Miércoles 29 de mayo de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
En este estudio concluiremos nuestro análisis de la carta de Santiago, medio hermano de Jesús. Los apóstoles originales lo nombraron supervisor de la iglesia en Jerusalén, posición que mantuvo hasta su muerte en al año 62 d.C. Santiago probablemente escribió su carta cerca del año 50 d.C. o quizás un poco antes. La lapidación de Esteban en el año 36 d.C. había ocasionado la persecución y la dispersión de la joven iglesia, la cual estaba formada principalmente por personas judías convertidas. Este estudio se enfocará en el capítulo 5, capítulo final de sus instrucciones a la iglesia que había sido esparcida.
Advertencia a los ricos opresores
Ahora, ustedes los ricos, escuchen con cuidado. ¡Lloren a voz en cuello por las calamidades que les sobrevendrán! Sus riquezas están podridas, y sus ropas están carcomidas por la polilla. Su oro y su plata están llenos de moho, y ese mismo moho los acusará, y los consumirá como el fuego. Ustedes acumulan riquezas, ¡hasta en los últimos tiempos! Pero claman contra ustedes los sueldos que, con engaños, no han pagado a los que trabajaron levantando sus cosechas. ¡Y el clamor de esos trabajadores ha llegado a los oídos del Señor de los ejércitos! Aquí en la tierra, ustedes han vivido rodeados de placeres, y lo único que han logrado es engordar para el día de la matanza. A la gente honrada la han condenado a morir, sin que ellos pudieran defenderse (Santiago 5:1-6).
Sin previo aviso, Santiago de vuelve para desatar esta diatriba en contra de los ricos. En unos años los romanos vendrían y destruirían todo a su paso. El estilo de vida que los ricos habían llegado a disfrutar, con frecuencia oprimiendo a los pobres, les será arrancado y quedarán sin nada. Del lenguaje usado es razonable ver esto como una profecía de doble cumplimiento, cumpliéndose tanto en la conquista romana de Israel en el siglo primero así como en los últimos tiempos cuando el Señor responsabilizará a todo el mundo por cosas como estas.
Paciencia en el sufrimiento
Pero ustedes, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Fíjense en el labrador, cómo espera el preciado fruto de la tierra, y cómo aguarda con paciencia a que lleguen las lluvias tempranas y tardías. También ustedes, tengan paciencia y manténganse firmes, que ya está cerca la venida del Señor. Hermanos, no se quejen unos de otros, para que no sean condenados. ¡Vean que el juez ya está a la puerta!
Hermanos míos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. Recuerden que nosotros consideramos dichosos a los que pacientemente sufren. Ustedes ya han sabido de la paciencia de Job, y saben también cómo lo trató el Señor al final, porque él es todo compasión y misericordia.
Pero sobre todo, hermanos míos, no juren ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa. Cuando digan «sí», que sea «sí»; y cuando digan «no», que sea «no». De lo contrario, caerán en condenación (Santiago 5:7-12).
Tan rápido como los dejó, Santiago vuelve a sus primeros destinatarios, la iglesia esparcida. Pero todo lo que él les dijo a ellos también es bueno para nuestro tiempo. En muchos países, la forma de vida cristiana nunca ha sido tolerada y las personas creyentes siempre están bajo amenaza de persecución. En los EE.UU. y en algunos otros países occidentales, este no ha sido el caso, y la persecución por nuestra fe ha sido prácticamente desconocida. Pero recientemente ya hemos visto señales crecientes de que esos días están rápidamente llegando a su fin. Las personas cristianes estadounidenses están viendo casos crecientes de persecución entre nosotros conforme nuestra influencia en la sociedad disminuye y nuestra voz pública es acallada. La paciencia estará a la orden del día, y el Señor prometió recompensarnos por ello.
Él dijo, “Por cuanto has obedecido mi mandamiento de ser perseverante, yo también te protegeré de la hora de la prueba, la cual vendrá sobre el mundo entero para poner a prueba a cuantos habitan en la tierra.” (Apocalipsis 3:10).
La oración de fe
¿Hay alguien entre ustedes, que esté afligido? Que ore a Dios. ¿Alguno de ustedes está de buen humor? Que cante alabanzas. ¿Hay entre ustedes algún enfermo? Que se llame a los ancianos de la iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará de su lecho. Si acaso ha pecado, sus pecados le serán perdonados. Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva.
Elías era un hombre con limitaciones semejantes a las nuestras. Pero oró con fervor para que no lloviera, y durante tres años y seis meses no llovió sobre la tierra. Después volvió a orar, y el cielo dejó caer su lluvia, y la tierra dio sus frutos (Santiago 5:13-18).
La promesa del Señor de sanar a Su pueblo aparece primero en Éxodo 15:26 en dónde se convirtió en uno de los nombres con el cual Él es conocido, “Jehová Rafa”, el Señor tu sanador. Esta promesa continúa por todo el Antiguo Testamento. Los Salmos, Proverbios, Jeremías, Isaías, y Malaquías, contienen numerosos ejemplos. Seguidamente un par de ellos:
¡Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El SEÑOR perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias (Salmo 103:2-3).
Pero él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:4-5).
Pero esa promesa no fue solamente para el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Jesús sanó a los enfermos. Cuando él envió a Sus discípulos a predicar el Evangelio Él les dijo que sanaran a los enfermos (Lucas 9:1-2). Después, Él dijo que cualquiera que tuviera fe en Él haría las mismas cosas que Él hizo (Juan 14:12). Eso incluye sanar a los enfermos. Pedro y Pablo sanaron enfermos y levantaron muertos. Pablo dijo que el don de sanidad ha sido distribuido a través de la Iglesia para el bien común del cuerpo (1 Corintios 12:7).
Las personas que niegan que el don de sanidad exista hoy en la Iglesia lo hacen enfrentándose a la evidencia substancial al contrario, y sin un solo versículo que respalde su posición. No habiendo nunca hecho un milagro y quizás ni siquiera haber visto una sanidad milagrosa, han aplicado lo opuesto de 2 Corintios 5:7 ya que están viviendo por vista y no por fe.
Piense esto por un momento. Dios nos ha elegido a nosotros, la Iglesia, para ser Su ejemplo de las incomparables riquezas de Su gracia en los tiempos venideros (Efesios 2:7) confiriendo en nosotros toda buena dádiva y perfecta (Santiago 1:7). Cuando Jesús vino Él demostró esos dones y les dio autoridad a Sus discípulos para demostrarlos también. Él dijo que toda persona que tiene fe en Él hará las mismas cosas que Él hizo. ¿Entonces de un momento a otro Él removerá Sus dones de nosotros sin decirnos que lo estaba haciendo, dejándonos sin el remedio para nuestras enfermedades por el que Él murió para dárnoslo?
Es cierto que no todas las personas que aplican Santiago 5:14-17 son sanadas. Pero en esos casos la razón no se origina de Dios. Él es el Dios nuestro sanador. Él envió a Su Hijo a morir por nosotros para que pudiéramos ser sanados. Jesús nunca dijo que el momento no era el correcto, o que no era la voluntad de Dios que una persona sanara.
El único momento registrado cuando a Jesús se le dio a escoger sanar a alguien o no está en Mateo 8:2-3.
Y un leproso se le acercó, se arrodilló ante él y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero. Ya has quedado limpio. Y al instante su lepra desapareció.
Números 23:19 nos dice que Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para cambiar de parecer. “Si él habla, ciertamente actúa; si él dice algo, lo lleva a cabo” expresó Moisés. Y Hebreos 13:8 dice que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Nosotros no podemos culpar a Dios.
Santiago nos recordó que Elías sólo era un ser humano, como nosotros, y sin embargo, cuando él oró para que cesara de llover, no cayó ni una gota de agua en Israel durante 3-1/2 años. Luego él oró para volviera a llover y llovió. Su punto fue que si las oraciones de un hombre ordinario de fe podían evitar que lloviera sobre toda una nación, ciertamente pueden sanarnos de nuestras enfermedades.
El problema de no ser sanados tiene que originarse en la Tierra, no en el Cielo. Algo, o alguien, están impidiendo nuestras oraciones. Recuerde, todo el mundo está bajo el control del maligno (1 Juan 5:19). Una persona criminal sabe que lo que está haciendo está en contra de la ley, pero lo hace de todas maneras creyendo que no será atrapado. Depende de la policía detenerlo. De la misma manera, lo que Satanás y sus secuaces nos hacen es en contra de la ley, pero lo hacen de todas formas. De nosotros depende detenerlo, y la Biblia nos enseña cómo hacerlo. Pero no podremos lograrlo si por alguna razón le estamos permitiendo a él que lo haga o de otra manera estamos culpando a Dios por la falta de resultados.
Hermanos y hermanas, si alguno de ustedes se ha apartado de la verdad, y otro lo hace volver a ella, sepan que el que haga volver al pecador de su mal camino, lo salvará de la muerte y cubrirá una gran cantidad de pecados (Santiago 5:19-20).
Solamente alguna persona que realmente no es salva puede extraviarse de la verdad para estar de cara a la muerte. Pablo enseñó que Dios toma en propiedad a todas las personas creyentes y pone Su Espíritu en nuestros corazones como un depósito que garantiza lo que viene (2 Corintios 1:21-22). Jesús prometió nunca perder a nadie que Su Padre le haya dado a Él (Juan 6:39). Él dijo que nadie puede arrebatarnos ni de su mano ni de la mano de Su Padre (Juan 10:27-30).
Por consiguiente, alguien que se extravía de la fe y necesita salvarse de la muerte, realmente nunca creyó en la verdad en primer lugar. Para que una persona como esa vuelva requiere que la ayudemos a ser verdaderamente salva. Solamente la sangre de Jesús puede salvar a esas personas de la muerte y cubrir multitud de pecados.
Conclusión
Últimamente me he encontrado con la opinión de que Santiago les estaba escribiendo a los judíos que todavía estaban bajo la Ley y por consiguiente eso no es para la Iglesia. Esas personas esgrimen varias razones para ello, empezando por la manera cómo dirigió su carta, “A las 12 tribus que están en la dispersión [entre las naciones].” Pero cuando Santiago escribió su carta la Iglesia todavía consistía predominantemente de personas judías convertidas. Y si él la escribió en el año 50 d.C. o antes, el Concilio de Jerusalén, el cual les abrió a los gentiles la puerta de la Iglesia, todavía no se había celebrado.
Esas personas dicen que Santiago era partidario de una forma de “fe más obras” para la salvación, lo cual interpretan como guardar la Ley. Pero lo que él realmente dijo fue que la verdadera fe se manifiesta a sí misma al hacer actos de gentileza hacia los demás. Santiago ni una sola vez fue partidario de guardar la Ley como un requisito para la salvación.
Ellas dicen que él nunca mencionó aceptar la sangre derramada de Jesús como pago por nuestros pecados como una forma de salvación. Pero él les estaba escribiendo a personas que ya eran salvas, explicando cómo vivir una vida cristiana. Su enfoque no era la salvación sino la santificación.
Todavía hay otras personas que sitúan a Santiago entre los “judaizantes” los cuales insistían que las personas gentiles que querían seguir a Jesús primero tenían que circuncidarse para estar bajo la Ley. Pero esas personas pasan por alto el hecho de que fue Santiago quien unos pocos años después falló en contra de los judaizantes al abrirles la puerta a los gentiles sin ninguno de esos requisitos (Hechos 15:13-18).
Yo tomé este estudio para poner en duda esas afirmaciones las cuales no tienen ningún mérito. Al hacerlo estoy del lado de la generación de personas cristianas que desde los primeros días de la Iglesia vieron la carta de Santiago como valiosas instrucciones para toda la Iglesia, digna de ser incluida en el Nuevo Testamento. 19/07/15