Domingo, 17 de abril de 2016
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“¿Acaso no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se equivoquen: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los malhablados, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes, pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11).
De todas las preguntas sobre la seguridad eterna, aquellas que se refieren al pasaje anterior se encuentran entre las más numerosas. En su redacción, la primera parte de 1 Corintios 6:9-10 parece muy clara, los injustos no heredarán el reino de Dios. Esto no tiene discusión. Es el curso básico del cristianismo. Y los ejemplos que Pablo utilizó para mostrar lo que él quiso decir por “injustos” son todas claras violaciones de la Ley de Dios.
Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los malhablados, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.
Algunos de estos ejemplos, como los fornicarios, los adúlteros, los homosexuales (afeminados), y los sodomitas (hombres que se acuestan con hombres) aparecen en la mayoría de las listas de los “grandes” pecados.
Y, por lo menos, entre las personas que me envían sus preguntas, parece que muchas personas ni siguiera se fijan en 1 Corintios 6:11, Y eso eran algunos de ustedes, pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.
Por ese motivo me gustaría examinar más detalladamente todo este pasaje para ver si podemos averiguar qué es lo que Pablo quiso decir.
Un examen más detallado
Primero volvamos a 1 Corintios 6:9. “¿Acaso no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios?
Si realmente leemos este versículo con cuidado podemos ver que no se aplica a las personas creyentes porque, por definición, todos somos justos. Tenemos la justicia de Dios aparte de la ley la cual viene por medio de la fe en Jesucristo a todos los que creen (Romanos 3:21-22). Los ejemplos de injusticias que Pablo enumeró todas tienen que ver con el comportamiento, mientras que nuestra justicia viene de nuestra fe.
En cuanto al comportamiento concierne, Jesús dijo que no se necesitan actos de injusticia para descalificarnos del Reino, solamente se necesita un pensamiento injusto. Él dio como ejemplos la ira (Mateo 5:21-22) y la codicia (Mateo 5:27-28), pero Él pudo haber enumerados muchos más, como la avaricia, la envidia, los celos, y la lista continúa. ¿Cuántos de nosotros no tenemos malos pensamientos de vez en cuando? ¿Quiere decir eso que hemos sido descalificados para heredar el reino? Claro que no.
Pero el verdadero sentido lo encontramos en el versículo 11. Y eso eran algunos de ustedes, pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.
Pablo dijo que algunos de nosotros éramos fornicarios, idólatras, adúlteros, homosexuales, sodomitas, ladrones, avaros, borrachos, malhablados, o estafadores. Y de los comentarios anteriores del Señor sabemos que eso incluye pensamientos y palabras, así como obras. Pero observe el tiempo pasado. Nosotros fuimos así. ¿Qué es lo que ha cambiado que ya no nos hace ser así?
Primero, hemos sido lavados. Nosotros no nos hemos lavados a nosotros mismos, hemos sido lavados. En Efesios 5:26 Pablo dijo que el Señor nos lavó y purificó en el lavamiento del agua por la palabra.
Luego, fuimos santificados. Eso quiere decir que fuimos hechos santos. De nuevo, nosotros no nos santificamos a nosotros mismos, eso nos fue hecho. Cuando Jesús nos lavó fue para que Él pudiera presentarnos a Sí mismo como una Iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante (Efesios 5:27), santificada.
Y finalmente, fuimos justificados. Eso significa que fuimos hechos justos. La palabra griega para justificar es la forma opuesta de la palabra traducida como injustos en el versículo 9. Eso se refiere a la justicia que nos ha sido impuesta por fe. E igual a como nosotros no hicimos el lavamiento y la santificación, nosotros tampoco nos hicimos justos. Eso nos fue hecho a nosotros, en el nombre de Jesús, por el Espíritu de Dios.
Cuando eso sucedió nos convertimos en una nueva creación en Cristo. Desde la perspectiva de Dios, el viejo yo se fue y llegó el nuevo yo (2 Corintios 5:17). Y a pesar de que todavía pecamos, Él ya no atribuye nuestros pecados a nosotros, sino al pecado que todavía mora en nosotros. Es que nuestros cuerpos infestados de pecado nunca dejarán este mundo. Ya sea que mueran o que sean cambiados en el rapto, esa es la manera para que cuando lleguemos ante Su presencia seamos la nueva creación como él ha escogido vernos desde el momento en que fuimos salvos.
Pablo se puso él mismo de ejemplo de cómo es que Dios nos ve.
“Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí” (Romanos 7:18-20).
David nos dio un atisbo de eso 1000 años antes que Pablo cuando escribió:
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32:1-2), y
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, Él hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12).
Esto explica cómo es que Dios nos puede “considerar justos” mientras que aún somos pecadores. Él separó a la persona creyente del comportamiento, haciéndola una nueva creación, santa y sin mancha, y atribuirle el comportamiento que no es consistente con Su nueva creación al pecado que todavía mora en nosotros. Él sabe que la causa de nuestro comportamiento pecaminoso reside en la parte mortal de nosotros la cual morirá o será cambiada. Nuestra fe en lo que Jesús hizo por nosotros es lo que le permite a Él poder garantizar nuestra salvación desde el momento en que nos convertimos en personas creyentes, porque si dependiera de nuestro comportamiento todos estaríamos perdidos un corto tiempo después de haber sido salvos.
¿Una licencia para pecar?
Esta interpretación de la Escritura ha sido llamada por algunas personas “darle a la gente una licencia para pecar.” A esas personas les gusta citar ejemplos hipotéticos de los peores escenarios los cuales francamente nunca suceden. Por ejemplo, yo tuve a una persona que me advirtió de que si mi interpretación alguna vez fuera aceptada por la mayoría de las personas creyentes entonces, en sus propias palabras, “Deje que empiecen la violación y el pillaje,” si como eso fuera decir que a menos que las personas cristianas estuvieran en control por el constante temor de perder su salvación, no habría fin a los actos malvados que podríamos cometer.
Pero aquellas personas que hacen predicciones de este tipo no se dan cuenta de tres hechos importantes. El primero es, por lo general, que aún las personas incrédulas se comportan relativamente bien, y ellas no tienen el temor de perder su salvación como impedimento. Romanos 2:14 dice que quienes no conocen la ley de Dios, por naturaleza hacen lo que requiere esa ley, porque la misma está escrita en nuestros corazones, y nuestras propia consciencia actúa como una influencia que dirige nuestro comportamiento.
El segundo es el Espíritu Santo que mora en nosotros, que fue sellado en nosotros cuando fuimos salvos, para convencernos de nuestros pecados, y que nos guía a toda la verdad, y nos aconseja tener el comportamiento apropiado. Recuerden, Pablo dijo es Dios el que nos confirma con ustedes en Cristo, y es Dios el que nos ha ungido, y es Dios el que también nos ha marcado con su sello, y el que, como garantía, ha puesto al Espíritu en nuestros corazones (2 Corintios 1:21-22).
Y tercero, es nuestra gratitud. La gran mayoría de las personas que creen que somos salvos por gracia por medio de la fe solamente, están tan agradecidas por ese regalo tan maravilloso que tratamos de no comportarnos de una manera que podría avergonzar al Señor en un intento de expresar nuestro agradecimiento. Pablo llamó a eso “vivamos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado” (Filipenses 3:16 NVI).
¿De dónde es usted?
Es fácil para nosotros perder de vista de dónde venimos, por eso Pablo nos lo recuerda en Efesios 2. Él empieza diciendo que a nosotros se nos dio vida cuando estábamos perdidos en nuestros delitos y pecados, y por naturaleza éramos objeto de Su ira (Efesios 2:1-3).
“Pero Dios, cuya misericordia es abundante, por el gran amor con que nos amó, nos dio vida junto con Cristo, aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados (la gracia de Dios los ha salvado)” (Efesios 2:4-5)
Nuestra relación con el Señor no se debe al hecho de que un día nosotros decidimos limpiarnos a nosotros mismos y nos hicimos aptos para estar en Su presencia. En Efesios 2:8-9 Pablo dijo que somos salvos por gracia por medio de la fe, y no por obras. Dios nos aceptó tal y como éramos debido a Su misericordia, y nos salvó debido a Su gracia. Nuestra sola contribución fue el haber pedido con fe. Y luego, antes de haber hecho algo, bueno o malo, Él envió Su Espíritu Santo para que more en nosotros como un depósito, garantizando así nuestra herencia (Efesios 1:13-14).
Nosotros no podemos reclamar nuestra fe en la gracia de Dios como la sola base para nuestra salvación y luego demandar que otras personas cumplan con ciertas normas de comportamiento para recibir o mantener la de ellas. El hecho de que algunas personas cometen pecados que son más obvios que otros, es irrelevante. Pecado es pecado, y todos pecamos.
Él no nos salvó debido a que nos comportamos de determinada manera. Él nos salvó debido a que creímos en una cierta cosa.
En pocas palabras
Si usted es un ser humano, usted es una persona pecadora. Si usted es un ser humano salvo(a), su fe en lo que Jesús hizo por usted le ha permitido a Dios atribuirle su pecaminosidad en curso al pecado que habita en usted. Desde Su perspectiva no es usted quien peca, sino el pecado que todavía habita en usted. Un día pronto, usted se despojará para siempre de esa parte pecaminosa que usted tiene, y usted será revestido(a) en perfección para prepararse para su vida eterna con el Señor. Finalmente usted habrá sido conformado(a) a Su imagen, tal y como siempre ha sido la intención que Dios ha tenido para usted (Romanos 8:29-30).