El pecado habitual

Q

Miércoles 6 de marzo de 2024

P: Yo estoy consciente que todos—por definición—luchamos con el pecado. Pero ¿qué hay de una persona que comete un pecado X sin ninguna intención de detenerse? Yo sé que todo lo que una persona creyente tiene que hacer es pedir para que el Señor la perdone, pero no puedo dejar de pensar que no tengo “derecho” de pedir perdón si mi corazón no está dispuesto a borrar gradualmente ese pecado de mi vida; en otras palabras, yo estoy pidiéndole al Señor que me perdone mis pecados, y no pidiéndole que me ayude con la fuerza para poder vencerlos. ¿Es eso en sí mismo otro pecado que debo confesar?

A

R: Usted está en lo correcto al decir que si no tenemos la intención de dejar de pecar no tenemos el derecho de buscar el perdón. Pero el Señor no nos perdona porque lo merezcamos. Él nos perdona porque creemos que Él murió por nuestros pecados, por todos ellos. Toda persona que está siendo honesta sobre eso entiende que todos estamos en las mismas condiciones (Romanos 3:9-10). Todos tenemos una adicción o una obsesión de algún tipo u otro. En varios grados, todos somos idólatras, codiciosos, adúlteros y asesinos, por lo menos en nuestro pensamiento. La mayor parte del tiempo tenemos buenas intenciones para mejorar, pero ni siquiera podemos vivir a la altura de nuestros propios estándares, menos los de Dios (Romanos 7:18-25).

Yo creo que uno de los propósitos de la confesión es mantenernos conscientes del hecho de que no tenemos nada que nos elogie, a menos que empecemos a creer que de alguna manera merecemos lo que se nos ha dado. La parábola del fariseo y el cobrador de impuestos (Lucas 18:9-14) transmite esa idea. El fariseo estaba agradecido por ser bueno, pero el cobrador de impuestos, o publicano, no abrigaba esa ilusión. Él admitió ser un pecador y simplemente pidió misericordia. El Señor dijo que él fue quien se fue a su casa justificado ante Dios.