Una pregunta que todos hemos preguntado

Lunes, 9 de octubre de 2015

Actualización: Anoche, después de un bello momento de oración y de adoración por Jack, él fue a casa a encontrarse con sum Salvador. No era la curación que yo, no tantas otras personas, habían pedido y creído. Pero sí, lo es, en palabras de Jack, es la curación óptima. Seguidamente encontrarán las palabras de Jack que él escribió en el año 2006 las cuales me dan consuelo en esto mientras mi corazón está roto. Oro para que también les den consuelo a ustedes.

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

La siguiente pregunta fue enviada por correo electrónico a nuestra columna “Ask a Bible Teacher” (Pregúntele a un Profesor de Biblia) esta semana. Puesto que es una pregunta muy importante, le estoy dando respuesta en el formato de artículo principal, para proveer un mayor detalle. Esto también le permitirá a más personas verla, porque es una pregunta que todos nos hemos hecho.

PREGUNTA. Recientemente he descubierto su portal en el Internet y lo he encontrado muy informativo. He aprendido mucho sobre los asuntos que allí se discuten.

Sin embargo, aún existe un número de cosas que no entiendo. Hace cerca de dos años yo descubrí a Dios, Su plan de Salvación y las muchas y maravillosas promesas que nos ha hecho. He leído en Romanos de cómo Él hace que todas las cosas les ayudan a bien a los que creen en Él. He leído en los Evangelios sobre cómo dos o más creyentes que oran por una causa común, sus oraciones les son respondidas. He leído de cómo los creyentes deben pedirle al Padre y les será otorgado.

Imagínese cómo me sentí este verano cuando mi compañera fue diagnosticada con cáncer, y después de una corta batalla, fue llamada a casa en Agosto. Yo sé que muchas personas, incluido yo, oré por su recuperación, pero todo fue en vano. Encuentro que es imposible poder reconciliar las circunstancias que han prevalecido en mi vida personal con esas promesas que Dios nos ha hecho y que he mencionado antes.

¿Podría usted ayudarme a superar este vacío en mi conocimiento?

RESPUESTA. ¿Quién entre nosotros no ha hecho oraciones de ese tipo las cuales aparentemente no han sido contestadas y ha pensado en el conflicto que puede surgir entre las promesas de la Biblia y nuestras experiencias?

La vida después de la muerte

En la muerte de un creyente debemos entender dos cosas. La primera es que todos hemos sido infectados con una enfermedad terminal. No es un asunto de si moriremos, sino de cuándo. Nadie muere de una muerte natural porque no es natural para los seres eternos morir. La muerte entró en el mundo como consecuencia del pecado.

Y la segunda es que para un creyente, la muerte es la curación final. La muerte nos trae la vida que siempre intentamos vivir, y que podríamos estarla viviendo sino fuera por nuestra naturaleza pecaminosa. Para un creyente “muerto”, todos los problemas de esta vida, sus sufrimientos y penalidades se terminan y una vida eterna gloriosa, llena de bendiciones y de abundancia le espera.

Mientras más conocemos sobre la vida después de la muerte, menos vamos a estar pegados a la vida del pasado. Y puesto que solamente Dios conoce el fin desde el principio, solamente Él puede conocer el dolor y el sufrimiento de los que nos está librando cuando nos llama a casa más temprano. “Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo” (Isaías 57:1).

¿Y entonces qué les sucede a los amigos y parientes que quedan? ¿Cómo puede la muerte de un ser querido traerles el bien a los que quedaron? Primero, es el conocimiento obvio de que la separación es solamente temporal para los creyentes ya que una reunión gloriosa sucederá después. Nosotros tenemos el beneficio de una perspectiva eterna. Y para los incrédulos se les presenta una oportunidad para ser salvos de la segunda muerte, que es la muerte permanente, y poder ser reunidos con sus seres queridos que han partido antes que ellos.

Pero entonces se presenta la fe. Si nosotros creemos en las promesas de Dios, entonces debe de haber una relación de causa y efecto más directa y beneficiosa entre la muerte de un ser querido y la vida de quien le sobrevive. Nuestro trabajo es encontrarla. Se nos dice que debemos caminar en fe y no por vista, pero nuestro enemigo intentará mantenernos concentrados en lo que vemos, que es la ausencia de ese ser querido, causando que nuestra fe titubee obstaculizándonos para que no nos demos cuenta del bien que puede llegar. Las promesas de Dios son más reales que nuestra realidad. “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18).

Definitivamente la experiencia más quebrantadora de este tipo que yo he enfrentado fue el caso de una mamá y un papá a quienes conozco. Mientras caminaban en la acera con su hijo de dos años, un camión repartidor se metió en la acera, y atropelló fatalmente al niño. El chofer estaba borracho y de hecho tenía un largo historial de borracheras en el trabajo. En la demanda judicial que siguió, la corte asignó una suma substancial por concepto de indemnización a favor de los devastados papás. Ellos tomaron ese dinero y fundaron una institución preescolar cristiana con el nombre de su hijito, la cual pronto creció para convertirse en una escuela cristiana privada desde el pre-kinder hasta el octavo año, en un campus bello y seguro.

Muchos miles de niños se han beneficiado desde entonces, de una educación primaria cristiana y asequible, y esta pareja ha ayudado a docenas de doloridos papás para que puedan hacerle frente a situaciones similares que la suya, en el camino. Eso es un ejemplo de 2 Corintios 1:3-4 que todos los que los conocemos hemos tenido el privilegio de haber observado. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. Ellos han tomado estos versículos muy en serio basados en su creencia de que para todos nosotros nuestra vida es un ministerio y nuestros sufrimientos son nuestras credenciales. En otras palabras, cada uno de nosotros está excepcionalmente calificado para ministrarle a alguna otra persona que ha tenido una tragedia similar a la nuestra.

Ellos tenían todo el derecho de sentirse como víctimas, furiosas y amargadas, y gritarle a Dios por haber permitido que eso les sucediera. Pero ellos escogieron un camino de mayor excelencia. Ellos comprenden que Dios no mató a su hijito. Eso fue obra del diablo el cual impregna este lugar oscuro. “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).

Dios nunca nos prometió que nada malo nos iba a suceder. De hecho, Él prometió lo contrario. “En el mundo ustedes tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Lo que Él sí prometió es que Él haría que aún las cosas malas que suceden nos ayuden a bien. Es por nuestra cuenta el creer en esa promesa y buscar su cumplimiento. Para mis amigos, la escuela guarda la memoria de su hijito viva en sus corazones, mientras su fe les dice que pronto estarán reunidos para siempre. La bendición que le han brindado a los miles de otras personas a través de su tragedia, es obvia.

¿Una oración no contestada?

En cuanto a nuestras oraciones, hay también un par de cosas que debemos tener presentes. La primera es que Dios se reserva a Sí mismo el derecho de escoger tanto el momento como los medios para contestar las oraciones. Nosotros debemos entender que Sus caminos no son los nuestros y que Su momento siempre es el perfecto. Nosotros no perdemos el tiempo esperando como tampoco ganamos tiempo intentando apresurar Su respuesta. Él contestó la oración de Abraham por un hijo, pero esperó 25 años antes de hacerlo. El mundo está pagando hoy día un altísimo precio porque Abraham y Sara rehusaron esperar la respuesta del Señor.

Solamente porque nosotros no obtenemos algo en el momento que lo queremos y de la manera como lo queremos, no quiere decir que Dios ha dejado de responder a nuestras oraciones o de mantener Sus promesas. Puede que existan ciertas asuntos que debemos atender primero, o Dios puede escoger alguna otra manera de contestar nuestra oración la cual no podemos ver en el momento, y que es una manera mejor.

Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).

Dios le ha prometido a Israel un Reino y un Rey que les traerá la paz. Los israelitas han estado orando durante miles de años para que Él cumpla Su promesa. El mundo, y aun la mayoría del mundo cristiano, se burlan de ellos y les dice que Dios los ha olvidado. Eso nunca va a suceder, les dicen.

Dios es fiel y Su intención es responder completamente sus oraciones y mantener Su promesa. Pero hay algo que ellos deben de hacer primero, y hasta que no lo hagan, Él tiene que esperar. Ellos deben de reconocer quién es su Rey y deben restablecer su relación con Él. Entonces, Dios actuará.

Unión y Comunión

Y de la misma manera es con nosotros también, y esta es la segunda cosa que debemos tener en mente. Esto no puede ser familiar a aquellas personas a quienes se les ha enseñado un “cristianismo liviano”, pero existen dos componentes en la relación del creyente con Dios. Uno es la Unión. Esta se refiere a nuestra eternidad y es irrevocable, garantizándonos nuestro lugar en Su Reino (Efesios 1:13-14). La Unión se lleva a cabo en el momento en que escuchamos el Evangelio y lo creemos, y de esa manera, Dios sella Su Espíritu Santo en nosotros.

El otro se llama Comunión y se recibe con la Unión. Pero la Comunión afecta nuestra vida aquí en la tierra y puede ser interrumpida (1 Juan 1:8-9). Cuando fracasamos en confesar nuestros pecados, temporalmente interrumpimos nuestra relación con Dios, porque Él no puede morar en la presencia del pecado. No vamos perder nuestra salvación (Unión), pero durante esos momentos en los cuales no estamos en Comunión con Dios, no tenemos el derecho de pedirle nada, excepto que nos perdone. Y lo que es más, nos hemos apartado de Su protección y somos blanco fácil para que el enemigo nos haga daño.

El libro de Job es un buen ejemplo de la diferencia entre la Unión y la Comunión. La justicia de Job lo volvió orgulloso, lo cual es un pecado a los ojos de Dios. Cuando Satanás solicitó atormentarlo, Dios tenía que estar de acuerdo, a pesar de que Job era uno de los hombres más justos sobre la tierra, porque no había confesado su pecado. Mientras Job dependiera de su propia justicia era vulnerable a ser atacado, y ninguna de sus quejas podía cambiar eso, a pesar de que permaneció siendo un hijo de Dios. Cuando él confesó su pecado, Dios detuvo el tormento y lo restauró. La lección que Job aprendió a través de su sufrimiento (y eso es lo que nosotros estamos supuestos a aprender también, según Romanos 15:4), es que cuando nos justificamos a nosotros mismos, estamos condenando a Dios. En el momento que empezamos a pensar que no merecemos algo malo que nos está sucediendo, en efecto estamos acusando a Dios de ser injusto. Es parte de nuestra naturaleza humana mirar fuera de nosotros para buscar la culpa, pero eso atrasa nuestra reconciliación con Dios.

Para un ejemplo en el Nuevo Testamento, lean la Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32). El hijo pródigo nunca dejó de ser el hijo de su padre, pero mientras estaba viviendo una vida pecaminosa se encontraba alejado de la comunión, y privado de la bendición de su padre. Cuando finalmente entró en razón y confesó su pecado, fue restaurado. Todos los cristianos tienen Unión con Dios y tienen garantizado un lugar en Su Reino, pero muchos de ellos viven toda su vida alejados de la Comunión debido a sus pecados no confesados y de esa manera se están perdiendo de recibir indecibles bendiciones, amontonando montañas de oraciones sin contestar.

Debido a la cruz, el mantener nuestra comunión es tan fácil como invocar 1 Juan 1:8-9. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad

Dios es justo y equitativo y no puede mentir. Él tiene un registro de 6.000 años de una actuación sin mácula. Cuando parezca que Sus promesas no se están llevando a cabo, ustedes pueden apostar que se debe a nuestra falta de entendimiento y no a Su falta de integridad.

Gracias Peter, por haber sometido esta pregunta que todos nos hemos preguntado. Selah 04/11/2006.