Lunes 23 de marzo de 2020
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Con frecuencia me preguntan por qué creo que debemos continuar confesando nuestros pecados después de haber nacido de nuevo, puesto que todos ellos ya fueron perdonados. Las personas que hacen esta pregunta generalmente señalan 1 Juan 1:9 como el único lugar en el que se eso menciona y si eso es tan importante por qué Jesús no lo enseñó.
Pues resulta que 1 Juan 1:9 es el único lugar en el que se menciona la confesión para el creyente y de hecho Jesús sí la enseñó. Pero antes de abordar el tema, repasemos lo que yo llamo las dos caras de la naturaleza de nuestra relación con el Señor para que ustedes vean de dónde se originó esa idea en primer lugar.
Unión Y Comunión
Yo le llamo Unión a una de esas caras. Esta es eterna e incondicional, basada solamente en nuestra creencia. Efesios 1:13-14 describe nuestra unión con Dios, sellada y garantizada. Una vez que hemos nacido de nuevo, no podemos des-nacernos. Le pertenecemos a Él para siempre. Como una garantía el Espíritu Santo está sellado en nosotros desde el primer momento en que creímos hasta el día de la redención. 2 Corintios 1:21-22 va más allá al decir que es Dios el que nos mantiene firmes, y que Él ha puesto Su marca de propiedad en nosotros como también ha sellado nuestros corazones con Su Espíritu. En 1 Corintios 6:19-20 Pablo escribió, “ustedes no son sus propios dueños fueron comprados por un precio”. Dios nos adquirió con la sangre de Jesús y luego puso Su marca en nosotros. Podríamos decir que Él nos marcó, igual a como los ganaderos marcan su ganado como una constancia de propiedad. Somos Suyos para siempre. Ya hemos cubierto estos versículos muchas veces antes al apoyar la promesa de la Biblia sobre la seguridad eterna.
Y a la otra cara le llamo Comunión la cual es un poco más complicada. La comunión es ese estado de cercanía a Dios la cual le permite a Él bendecirnos en nuestras vidas diarias, tanto para protegernos de los ataques del enemigo como para hacer que nos sucedan cosas buenas (Romanos 8:28). Es como si Él se ha puesto de nuestro lado para darnos una ventaja sobrenatural.
La comunión la define 1 Juan 1:8-9 como que es terrenal y condicional sobre nuestro comportamiento. Aún como creyentes, mientras permanezcamos aquí en la tierra continuaremos pecando (Romanos 7:18-20). Puesto que Dios no puede soportar la presencia del pecado (Habacuc 1:13), nuestros pecados no confesados interrumpen nuestra relación terrenal con Él y nos privan de las bendiciones que de otra manera podríamos recibir. Debido a nuestra unión con Dios aún somos salvos en el sentido eterno, pero aquí en la Tierra estamos fuera de comunión (relación). Y cuando estamos fuera de comunión, tenemos que caminar por nosotros mismos y así somos blancos legítimos para el daño que nos pueda hacer el enemigo. El remedio para eso es confesar cuando pecamos para que podamos ser restablecidos en nuestra relación con Dios.
Una de las razones del porqué muchos cristianos viven unas vidas derrotadas es que solamente, como creyentes, han escuchado la parte de la unión, y solamente saben que Dios les ha perdonado sus pecados y que irán a estar con Él cuando mueran o sean raptados. Pero no se dan cuenta de que aún necesitan la confesión regular para poder mantenerse mientras tanto en comunión con el Señor.
Por vidas derrotadas quiero decir que a estas personas les falta el éxito espiritual prometido a todos los cristianos (Juan 10:10). Estas personas pueden estar haciendo bien las cosas desde la perspectiva mundana, a pesar de que muchas de ellas han sido privadas aún de eso, porque sus vidas no reflejan el bienestar del Espíritu para lo cual no existe ningún substituto en la vida mundana. Tampoco sienten el sentido de paz y satisfacción que todos deseamos tener.
¿De Dónde Vino Todo Esto?
Unión y Comunión no son solamente ideas del Nuevo Testamento. Consideren la grave situación de Job, un hombre de Dios y el personaje principal del libro más antiguo de la Biblia. Él era tan bueno que Dios se jactó de él ante Satanás. Pero Job no era perfecto. Su pecado era de auto justificación y lo que le dijo a sus amigos lo demuestra.
“Si fuese íntegro, no haría caso de mí mismo; despreciaría mi vida” (Job 9:21).
(Hablándole a Dios) “¿Te parece bien que oprimas, Que deseches la obra de tus manos… Aunque tú sabes que no soy culpable?” (Job 10:3, 7).
(Y de nuevo a sus amigos) “Yo soy uno de quien su amigo se mofa, que invoca a Dios, y él le responde; con todo, el justo y perfecto es escarnecido” (Job 12:4).
“Mi justicia tengo asida, y no la cederé; no me reprochará mi corazón en todos mis días” (Job 27:6).
Además, todos los 41 versículos de Job 31 se dedican a Job dando evidencia de su justicia.
Debido a que él no confesaba su pecado, se encontraba alejado de la comunión con Dios. Cuando se le solicitó, Dios tuvo que permitirle a Satanás afligirlo para volverlo a sus sentidos. Una vez que Job confesó (Job 42:1-6), fue restaurado (Job 42:10-17). A pesar de que él era el hombre más justo sobre la tierra, Job aún tuvo que confesar su pecado para poder ser restablecido en comunión con Dios.
Después, en tiempos del Antiguo Pacto, los sacerdotes tenían que sacrificar un cordero en el altar cada mañana y cada tarde por los pecados del pueblo. A pesar de que Dios moraba entre ellos, proveyendo para todas sus necesidades, aun debían presentarse las dos ofrendas diarias por el pecado para poder permanecer en Sus gracias.
1 Juan 1:9 es el equivalente del Nuevo Testamento de aquellos sacrificios diarios por el pecado. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”.
Este versículo fue escrito para los creyentes que son salvos para siempre, pero que están en peligro de estar fuera de comunión debido a sus pecados. Cuando confesamos nuestros pecados, de inmediato se nos perdonan y se nos limpia de toda maldad.
Este es el verdadero asunto de fondo en Hebreos 6:4-6. Nosotros sabemos esto porque en los versículos anteriores el escritor dijo que él estaba dejando las enseñanzas elementales sobre Cristo para pasar a la madurez, no poniendo de nuevo las bases del arrepentimiento por hechos que llevan a la muerte, etc. (Hebreos 6:1-3). Solamente esto nos dice que él no estaba hablando sobre nuestra salvación en los versículos 4-6.
La frase clave es “fueron renovados para arrepentimiento” en el versículo 6. Los creyentes judíos estaban siendo presionados para guardar la ley, especialmente en lo concerniente al sacrificio por el pecado. Aquellos que dependían de los sacrificios de los corderos en vez de confesar sus pecados directamente a Dios, de hecho estaban crucificando de nuevo al Señor una y otra vez, puesto que Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:9). El sacrificio diario era un anuncio de Él, y cuando Él vino la sombra cedió a la realidad. La antigua costumbre ya no era suficiente para restablecerlos a la comunión. Todo lo que una persona creyente debe de hacer ahora es ofrecer una oración de confesión para ser purificada de su maldad.
¿Qué Dijo Jesús?
El Señor tenía mucho que decir acerca de esto. Por ejemplo, al final de Su enseñanza sobre la oración del Padre Nuestro, Él dijo, “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” (Mateo 6:14-15). En Mateo 6:9 Jesús dijo que empezáramos nuestras oraciones con el saludo “Padre Nuestro” y en los versículos 14 y 15 Él llamó a Dios “su Padre Celestial [de ustedes]” y “su Padre [de ustedes]”.
Juan 1:12-13 dice que solamente quienes hemos recibido al Señor y creemos en Su nombre tenemos la autoridad para convertirnos en hijos de Dios, y por consiguiente, podemos llamarle Padre. Romanos 8:15-16 y Gálatas 4:4-6 lo confirman. Eso hace que el Padre Nuestro sea solamente una oración para los creyentes. Pero si somos creyentes ya hemos sido perdonados, entonces, ¿cómo podría Cristo estarnos advirtiendo que nuestro Padre no nos perdonaría los pecados a menos que nosotros perdonáramos a alguna persona que pecara en contra nuestra? En ningún lugar de las Escrituras se nos ordena perdonar a alguien más antes de pedir por nuestra propia salvación. Solamente tenemos que creer que somos pecadores y que el Señor murió por nuestros pecados y resucitó de nuevo y así pedir y recibir la vida eterna.
La respuesta la encontramos en Mateo 18:21-35, la Parábola del Siervo Despiadado. Se trata de un rey que, en el proceso de arreglar cuentas con sus siervos, descubrió que un siervo le debía más de lo que jamás podría pagarle. El rey ordenó que el siervo, su esposa e hijos y todas sus posesiones fueran vendidos para pagar la deuda. El siervo le rogó que tuviera misericordia y le pidió un tiempo para poder pagarle la deuda. El rey se compadeció de ese siervo y le perdonó la deuda.
Cuando ese siervo se alejaba se encontró con un consiervo suyo que le debía un poco de dinero. De inmediato le exigió que se lo pagara. Cuando el consiervo le rogó que le tuviera paciencia, rehusó y lo metió a la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Los otros siervos se enteraron y le contaron al rey lo que había sucedido. El rey se enfureció porque él le había perdonado a ese siervo todo lo que le debía, y ahora ese siervo rehusó perdonar a un consiervo suyo una suma pequeña. El rey hizo que al siervo que había sido perdonado se le metiera en la cárcel para ser torturado hasta que pudiera pagar su deuda al rey.
Jesús terminó la parábola diciendo, “Así también mi Padre celestial hará con ustedes si no perdonan de todo corazón cada uno de ustedes a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35).
Las parábolas han sido llamadas historias celestiales colocadas en un contexto terrenal. Están supuestas a enseñar una verdad divina en una forma que los humanos terrenales puedan entenderlas. Cada personaje y componente principal de la parábola es simbólica de algo más. En esta parábola el Rey representa al Señor, los siervos son usted y yo, la deuda son nuestros pecados acumulados, y el carcelero es Satanás.
A nosotros se nos ha perdonado todo, pero cuando rehusamos perdonar a alguna otra persona, aún por una cosa pequeña, eso produce una deuda de pecado que suspende nuestra relación con el Señor hasta que paguemos de vuelta la deuda. No dejamos de ser Sus hijos (el siervo no fue despedido ni vendido) sino que durante ese tiempo estamos fuera de comunión con el Señor. No podremos recibir bendiciones que de otra forma serían nuestras y como Job aún estaríamos abiertos a ser atacados. Pero gracias a lo que el Señor hizo por nosotros es que podemos pagar de vuelta esa deuda al confesar nuestros pecados. La confesión sincera nos purifica de toda maldad y nos restablece a la comunión.
Ahora veamos la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Buscando una vida independiente de su padre, el hijo pródigo se fue de la casa paterna para buscar su propia vida. Pronto malgastó su fortuna viviendo locamente, y gustosamente habría intercambiado lugares con uno de los empleados de la casa de su padre. Tragándose su orgullo, retornó a la casa de su padre confesando su falta y de esa manera fue restablecido de inmediato. Mientras se encontraba lejos, nunca dejó de ser el hijo de su padre (Unión), pero durante todo ese tiempo no hubo ninguna comunicación como tampoco recibió las bendiciones que pudo haber tenido si hubiera permanecido en la casa de su padre (Comunión).
Igual como el Hijo Pródigo, nosotros aún pertenecemos a la familia de nuestro Padre a pesar de que estamos fuera de comunión con Él, y por eso es que no tenemos ninguna comunicación ni recibimos ninguna bendición que de otra manera recibiríamos. E igual como el Hijo Pródigo, cuando regresamos a nuestro Padre y confesamos nuestros pecados, de inmediato somos purificados de toda injusticia y restablecidos en comunión.
Como Pablo claramente enseñó que nuestra salvación está garantizada desde el momento en que creemos, nosotros también debemos entender que toda su enseñanza acerca de un vivir cristiano adecuado era para ayudarnos a permanecer en comunión con Dios y no estaba supuesta a implicar que para mantener nuestra salvación se requiere que guardemos un cierto estándar de comportamiento. Este pensamiento se resume de forma muy hermosa en Filipenses 3:16 en donde él dijo, “Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa.”
¿Por Qué Nos Resistimos?
Puesto que el castigo por todos los pecados de nuestra vida ya ha sido pagado (Colosenses 2:13-14) y, por consiguiente, ya no hay ninguna condenación para nosotros (Romanos 8:1), ¿por qué tantos creyentes se resisten a la idea de confesar sus pecados cuando pecan? ¿Es que no saben que el perdón es automático? ¿Cuál es el problema?
Una razón es la falta de conocimiento. La mayoría de la gente nunca ha sido enseñada sobre eso. Se les ha enseñado cómo ser salvas, lo cual lleva a la unión con Dios, pero no han aprendido acerca de la importancia de mantenerse en comunión con Él. Pablo enseñó que convertirse en creyente es solamente un paso en la adquisición de una relación íntima con Dios. Es lo que nos califica para ser uno de Sus hijos, pero muchas más bendiciones están a disposición de las personas que quieren vivir unas vidas victoriosas (1 Corintios 9:24-27). En el camino tropezamos repetidamente, y cuando lo confesamos se limpia de nuevo el pizarrón y es como si nunca hubiésemos tropezado.
Pero también existe una sensible cantidad de orgullo contenida en nuestro estado humano caído. El tener repetidamente que admitir que somos pecadores puede ser embarazoso aun cuando solamente lo admitamos ante Dios quien ya conoce todo sobre nosotros. Ese orgullo en sí mismo ya es pecado y eso interrumpe nuestra comunión.
Y finalmente, por lo menos en los Estados Unidos, hay muchas personas creyentes que la tienen tan buena que ni cuenta se dan que están fuera de comunión. Se juzgan a sí mismas como otras personas las juzgan a ellas, por las normas mundanas, y piensan que están bien. Nunca se han puesto a considerar su falta de riqueza espiritual.
Jesús nos estaba advirtiendo sobre estar fuera de comunión cuando dijo: “Pero separados de mí, nada pueden hacer” (Juan 15:5). Él dijo que si no permanecemos en Él, seríamos como ramas marchitas que no producen fruto no importa lo que hagamos. Ante el Tribunal de Cristo creyentes como estos pronto descubrirán que cualquier éxito mundano que puedan alcanzar no tiene ningún sentido en el Reino, y su vida como creyentes está carente de valores eternos.
Para su consternación, descubrirán que a duras penas habrán acumulado tesoros en el Cielo (Mateo 6:19-21). Y como alguien que escapa de las llamas, aún serán salvos (1 Corintios 3:15) pero sin tener nada que los elogie. Según estudios recientes, más del 90% de creyentes nacidos de nuevo en esta generación pueden encontrarse pronto en esta situación.
¿Cuál Es El Punto?
Debido a nuestra unión inquebrantable con Dios nunca debemos preocuparnos por perder nuestra salvación. Tampoco debemos dudar si estaremos incluidos en el Rapto. Pero para hacer que nuestra relación con Él aquí en la tierra sea tan buena como debe de ser y para lograr todo lo que Él desea de nosotros, se requiere que confesemos nuestros pecados cuando pecamos para que no nos encontremos fuera de comunión con Él.
Confesar cuando pecamos es como disculparnos con un ser querido. Usted sabe que será perdonado pero usted se siente mal por haber decepcionado a alguien que ama y quiere asegurarse de poder restablecer su relación a su condición anterior. Eso es la confesión. Ciertamente es buena para el alma. 06/10/12