Miércoles 2 de septiembre de 2020
Un estudio bíblico por Jack Kelley
El propósito de Cristo fue “crear en sí mismo, de los dos pueblos (judíos y gentiles), una nueva humanidad (la Iglesia), haciendo la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades” (Efesios 2:15-16).
La historia lo ha dejado bien claro. Dios y el ser humano simplemente no pueden habitar juntos. Cuando lo han intentado, el pecado del ser humano eventualmente hizo que Dios se retirara, ya que de otra manera Él destruiría al ser humano. Por un tiempo eso funcionó mientras Él se había encerrado a Sí mismo en ese pequeño aposento que ellos llamaban el Lugar Santísimo. Pero durante todo ese tiempo, solamente una persona, el Sumo Sacerdote, podía entrar allí a visitarlo y únicamente una vez al año, y solo después de una gran preparación ceremonial. Algunas personas dicen que al Sumo Sacerdote se le ataba una cuerda al tobillo para poder sacarlo en caso de que hubiera hecho algo malo y Dios tuviera que destruirlo. Aun eso eventualmente fracasó pues esa no era la clase de relación que Dios quería con Sus hijos de todas maneras.
Para poder habitar en la presencia de Dios, el ser humano tiene que ser tan perfecto como es Dios, ya que de otra manera la relación no funciona. Dios sabía todo eso desde el comienzo del tiempo, claro. Él no intentó vivir con el ser humano para ver si eso funcionaba o no. Él lo hizo para que nosotros viéramos que eso no funciona. Tuvimos que llegar a la conclusión, como Dios siempre lo ha sabido, que no existe ninguna circunstancia bajo la cual el ser humano pecador puede existir ante la presencia de un Dios Santo. Él sabía que hasta que lo hiciéramos, nos mantendríamos acercándonos a Él buscando un remedio.
La Carta a los Efesios resume el remedio de Dios para nuestro dilema como ningún otro documento lo puede hacer. Fue escrita a los creyentes de una de las fortalezas del paganismo en el Medio Oriente. Éfeso era la casa del Templo de Diana/Artemisa, un edificio tan asombroso que requirió 220 años para terminarse. La ciudad estaba poblada casi en cada esquina, de curanderos, magos y adivinos de todas las persuasiones religiosas imaginables. Pablo había pasado dos años allí predicando y enseñando, pudiendo desarrollar una próspera comunidad cristiana de la cual Juan sería más tarde el obispo.
Pablo escribió esta carta desde una prisión romana en el año 60 d.C. específicamente para ampliar el horizonte de los creyentes en Éfeso y ayudarlos a tener un mejor asidero de la magnitud de la Gracia de Dios, y también un cuadro más claro del destino de la iglesia.
Muchos de nosotros tenemos un concepto de que los judíos de los tiempos bíblicos eran unos arrogantes que sufrían de complejos de superioridad ocasionados por su posición favorable como el pueblo escogido de Dios y de su creencia que su propia justificación los había salvado. Se ha dicho que si los cristianos verdaderamente entendieran el alcance de las promesas que se detallan en la Carta a los Efesios, seríamos peor que ellos. Este punto de vista de la Iglesia bendecida en el Cielo simplemente no tiene paralelo en las Escrituras.
Entonces, Empecemos
Después del saludo inicial, Pablo se lanza directamente a la declaración que, en palabras de Martín Lutero, nos lleva a “las alturas más sublimes de la adoración del Nuevo Testamento, de la eternidad pasada a la eternidad futura”.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia, la cual desbordó sobre nosotros en toda sabiduría y entendimiento, nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, para que cuando llegara el tiempo señalado reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme a los planes del que todo lo hace según el designio de su voluntad, a fin de que nosotros, los primeros en esperar en Cristo, alabemos su gloria. También ustedes, luego de haber oído la palabra de verdad, que es el evangelio que los lleva a la salvación, y luego de haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Efesios 1:3-14).
Algunas veces llamada la doxología de Efesios, los versículos anteriores son un solo párrafo en el idioma griego e inician con las bendiciones que hemos recibido por medio del Padre (v. 3) y continúa con aquellas que se reciben a través del Hijo (v. 4-13a) concluyendo que el don del Espíritu Santo (v. 13b-14). Nosotros fuimos escogidos desde antes de la creación del mundo para ser adoptados como Sus hijos. Hemos sido redimidos por la sangre de Jesús, y por Su gracia nuestros pecados han sido perdonados. En el primer momento que escuchamos y creímos en el Evangelio, el Espíritu Santo prometido fue sellado en nosotros y nuestra herencia fue garantizada. Estas bendiciones son para todas aquellas personas que se acercan en fe, judío y gentil por igual, y desde la perspectiva de Dios, son un hecho logrado.
En estos pocos versículos, quedan reconciliadas la predestinación y el libre albedrío, el que el espíritu Santo more en nosotros queda unido al momento de la salvación, la doctrina de la Gracia se acredita, y la noción de la seguridad eterna es confirmada. Sin embargo, las discusiones teológicas más estridentes que se escuchan en la iglesia se centran alrededor de si estas promesas son verdaderas o no.
¿Lo ha entendido?
Luego Pablo comienza a orar para que a los creyentes en Éfeso se les la habilidad para que puedan comprender esto.
Por esta causa también yo, desde que supe de la fe de ustedes en el Señor Jesús y del amor que ustedes tienen para con todos los santos, no ceso de dar gracias por ustedes al recordarlos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa, la cual operó en Cristo, y lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y por encima de todo nombre que se nombra, no sólo en este tiempo, sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio a la iglesia, como cabeza de todo, pues la iglesia es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitud (Efesios 1:15-23).
Volvámonos Personales
Al habernos dicho lo que se ha hecho por nosotros, ahora Pablo nos da un entendimiento de cómo éramos nosotros hijos del diablo hasta que primero creímos, y ahora nos convertimos en hijos de Dios.
A ustedes, él les dio vida cuando aún estaban muertos en sus delitos y pecados, los cuales en otro tiempo practicaron, pues vivían de acuerdo a la corriente de este mundo y en conformidad con el príncipe del poder del aire, que es el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo. Seguíamos los deseos de nuestra naturaleza humana y hacíamos lo que nuestra naturaleza y nuestros pensamientos nos llevaban a hacer. Éramos por naturaleza objetos de ira, como los demás. Pero Dios, cuya misericordia es abundante, por el gran amor con que nos amó, nos dio vida junto con Cristo, aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados (la gracia de Dios los ha salvado), y también junto con él nos resucitó, y asimismo nos sentó al lado de Cristo Jesús en los lugares celestiales, para mostrar en los tiempos venideros las abundantes riquezas de su gracia y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios; ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie. Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas (Efesios 2:1-10).
El poder que energiza nuestra salvación es el mismo poder que Dios usó para levantar a Jesús de los muertos y establecerlo como la suprema autoridad del universo, dice Pablo. Y ahora él hace la increíble afirmación de que por este mismo poder nosotros también somos levantados y nos hemos sentado con Él en los lugares celestiales. No que seremos, sino que hemos sido. Jesús es Rey de reyes y Señor de señores, con la autoridad sobre cualquier poder que usted pueda nombrar, y allí estamos, al lado de Él.
¿Cómo Puede Ser Posible?
Esto es así para que Dios pueda demostrar las incomparables riquezas de Su Gracia en los siglos aún por venir. Al aceptar el perdón que Él compró con Su propia sangre, un perdón que borra el registro de todos los pecados que usted tiene, pasados, presentes y futuros, usted se convierte en la obra de arte de Dios, el ejemplo más alto de Su capacidad creadora. (Vea también Colosenses 2:13-15). Durante toda la eternidad usted será mostrado a todas las personas que llegaron antes y a las que llegarán después, como un testimonio vivo de las incomparables riquezas de Su gracia. ¡Este es el buen trabajo para el que hemos sido preparados!
Tan difícil como fue a todas aquellas personas que tenían una herencia judía, esta noción estaba más allá de lo que los gentiles pudieron haber imaginado, aun en sus sueños más ambiciosos. Ser perdonados por los pecados pasados era suficientemente difícil de entender. ¿Qué habían hecho ellos para merecer eso? (Por lo menos los judíos habían intentado guardar la Ley de Dios.) Pero ahora ser perdonados por adelantado por los pecados presentes y futuros, ¿cómo podía ser eso? Pero esperen, aún hay más. El perdón de nuestros pecados solamente nos vuelve a nivelar. Pero ahora Él está añadiendo una bendición incomprensible a la mezcla. Una bendición que efectivamente nos hace co-regentes con el Señor Jesús para regir el universo. De ninguna manera.
Pero sí hay una manera. Nosotros que estábamos apartados hemos sido acercados. Los que éramos extraños al pacto, sin esperanza y sin Dios, se nos ha dado la ciudadanía por medio de la sangre de Cristo. Nosotros que éramos extraños y aun enemigos, nos hemos convertido en más que amigos. Somos hermanos en la familia de Dios.
Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades. Él vino y a ustedes, que estaban lejos (los gentiles), les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca (los judíos). Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.
Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, y están edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya principal piedra angular es Jesucristo mismo. En Cristo, todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para llegar a ser un templo santo en el Señor; en Cristo, también ustedes son edificados en unión con él, para que allí habite Dios en el Espíritu (Efesios 2:14-22).
Con eso Pablo nos ha informado que tanto el Padre y el Espíritu Santo moran en nosotros. Jesús ya ha indicado que Él también mora allí (Juan 17:23). Con este distinguido trío que va a donde nosotros vayamos, haciendo todo lo que hacemos, no es de sorprender que Pablo se haya sentido compelido a proveer una directriz de tres capítulos de cómo debemos comportarnos (Efesios 4—6). Pero aún tenemos mucho que cubrir antes de llegar allí. Nos vemos en la próxima. 01/08/04