajeros y los ayudó a escapar por otro camino? Pues así como el cuerpo está muerto si no tiene espíritu, también la fe está muerta si no tiene obras (Santiago 2:25-26).

Rahab vivía en Jericó. Ella y todos sus vecinos habían oído lo que Dios había hecho por los israelitas, abriendo un paso para ellos a través del Mar Rojo, y destruyendo los ejércitos de Sehón y de Og, los reyes de los amorreos que habitaban al este del Jordán. Pero mientras que las demás personas en Jericó se acobardaron por el temor, Rahab había determinado que el Dios de Israel era el Dios del Cielo y la Tierra, y ayudó a los espías israelitas que llegaron ocultándolos de su propio pueblo a cambio de la seguridad de su familia (Josué 2).

Después que Jericó fue destruida, la casa de Rahab fue la única que quedó en pie, y ella y su familia seguros adentro. Rahab se unió a los israelitas. Se casó con un hombre israelita llamado Salmón y tuvieron un hijo llamado Booz. Booz fue el padre de Obed, quien fue el padre de Isaí, que fue el padre del Rey David.

La fe de Rahab fue demostrada por sus acciones. Debido a ello, ella ganó un lugar prominente entre los israelitas y se le menciona en la genealogía del Señor (Mateo 1:5).

Así termina el capítulo 2 de la carta de Santiago. Ya estamos empezando a ver que Santiago no les estaba escribiendo a los judíos que todavía estaban bajo la Ley Levítica, sino a los judíos creyentes en Jesús quienes se adherían a “la ley que nos da libertad.” Más la próxima vez. 28/06/15