Y cayeron los muros

Miércoles, 15 de marzo de 2017

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Esta batalla era espiritual. Josué y el ejército de Israel fueron allí por el viaje.

En el día diez del mes primero, el pueblo subió del Jordán y acampó en Gilgal, en la frontera este de Jericó. En ese momento el Señor le dijo a Josué, “Hazte cuchillos afilados, y vuelve a circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel” En el atardecer del día catorce del mes, mientras acampaban en Gilgal en las planicies de Jericó, los israelitas celebraron la Pascua. El día después de la Pascua, ese mismo día, comieron del alimento de la tierra, panes sin levadura y algo del grano tostado. El maná se detuvo el día siguiente que ellos comieron del producto de la tierra. Ya no hubo más maná para los israelitas, pero ese año ya comieron del producto de la tierra de Canaán (Josué 4:19; 5:2, 10-12).

El agua funciona

El cruce del río Jordán fue, por lo menos, un milagro tan grande como el cruce del Mar Rojo. El Jordán estaba en la época en que se desborda en la primavera, pero el Señor detuvo el flujo del río de tal manera que el agua se amontonó mientras toda la nación lo cruzaba sobre tierra seca (Josué 3:13-17). Una columna de gente de 400 en fondo necesitó todo un día para cruzarlo mientras que las aguas de apilaban más y más. Cuando los reyes de las distintas naciones que habitaban esa tierra se enteraron de ello, “desfalleció su corazón, y no hubo más aliento en ellos delante de los hijos de Israel” (Josué 5:1).

Aquí tenemos que detenernos y admirar la muestra de poder del Señor. Este harapiento ejército de nómadas del desierto estaba siendo observado con todo cuidado desde que llegaron a la ribera oriental del Jordán. No es de extrañarse que los reyes de los amorreos se sintieran seguros porque las aguas desbordadas del río los separaban de este extraño grupo. Pero el Señor, Quien ordenó las leyes de la naturaleza en primer lugar, simplemente anuló una de ellas e hizo que el río detuviera su curso. Imagínese la expresión en el rostro de todas aquellas personas que estaban observando este espectáculo. Y cuando lo habían cruzado, ¿los envió el Señor en formación de batalla y los preparó para enfrentarse al ejército más fiero de la región? No, ellos acamparan frente al enemigo, disfrutaron del producto de la tierra, y circuncidaron a todos los varones de guerra. Cuatro días más tarde, habiendo sanado un poco, celebraron la Pascua por tercera vez en su historia, y luego se prepararon para la batalla venidera. Tenemos que suponer que los habitantes de Jericó solamente estaban de pie sobre los muros de su ciudad fortificada observando todo esto, muy atemorizados para atacar a pesar de que los israelitas estaban incapacitados. Eso nos hace pensar en Proverbios 16:7: “Cuando los caminos del ser humano son agradables al SEÑOR, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”.

Un hombre con un plan

Cuando Josué se acercaba a Jericó alzó sus ojos y vio a un hombre de pie frente a él con una espada desenvainada en su mano. Josué se le acercó y le preguntó, ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; pero como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo” (Josué 5:13-15). Cualquier duda que Josué pudo haber tenido sobre la identidad de este Visitante fue disipada al escuchar la misma orden que con anterioridad se le había dado a Moisés frente a la zarza ardiente (Éxodo 3:3-4). Este era el Hijo de Dios en una aparición en el Antiguo Testamento, el Yeshua Celestial dándole el plan de batalla al Josué terrenal. ¡Y qué plan era ese! (Josué es el hebreo para Jesús).

Ya para ahora, Jericó estaba herméticamente cerrado a causa de los israelitas. Nadie podía salir ni entrar. Entonces, el Señor le dijo a Josué, “Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía. Pero Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearán, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto lo harán durante seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día le darán siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas. Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigan el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante” (Josué 6:1-5). Y así fue. Al sonido de las trompetas el séptimo día después de rodear la ciudad siete veces, el pueblo gritó y los muros cayeron. Los israelitas marcharon derecho hacia delante y destruyeron a todo ser viviente en la ciudad; personas, animales y todas sus posesiones. La ciudad fue quemada y una maldición fue pronunciada sobre sus cenizas.

La guerra espiritual

Esta batalla era espiritual. Josué y el ejército de Israel fueron allí por el viaje. El Señor no estaba a su lado, ellos estaban al lado de Él. Las primeras seis veces que rodearon la ciudad era para mostrarles que solamente con el esfuerzo humano la victoria no era posible (seis es el número del hombre, el cual está incompleto sin Dios), El séptimo y final rodeo mostró que con Dios todas las cosas son posibles. 6 (hombre) + 1 (Dios) = 7 (completo). El total de los trece rodeos representa la apostasía de los habitantes de Jericó la cual trajo este juicio sobre ellos. 13 es el número de la apostasía, o rebelión.

Recordemos la promesa del Señor a Abraham. “Ten por cierto que tu descendencia habitará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Pero también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis 15:13-16).

(A propósito, los 400 años y la cuarta generación son dos cosas diferentes. Durante 400 años los hijos de Israel vivieron en Egipto. Pero fueron cuatro generaciones desde la promesa de un libertador a su llegada a la tierra prometida. En la primera generación, el nacimiento y destino de Moisés le fue predicho a sus padres (Hebreos 11:23). Como persona adulta, Moisés pasó 40 años en Madián esperando que el pueblo de su generación (segunda generación) muriera para poder volver y liberar a los israelitas (Éxodo 4:19). El pueblo que él liberó, la tercera generación, tuvo una crisis de fe y murió en el desierto (Números 14:31-35). Los hijos de esta generación, la cuarta, acompañaron a Josué al otro lado del Jordán para reclamar la tierra.)

Luego tenemos la advertencia del Señor a Israel en el desierto antes de cruzar el Jordán. “Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con el SEÑOR cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones el SEÑOR tu Dios echa estas naciones de delante de ti” (Deuteronomio 18:9-12).

En la única guerra de agresión que Israel peleó, lo hizo como los agentes del juicio de Dios en contra de un pueblo que había conocido al Señor pero lo había abandonado por los ídolos paganos. Habiéndoles dado 400 años de tiempo para que se arrepintieran de sus prácticas detestables y retornaran a Él, finalmente se le agotó la paciencia y trajo el juicio en su contra. Al referirse a los pueblos que habitaban la tierra, Dios les ordenó a los israelitas, “Ninguna persona dejarás con vida” (Deuteronomio 20:16-18). Al describir las condiciones existentes allí, Él había dicho, “La tierra fue contaminada; y yo visité su maldad sobre ella, y la tierra vomitó sus moradores” (Levítico 18:25). Si los israelitas hubieran sido fieles a esta orden, muchos de los problemas a los que se enfrentan hoy día pudieron haberse evitado (Jueces 2:1-3).

Y ahora ya conocen la versión adulta.