Domingo, 12 de abril de 2015
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Jesús le respondió: De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Esto empezó como mi respuesta a alguien que me pidió que defendiera mi punto de vista de que los niños y niñas que mueren antes de alcanzar la edad del uso de la razón se van al cielo. Como verán, eso incluye mucho más todavía.
Nacido una vez
Llegamos a este mundo cuando nuestra madre nos dio a luz físicamente. Este nacimiento físico es lo que Jesús llamó nacer de agua en Juan 3:5 y lo que nace de la carne, carne es en Juan 3:6, Ese fue nuestro primer nacimiento.
A pesar de que nacimos de padres terrenales, le pertenecimos a Dios en el sentido de que si nuestra vida física terminaba por alguna razón, nuestra alma y espíritu, las partes eternas de nosotros, irán a estar con Él. Teníamos lo que la Biblia llama vida eterna. Continuamos disfrutando esta posición con Dios hasta que llegamos a un estado de madurez intelectual suficiente como para poder entender la naturaleza pecaminosa de nuestro comportamiento. Durante nuestra niñez cometimos pecados, pero puesto que éramos incapaces de comprender la naturaleza del pecado, Dios no nos responsabilizó por ellos.
Al referirme a pecados, no estoy hablando acerca de desobedecer a nuestros padres, a pesar de que algunos actos de desobediencia también son pecados. Estoy hablando de las violaciones a las leyes de Dios. Hasta que ya fuimos lo suficientemente maduros intelectualmente para entender que las violaciones a las leyes de Dios son pecados que conllevan consecuencias eternas, Dios no nos responsabilizó por esas violaciones, porque de haberlo hecho habría sido injusto. (Tenemos provisiones similares en las leyes humanas en las cuales los menores de edad no se consideran bajo los mismos estándares de responsabilidad que los adultos en asuntos de la ley.)
Una vez que ya fuimos capaces de entender el asunto del pecado, Dios empezó a responsabilizarnos por nuestros pecados. En ese momento ya no le pertenecíamos a Él y ya no teníamos la vida eterna. Nuestros pecados nos habían separado de Él.
Podemos ver esa transición, y sus consecuencias, en Romanos 7:9 en donde Pablo escribió, “En un tiempo, yo vivía sin la ley, pero cuando vino el mandamiento, el pecado cobró vida y yo morí.”
Obviamente, Pablo todavía estaba vivo en ese momento. Al decir, “En un tiempo, yo vivía sin la ley” él se estaba refiriendo a la vida eterna que tenía antes de ser responsable por sus pecados. Durante ese tiempo, él estaba apartado, o fuera, de la Ley y exento de sus provisiones.
La frase, “pero cuando vino el mandamiento, el pecado cobró vida y yo morí” significa que tan pronto como Pablo fue lo suficientemente adulto para ser responsabilizado por sus pecados, de inmediato fue programado para la muerte, él no nació inmortal, así que eventualmente él experimentaría la muerte física como el resto de nosotros. Por consiguiente, él estaba hablando acerca de su reclamo a la vida eterna.
La palabra griega para “cobró vida” indica que la naturaleza pecaminosa de Pablo siempre había estado allí, pero para el propósito de la responsabilidad es como si hubiera estado inactiva mientras él era un niño. Tan pronto como él alcanzó la edad del uso de la razón, se revivió, y cuando eso sucedió todo cambió para él.
La Biblia no nos da ninguna fecha exacta cuando un niño o una niña alcanzan la edad del uso de la razón. Entre el pueblo judío esa edad ha sido establecida por tradición como de 12 años para las niñas y 13 para los niños. Pero el punto de este estudio no es el de determinar a qué edad uno ya es responsable por sus pecados. Al contrario, es para confirmar que nosotros empezamos la vida como un hijo e hija de Dios con la seguridad de la vida eterna, y mostrar cómo es que podemos calificar de nuevo para esa seguridad ya como personas adultas.
Nacer de nuevo
Jesús dijo, “De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).
Hay dos cosas importantes aquí. La primera es la confirmación de que si mueren, los niños y niñas pequeños entrarán en el reino de los cielos porque no tienen que cambiar para poder hacerlo. Y la segunda es que nosotros debemos cambiar para ser como niños para poder entrar. Recuerde, todos los niños y niñas nacen con vida eterna y sus pecados no se cuentan en su contra. Por consiguiente, como personas adultas de alguna manera tenemos que volver a ganar el mismo estatus que teníamos cuando éramos niños y niñas.
“Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).
Dios le da a cada persona que cree en lo que Jesús hizo por nosotros y lo recibe en su vida, el derecho (poder, autoridad, permiso) de ser hijos de Dios como lo éramos cuando nacimos. Seguidamente es cómo eso sucede.
“Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley, para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:4-7).
Tanto este pasaje como Romanos 8:15-17 transmiten la idea de que la adopción en la familia de Dios ciertamente es el evento más importante de nuestras vidas. Dios envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados para que pudiéramos recibir el derecho de adopción en Su familia. Según Juan 1:12-13 el creer el Jesús nos da la autoridad para reclamar ese derecho y cuando lo hacemos Dios nos adopta como Sus hijos e hijas y nos volvemos herederos de su hacienda. En ese momento, el castigo por todos nuestros pecados se le transfiere a Jesús (Isaías 53:5) y ya no somos responsables por los mismos.
Eso es lo que significa nacer de nuevo como un hijo e hija de Dios y tener vida eterna. Según 2 Corintios 5:17 realmente nos volvemos una nueva creación desde la perspectiva de Dios. Lo viejo se ha ido y lo nuevo ha llegado. Este es nuestro segundo nacimiento, lo que Jesús llamó nacer de nuevo en Juan 3:3 y lo que nace del Espíritu, espíritu es en Juan 3:6.
E igual a como éramos cuando niños que pecábamos, todavía lo hacemos. Y como ellos, Dios no nos responsabiliza por nuestros pecados. Pero esta vez, no es porque no entendemos el asunto del pecado, sino que es porque los castigos por todos los pecados de nuestras vidas fueron transferidos a Jesús. Fueron clavados en la cruz con Él, y cuando Él murió fueron perdonados todos y cada uno de ellos (Colosenses 2:13-14). Ahora, igual a como los niños y niñas que fuimos, Dios ya no nos responsabiliza por nuestros pecados sino que se los atribuye a la naturaleza pecaminosa que habita en nosotros. Así lo describió Pablo.
“No entiendo qué me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Y si hago lo que no quiero hacer, compruebo entonces que la ley es buena. De modo que no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que habita en mí. Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí” (Romanos 7:15-20).
Y como Dios hace con los niños y niñas pequeños, Él ha separado los pecados de una persona creyente nacida de nuevo y ya no los cuenta en su contra.
¿Usted ha nacido de nuevo?
La frase “nacido de nuevo” ha recogido un montón de equipaje con el correr de los años, al punto de que algunas personas cristianas más “sofisticadas” no les gusta usarla. Y las denominaciones liberales que siguen la teología de la reforma ni siquiera reconocen la necesidad de nacer de nuevo. Todas ellas enseñan que puesto que usted no eligió a Dios sino que Él le eligió a usted, no es necesario nacer de nuevo. Todo lo que usted debe de hacer es convertirse en un miembro oficial de una de esas denominaciones para recibir su salvación. Esto es en su mayor parte la falsedad más cruel de la teología de la reforma, porque ha dado como resultado que millones de personas sinceras que asisten a la iglesia todos los domingos, han llegado a creer que Dios las eligió a ellas y que realmente él obtuvo la salvación para ellas, sin saber que no son salvas y nunca lo serán a menos que emprendan el esfuerzo personal para encontrar al Señor y así ser salvas aparte de las enseñanzas de sus denominaciones religiosas.
Pero la Biblia es muy clara en dos puntos. El primero es que debemos nacer de nuevo para poder entrar en el Reino de Dios (Juan 3:3). Y la segunda es que nacemos de nuevo al creer, 1) que somos pecadores que necesitamos un Salvador, 2) que Jesús vino a morir por nuestros pecados, y 3) que Él resucitó de nuevo al tercer día como prueba de que Su muerte fue suficiente para salvarnos de nuestros pecados. De otra manera hemos creído en vano (1 Corintios 15:3-4).
Al nacer de nuevo nos hacemos como niños y niñas a los ojos de Dios y por lo tanto calificados, como ellos lo están, para entrar el Su Reino y disfrutar la vida eterna con Él.
“Dichoso aquél cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta. Dichoso aquél a quien el Señor ya no acusa de impiedad, y en el que no hay engaño” (Salmo 32:1-2) 12/04/15