Lunes 7 de noviembre de 2022
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31-32 NVI)
En la primera frase de la declaración del Señor, el sujeto está el plural – zarandearlos a ustedes – pero luego Él cambia a la forma singular en la segunda y tercera frases. Esto quiere decir que todos los discípulos serían zarandeados cuando el Señor fue arrestado, en cumplimiento a Zacarías 13:7, “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas”. Pero Él estaba seleccionando a Pedro para mantener al grupo unido y centrado después que Él hubiera partido.
Al observarlo durante los 3-1/2 años que pasó con el Señor, podemos decir que Pedro era una persona valiente y decisiva, acostumbrado a hacerse cargo y asegurarse que las cosas se hicieran. Estas son cualidades que nosotros admiramos en un hombre y son necesarias para obtener el éxito como un hombre de negocios independiente igual a Pedro. Algunas personas aún lo han descrito como un cabeza dura o como un cañón sin control. La narración que hace Lucas sobre el llamamiento de Pedro lo muestra como un hombre dado a reaccionar de manera fuerte e inmediata. Después que Jesús le pidió prestada su embarcación para utilizarla como una plataforma para enseñar, hizo que Pedro remara mar adentro y echara sus redes de pescar.
Quejándose de que no habían pescado nada la noche anterior, Pedro dijo que las echaría, pero solamente porque Jesús se lo pidió. Por supuesto, ellos sacaron las redes llenas de peces. La reacción inmediata de Pedro fue decir, “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. Y esto después de haber escuchado solamente una prédica (Lucas 5:1-8).
Cuando Jesús se acercó a Sus discípulos andando sobre el agua, fue Pedro el que saltó de la embarcación para intentar hacer lo mismo, y casi se ahoga (Mateo 14:25-31). Pedro fue el primero en declarar que Jesús era el Hijo de Dios (Mateo 16:16). Cuando Jesús dijo que irían a Jerusalén en donde sería arrestado y condenado a muerte, Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo, “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.
Pero él, volviéndose, le dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y venga” (Mateo 16:22-24).
Durante la Última Cena, cuando Jesús trató de lavar los pies de Pedro, primero él se rehusó a ello, pero luego le pidió al Señor un baño completo. Con Pedro era todo o nada (Juan 13:6-9).
Y, finalmente, en el Huerto de los Olivos más tarde esa noche, Pedro sacó una espada y se interpuso entre Jesús y los soldados armados que habían venido a arrestarlo. Blandiéndoles su espada le cortó la oreja al siervo del Sumo Sacerdote, Malco. Él estaba listo para enfrentarse a todos ellos en defensa del Señor (Juan 18:10).
Pero el Señor lo reprendió y con sólo el toque de Su mano, sanó la oreja del siervo (Lucas 22:51). Luego dijo, “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26:53-54). “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11).
Cuando se leen todas las narraciones del arresto del Señor, obtenemos un vistazo tanto de Su poder como de Su resolución. Juan registra que simplemente el identificarse a Sí mismo hizo que los soldados se echaran hacia atrás (Juan 18:4-6) y de la narración de Mateo nos enteramos que con sólo una orden Él podía hacer que los ejércitos celestiales vinieran en Su ayuda.
Una legión romana la formaban 6.000 soldados, y aun cuando esa era una fuerza formidable, era solamente una fuerza humana. Imagínese lo que 72.000 guerreros angelicales podrían hacer. Él fácilmente pudo haber sometido a los que venían a arrestarlo y haber expulsado a los romanos de Su tierra en el momento, pero eso no fue lo que Él vino a hacer. Cuando considero el poder que Él tenía a su disposición y, sin embargo, la docilidad con la que se sometió a aquellos comparativamente débiles líderes, me postro sobre mis rodillas en admiración y agradecimiento.
Como Pablo escribió más tarde, aquí estaba Uno que era en Su misma naturaleza Dios. Y sin embargo, Él se hizo como nada, adoptando la naturaleza de un siervo humilde y obediente. Como tal Él estuvo de acuerdo en ser ejecutado de una manera que estaba reservada a los peores criminales (Filipenses 2:6-8). Y como Pedro añadiría, no fue por ningún crimen que Él había cometido, sino para pagar el castigo por los nuestros (1 Pedro 1:18-19 y 3:18).
Pero algo debía hacerse en cuanto a Pedro. Tan acostumbrado estaba a llegar al rescate que no podía imaginarse estar allí sin hacer nada, mientras el Señor rendía Su vida perfecta. Y pienso yo que aún la predicción del Señor de su negación le sirvió a Pedro para fortalecer su resolución de que mientras pudiera prevenirla, el Señor no estaría en ningún peligro. Anteriormente el Señor lo había reprendido por no poder ver el cuadro completo al no tener en mente las cosas de Dios sino las de los hombres, pero eso no había sido suficiente. La segunda reprensión del Señor, en el huerto, hizo que Pedro se echara para atrás temporalmente, pero algo más tenía que hacerse.
No era como si Pedro pudiera torcer la voluntad de Dios, pero sí podía ensuciarla bastante, aun perdiendo su propia vida en el proceso. El Señor tenía más cosas guardadas para Pedro que requerían mantenerlo vivo, pero sus maneras de auto determinación no le ayudaban tampoco. Pedro tenía que ser llevado al extremo de sí mismo para que pudiera ser útil para Dios. Él tenía que hacerse débil para que el Señor pudiera mostrarse fuerte, así que Satanás obtuvo permiso para “zarandearlo como si fuera trigo”, de la misma manera como había obtenido permiso para afligir a Job con el objeto de que se cumpliese la voluntad de Dios. Como es con el trigo, el zarandear a una persona tiene por objeto remover sus impurezas, y eso es lo que el Señor quería hacer con Pedro. Satanás fue simplemente Su agente para efectuar ese cambio.
El zarandeo de Pedro empezó con su negación pública del Señor. No me puedo imaginar lo humillante que pudo haber sido para Él cuando escuchó el canto del gallo y recordar la profecía emitida por el Señor sobre esa negación. Él siempre era tan valiente, tan intrépido, pero de un momento a otro aun la acusación de una muchacha sirvienta, la más débil de toda la gente, lo intimidó para negar al Señor, justo en el momento en que él percibía que el Señor estaba en Su mayor necesidad. Aún lo puedo ver culpándose a sí mismo por la muerte del Señor, igual que como usted y yo lo hemos hecho cuando realizamos dentro de nosotros mismos que fueron nuestros pecados los que causaron que fuera puesto en la cruz, y no solamente los de la humanidad, sino los nuestros.
Pedro siempre había sido la persona que los demás buscaban para fortaleza, pero cuando en verdad eso importaba, fue débil, aun cobarde. Por el resto de su vida y a través de toda la Era de la Iglesia, cuando la gente piensa sobre Pedro, recordará ese momento. Eso definió su vida.
Pero Romanos 8:28 sí se aplica a todas las situaciones de nuestras vidas. Los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Porque en ese momento es que Pedro nació de nuevo, fue hecho nuevo en la actitud de su mente. Ese hecho se vuelve penosamente claro en el pasaje en que vemos la reinstalación de Pedro. Lo encontramos en Juan 21:15-19. Utilizaremos la versión de la Biblia Reina Valera Contemporánea para entender el texto. La conversación fue la siguiente:
Cuando terminaron de comer, Jesús le dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Él le dijo: «Apacienta mis corderos.»
Volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» Pedro le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Le dijo: «Pastorea mis ovejas.»
Y la tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que la tercera vez le dijera «¿Me quieres?», y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras.» Jesús dijo esto, para dar a entender con qué muerte glorificaría a Dios. Y dicho esto, añadió: «Sígueme».
La clave para entender este diálogo es la palabra “amor”. En el griego Juan utilizó una palabra diferente en las preguntas del Señor de la que utilizó en la respuesta de Pedro. En las primeras preguntas, la palabra del Señor para amor es “agapao”, la cual describe un amor que lo abarca todo que coloca las necesidades y el bienestar del objeto del amor sobre todo, incluyendo las propias necesidades, y lo hace independientemente de la respuesta del objeto. Es el amor que Él nos tiene a nosotros y que lo demostró en la cruz.
Pero en su respuesta, Pedro utilizó una palabra diferente, “filéo”, la cual significa el afecto que un hermano le puede tener a otro. Finalmente, en Su tercera pregunta, el Señor sustituyó la palabra por la que usó Pedro y así fue como pudieron ponerse de acuerdo. Ambos sabían que el nuevo entendimiento que Pedro tenía de sí mismo no le permitiría proclamar de manera impetuosa el amor extremo que Jesús había pedido, y el Señor estuvo de acuerdo en que el nivel del amor que Pedro podía ofrecer era suficiente. El renacimiento de Pedro fue exitoso y ahora podía ser restablecido en su papel de liderazgo.
Desde aquí en adelante el cambio en Pedro es asombroso. Sus sermones en Hechos 2 y 3 nunca habrían sido posibles si no se hubiera sometido a la guía del Espíritu Santo en él, y a través del Libro de los Hechos es obvio que él era una persona que fue cambiada. Y quizás lo más importante de todo es el ejemplo que su vida provee para aquellos de nosotros que hemos experimentado humillaciones similares y aun fracasos humillantes en nuestro camino para ser útiles al Señor.
Muchos grandes hombres han pasado por pruebas diseñadas para moldearlos para el servicio al Señor. A Abraham se le pidió que despidiera a Ismael y luego que sacrificara a Isaac. Moisés soportó 40 años en el desierto mientras la reputación que había adquirido en la corte de Faraón como Príncipe de Egipto fuera olvidada. Después de derrotar a los 400 profetas de Baal, en uno de las grandes muestras de fe en la Biblia, Elías fue perseguido por una mujer fenicia, Jezabel, y terminó en el desierto. Pablo sufrió golpizas frecuentes y fue sanado de ellas.
Pero así como esas historias son dramáticas, fue Pedro quien nos mostró que los mimos rasgos de personalidad que son los más admirados por el mundo pueden ser un gran obstáculo cuando emprendemos la obra del Señor, y generalmente nuestra única esperanza para ser eficientes es despojarnos de ellos. Es una dolorosa experiencia. Algunas personas son derrotadas por esos rasgos y dejan el ministerio, pero aquellas que sobreviven aprenden que la respuesta del Señor a la queja de Pablo es cierta para todos nosotros, “Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Selah. 15/03/2008.