Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública (Hebreos 6:4-6 NVI)
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Como resultado, continuamente tenemos nuevos lectores que tienen preguntas similares a algunas que han preguntado previamente las personas que han estado con nosotros por más tiempo. Un ejemplo importante de ello es la cantidad de preguntas que he recibido recientemente sobre Hebreos 6:4-6.
Empecemos Por El Principio
Empecemos por revisar lo que es básico de nuestra relación con el Señor. ¿Qué se necesita para ser salvos? Yo creo que la mejor respuesta a esa pregunta es la que el Señor expresó en Juan 6:28-29.
«Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado».
Esta era una oportunidad perfecta para enumerar todas las cosas que tenemos que hacer para cumplir con los requisitos de Dios. Jesús pudo haber repetido los Diez Mandamientos. Pudo haber repetido el Sermón del Monte. Pudo haber enumerado cualquier cantidad de advertencias y restricciones necesarias para lograr y mantener las expectativas de Dios hacia nosotros. ¿Pero qué fue lo que Él dijo? «Crean en el que Él ha enviado». Punto. Esa era una repetición de Juan 3:16, la cual confirma que el creer en el Hijo es el solo y único requisito para la salvación.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Esta frase no contiene nada para que pueda ser malinterpretada. Estas son dos de las declaraciones más claras de la Biblia sobre la salvación.
Unos capítulos después, Él dijo que Su Padre estaba en completo acuerdo. Y no solamente nuestra creencia era suficiente para darnos la vida eterna, sino que es la voluntad de Dios que Jesús no pierda a ninguno de nosotros que han creído. Usted y yo somos conocidos por desobedecer la voluntad de Dios, ¿pero Jesús lo hizo alguna vez? ¿Y no es Él a quien se le ha responsabilizado por guardarnos? Leámoslo.
«Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero» (Juan 6:38-40).
Y en caso de que no nos hemos fijamos en esta promesa, Jesús la volvió a hacer, y con más claridad, en Juan 10:28-30. «Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos». Tanto el Padre como el Hijo han aceptado la responsabilidad de nuestra seguridad. Una vez que estamos en Sus manos, nadie nos puede quitar de allí.
Yo he utilizado a propósito las palabras que el mismo Señor pronunció para establecer este asunto, porque ya puedo escuchar el coro de «Si, pero» que arman todas aquellas personas que rehúsan tomarlas literalmente para lanzar sus versículos favoritos que niegan la Seguridad Eterna, aunque las estén malinterpretando, como es el caso.
Una característica de Dios que nos da el mayor consuelo es saber que Él no puede mentir ni cambiar de manera de pensar, como tampoco contradecirse a Sí mismo. Él no puede decir algo en un lugar y luego decir algo enteramente diferente en otro. Él es consistente. Si Él dice que somos salvos solamente porque creemos en Él, y que Él ha aceptado la responsabilidad de mantenernos así, es que podemos confiar en ello. Como lo veremos, cualquier cosa en la Biblia que pareciera contradecir estas declaraciones simples y claras, tiene que estar hablando de alguna otra cosa.
Pero primero, puesto que Él le ha dado tanto énfasis a que creamos, miremos esa palabra más de cerca. ¿Qué quiere Él decir con «creer»? La palabra griega para creer es pístis. Según la Concordancia Strong, es una «convicción o credibilidad con respecto a la relación del hombre con Dios y las cosas divinas, generalmente con la idea incluida de confianza y fervor santo nacidos de la fe y unidos con esta». En relación con el Señor Jesús significa, «una convicción fuerte y bienvenida, o creencia, que Jesús es el Mesías, por medio del cual obtenemos la salvación eterna en el reino de Dios».
El Apóstol Pablo nos dio un vistazo muy valioso sobre la naturaleza de esta creencia. Él escribió, «Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:9-10).
La creencia de la que Pablo hablaba no es solamente un asunto del intelecto, o alguna pasión emotiva del momento. Es una convicción que se forma muy dentro de nuestro corazón; es la realización de que Jesús no es solamente un hombre. Él es nuestro Señor, y Él llevó consigo el castigo debido a nosotros por nuestros pecados, el cual es la muerte. Y para demostrar que Dios aceptó Su muerte como suficiente, Él levantó a Jesús de los muertos para que se sentase a la par de Él en los lugares celestiales (Efesios 1:20). Puesto que Dios no puede morar en la presencia del pecado, y puesto que la paga del pecado es la muerte, cada uno de nuestros pecados tenía que ser pagado. Si aun solamente uno de ellos hubiera permanecido sin pagarse, Jesús aun estaría en la tumba. Así que tenemos que creer que Jesús se levantó de los muertos para creer que nosotros también lo haremos.
Es la clase de creencia que lo salva a uno y lo mantiene de esa manera, porque pone en movimiento una cadena de eventos que son irreversibles. En esta cadena hay cuatro eslabones. Usted pone dos y el señor pone los otros dos. Usted escucha y cree, y el Señor marca y garantiza.
Gracias a Cristo, también ustedes que oyeron el mensaje de la verdad, la buena noticia de su salvación, y abrazaron la fe, fueron sellados como propiedad de Dios con el Espíritu Santo que él había prometido. Este Espíritu es el anticipo que nos garantiza la herencia que Dios nos ha de dar, cuando haya completado nuestra liberación y haya hecho de nosotros el pueblo de su posesión, para que todos alabemos su glorioso poder (Efesios 1:13-14 Dios Habla Hoy).
La palabra «anticipo» es un término legal que describe un pago inicial que constituye una obligación legal que debe de cumplirse con la compra. Si usted alguna vez ha adquirido una propiedad, entonces está familiarizado con el término «Prima Inicial» de depósito. Es lo mismo. Si usted no está familiarizado con ese término, aquí hay otro ejemplo. Es como si hubiéramos sido «apartados». El precio ha sido pagado y hemos sido quitados del mostrador hasta que la persona que nos ha comprado regrese para llevarnos consigo. Mientras tanto no podemos ser comprados por nadie más porque, legalmente, le pertenecemos a la persona que pagó el anticipo de primero. «Ustedes no son sus propios dueños», se nos dice. «fueron comprados por un precio»» (1 Corintios 6:19-20 NVI). Eso quiere decir que no podemos ser «des-comprados» ni aun por nosotros mismos.
Todo esto sucedió en el primer momento en que creímos, antes podíamos hacer cualquier cosa ya fuera para ganar o para perder nuestra posición. El hombre en la cruz a la par de Jesús es el prototipo de esta transacción. Habiendo hecho algo lo suficientemente malo como para ser ejecutado, se le prometió un lugar en el Paraíso, solamente porque él creyó en su corazón que Jesús era el Señor de un reino venidero (Lucas 23:42-43). Puesto que Jesús también estaba siendo ejecutado, eso significaba que él creía que Jesús sería levantado de los muertos.
Pablo lo puso aun más claro cuando repitió esta increíble promesa en 2 Corintios 1:21-22 (NVI). «Dios es el que nos mantiene firmes en Cristo, tanto a nosotros como a ustedes. Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas».
Esta vez él removió cualquier duda sobre Quién es el que nos mantiene salvos. Ahora es Dios Quien nos hace a usted y a mí estar firmes en Cristo. Dios ha puesto Su sello en nosotros y Su Espíritu en nosotros, como Su garantía personal. ¿Qué podría ser más claro que esto?
Unión Y Comunión
Si la doctrina de la Seguridad Eterna está tan clara, ¿por qué hay tanto desacuerdo? Yo he encontrado dos razones. La primera es sobre la naturaleza doble de nuestra relación con el Señor. Una parte se llama Unión, la cual es eterna e incondicional, y está basada solamente en nuestra creencia. Efesios 1:13-14 describe nuestra Unión con Dios que está sellada y garantizada. Una vez que hemos nacido de nuevo, no podemos «des-nacernos». Esa unión queda para siempre. El Espíritu Santo está sellado dentro de nosotros desde el momento en que creímos hasta el día de la redención. En ninguna parte se encuentra ni siquiera una insinuación que pueda revocar esta garantía.
La otra parte se llama Comunión la cual es un poquito más complicada. La comunión es ese estado de constante cercanía a Dios la cual le permite a Él bendecirnos en nuestra vida diaria, haciendo que las cosas nos sucedan y protegiéndonos de los ataques del enemigo. Es como si Él hubiera hecho equipo con nosotros para darnos una ventaja sobrenatural. La Comunión se define en 1 Juan 1:8-9 como que es tanto terrenal como condicional a nuestro comportamiento. Aun como creyentes, mientras estemos aquí en la tierra, continuaremos pecando. Y puesto que Dios no puede morar en presencia del pecado, nuestros pecados no confesados interrumpen nuestra relación terrenal con Él y nos pueden privar de las bendiciones que de otra forma podemos estar recibiendo. Aun somos salvos en el sentido eterno, pero estamos fuera de Comunión aquí en la tierra.
Y cuando estamos fuera de Comunión, nos convertimos el blancos legítimos para que el enemigo nos dañe, como le sucedió a Job. El pecado de Job era su auto justificación y debido a que no lo confesaba, Dios le permitió a Satanás afligirlo hasta llevarlo al punto de recobrar su juicio otra vez. Cuando lo hizo, él lo confesó y fue restablecido (Job 42). Dios nunca lo abandonó. Su intención todo el tiempo fue la de traer de vuelta a Job a Él.
Para una ilustración en el Nuevo Testamento, tomemos la Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32). Aquí vemos un ejemplo muy claro de lo que significa «apartarse». El hijo pródigo dejó la casa de su padre y se fue por sus propios medios, pero aun así nunca dejó de ser el hijo de su padre. Cuando se dio cuenta de su error se devolvió y fue como si nunca se hubiera ido.
El caso de Job fue real y nosotros sabemos que el Señor estaba dirigiendo todo el asunto, algo que Job no sabía. La historia del Hijo Pródigo es una parábola, pero yo estoy convencido de que el mismo principio se aplica aquí. Cada vez que un «hijo pródigo», o «hija pródiga», se va por su cuenta, Dios obra silenciosamente para desbaratar los sentimientos de auto-suficiencia y lo atractivo de la independencia, dándole un codazo al hijo descarriado para que se vuelva al camino. Esta es la forma como los pastores mantienen el rebaño junto, y nuestro Pastor ha prometido que nunca perderá a ninguno de nosotros.
Como el hijo menor, siempre perteneceremos a la familia de nuestro Padre. Pero no recibiremos ninguna de Sus bendiciones mientras permanezcamos apartados de la Comunión. Y así como Job y el Hijo Pródigo, cuando retornamos a nuestro Padre y confesamos nuestros pecados, de inmediato somos purificados de toda maldad y restaurados a la Comunión.
Una de las razones de porqué tantos cristianos viven unas vidas tan derrotadas es que al haber escuchado solamente la parte de la Unión al ser creyentes, únicamente conocen que Dios les ha perdonado sus pecados y que un día estarán con Él cuando mueran, o sean Raptados. Estas personas no se dan cuenda que aun es necesario confesar sus pecados cada vez que pecan para poder permanecer en Comunión con Dios. Y de esa manera, al estar privados de la providencia de Dios, se pueden descorazonar y aun dejar de orar y asistir a la iglesia. Otros creyentes, que tampoco entienden esta relación doble, miran al desastre en que están metidos y piensan que pudieron haber perdido su salvación. Y como el caso de los amigos de Job, buscaron en la Palabra de Dios para encontrar la confirmación de lo que ya creían, y al tomar los versículos fuera de contexto, creen que han encontrado la prueba que necesitan.
La Unión y la Comunión no son ideas solamente del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, aun cuando Israel era obediente en pensamiento y obras, haciendo lo mejor que podía para complacer a Dios, los sacerdotes aun tenían que sacrificar un cordero sobre el altar cada mañana y cada tarde por los pecados del pueblo. En el Nuevo Testamento, 1 Juan 1:9 es el equivalente de todos esos sacrificios diarios por el pecado. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Esto fue escrito para los creyentes que ya son salvos pero que están en peligro de no estar en Comunión debido a sus pecados.
El Regalo Y La Recompensa
El otro motivo por el que las personas se confunden es que existen dos tipos de beneficios en la eternidad. El primero es el regalo gratuito llamado Salvación, el cual se les otorga a todas aquellas personas que lo piden en fe sin tomar en cuenta ningún mérito, y el cual garantiza nuestro ingreso en el Reino. Efesios 2:8-9 es el modelo, al decir que la salvación es un Regalo de Dios.
El segundo consiste en las recompensas celestiales que podemos ganar por las cosas que hacemos como creyentes aquí en la tierra. Filipenses 3:13-14 son unos buenos versículos para explicar esto. «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús». Además del regalo, hay un premio, o recompensa.
Un regalo es algo que se da producto del amor, sin tomar en cuenta los méritos, y nunca se pide devolverlo. Una recompensa, por el otro lado, es algo a lo que nosotros como personas, calificamos para ganarla. Y si no nos cuidamos podemos perderla (Apocalipsis 3:11). Pablo había recibido el regalo de la salvación, el cual que llevaba consigo. Y ahora él se concentraba en ganar la recompensa también.
En 1 Corintios 9:24-27 él explicó la diferencia en gran detalle. «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible».
Ningún atleta olímpico quedaba satisfecho con solamente haber calificado para participar en los juegos. Todos querían ganar la corona del vencedor. De la misma manera nosotros no debemos estar satisfechos con solamente haber recibido el Regalo de la salvación. Ahora debemos vivir nuestras vidas como creyentes de tal manera que podamos también ganar la Recompensa.
La Biblia le llama a algunas de estas recompensas coronas, y mientras que la corona del atleta pronto se marchitaba (estaba hecha de ramitas de hiedra), las coronas de los creyentes pueden permanecer para siempre. Vale la pena hacer algunos sacrificios para obtenerlas. Es por eso que Pablo dijo que «golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Corintios 9:27). Estas coronas se identifican como la Corona Incorruptible (de la Victoria) en 1 Corintios 9:25, la Corona del Ganador de Almas en Filipenses 4:1 y 1 Tesalonicenses 2:19, la Corona de Justicia en 2 Timoteo 4:8, la Corona de Vida en Santiago 1:12 y Apocalipsis 2:10, y la Corona Incorruptible de Gloria en 1 Pedro 5:4.
La diferencia entre el Regalo y la Recompensa también la podemos ver en 1 Corintios 3:12-15. «Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego».
En el juicio de los creyentes, la calidad de nuestras obras sobre la tierra será probada por el fuego. Solamente la obra que sobrevive la prueba nos dará la recompensa. Pero debemos observar que aun si todas nuestras obras son destruidas por el fuego, aun tenemos nuestra salvación. ¿Por qué? Porque la Salvación es un regalo gratuito de Dios, dado como una muestra de amor, independiente de cualquier mérito.
El Señor también mencionó otras recompensas. En Mateo 6:19-21 Él nos aconseja, «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Hay ciertas cosas que como creyentes podemos hacer aquí en la tierra que producen esos depósitos en nuestra cuenta celestial. Algunas personas creen que este pasaje se refiere a la forma como utilizamos nuestro dinero. ¿Lo utilizamos para enriquecernos, acumulando riquezas que sobre exceden nuestras necesidades? ¿O lo utilizamos para la obra del Reino? Aquí tenemos una sugerencia. Nuestros diezmos es lo que le debemos a Dios. Es lo que hacemos con el dinero que nos queda lo que en realidad cuenta. Y con la medida que usemos, se nos medirá (Lucas 6:38).
Para resumir, en el Nuevo Testamento tenemos versículos como Efesios 1:13-14 que hablan sobre la Unión. Hay versículos como 1 Juan 1:8-9 que hablan sobre la Comunión. Hay versículos como Efesios 2:8-9 que hablan sobre el Regalo y hay versículos como 1 Corintios 9:24-27 que hablan sobre la Recompensa.
Los versículos que enfatizan el creer, explican la naturaleza permanente de nuestra unión con Dios, y están dirigidos hacia la eternidad. Estos con los versículos de la Unión. Aquellos que involucran la gracia y la fe, son los versículos de las Recompensas. Aquellos que requieren trabajar y están dirigidos hacia la calidad de nuestras vidas sobre la tierra, son versículos de la Comunión, y aquellos que requieren obras e involucran los galardones eternos, son versículos de Recompensas.
Cuando usted mira las Escrituras desde esta perspectiva, todas las contradicciones aparentes desaparecen y usted ya no tendrá que pensar más porqué Dios pareciera decir una cosa en un lado y algo diferente en otro. El asunto se vuelve en algo que se debe de identificar correctamente y es el punto central de algún pasaje en particular que uno está leyendo. Se debe determinar el contexto al leer los versículos que lo rodean, y así poder asignarle una de estas cuatro categorías.
Y Ahora Sobre Hebreos 6
Entonces, ahora sí estamos listos para comentar Hebreos 6:4-6 un pasaje que con frecuencia se cita para oponerse a la doctrina de la Seguridad Eterna. Por favor recuerden que toda esta carta fue dirigida a los creyentes judíos quienes estaban siendo atraídos para seguir guardando la Ley, por lo que el contexto es el Nuevo Testamento vs. el Antiguo. (La razón por la que esta carta se encuentra en la Biblia, es porque este asunto aun se practica hoy en día, solo que ahora abarca tanto a judíos como a gentiles.) En Hebreos 6:1-3 el autor dijo que él ahora pasaba más allá de las enseñanzas elementales relacionadas a la salvación, y en el versículo 9 él confirmó que él ha estado hablando sobre las cosas que acompañan a la salvación. Eso nos dice que los versículos 4-6 no están relacionados con la salvación (Unión) sino a las cosas que la acompañan (Comunión). Sabemos que la idea de que un creyente haga algo que le haga perder de manera irrecuperable su salvación, está en contradicción directa a la clara promesa de que el Espíritu Santo está sellado dentro de nosotros desde el mismo instante de haber creído y hasta nuestra redención.
Entonces, ¿qué es lo que estos creyentes hacen que pueda ser considerado como apartarse? Recordemos que ellos eran judíos que habían probado lo bueno de la palabra de Dios y de los poderes de la era venidera, la Iglesia. A ellos se les estaba advirtiendo de no devolverse al Antiguo Pacto para encontrar los remedios de su constante pecado en los sacrificios diarios.
¿Y qué es lo que les prevenía ser restaurados? El continuar con las prácticas de esos remedios en lugar de simplemente confesar sus pecados. Al hacerlo ellos estaban relegando la muerte del Señor al mismo nivel de la de los dos corderos que se sacrificaban diariamente. La Ley era solamente una sombra de las cosas buenas que venían, y no la realidad en ella misma. Una vez que la Realidad apareció, ya la sombra no era efectiva. ¿Y cuál sería su castigo? La pérdida de la Comunión. Vivir una vida derrotada, sin producir frutos, todas sus obras siendo quemadas en el juicio de 1 Corintios 3. Pero ¿eran aun salvos? ¡Sí!
Entonces, la advertencia en Hebreos 6 es en contra de interrumpir nuestra Comunión con Dios, no el romper nuestra Unión con Él. La clave está en la frase «renueven su arrepentimiento». Aquellas personas que dependían de los sacrificios diarios en vez de confesar sus pecados directamente a Dios, en realidad estaban volviendo a crucificar al Señor de nuevo, puesto que Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los sacrificios diarios eran una anticipación de Él, y cuando Él vino la sombra cedió el campo a la realidad. Ya la vieja manera no era suficiente para restaurarlos a la comunión. La aplicación moderna de todo esto es devolverse para depender de nuestras propias obras para mantenernos salvos, en lugar de confiar en Dios Quien es El que nos mantiene.
Puesto que 1 Juan 1:9 dice que la confesión trae el perdón de nuestros pecados y la limpieza de toda maldad (la renovación para arrepentirse de nuevo), entonces, por implicación cualquier otra cosa que nos sea la confesión de nuestros pecados, impide el perdón y la purificación, y causa el alejamiento de Dios. Eso no revoca nuestra salvación, sino que debido a que Dios no puede estar en la presencia del pecado, sí se suspende nuestra relación, privándonos de las bendiciones que de otra forma podríamos recibir.
Hay muchos otros versículos que de manera inequívoca nos prometen la seguridad eterna. Y puesto que la Biblia no se puede contradecir a sí misma y permanecer siendo la Palabra de Dios, el interpretar Hebreos 6 como que tiene que ver con la salvación, está en violación directa de la regla básica de interpretación, la cual enseña que debemos utilizar los versículos más claros para poder interpretar los que parecen ser los más oscuros, y no al revés. Los versículos más claros y de más fácil interpretación sobre la salvación explican que la salvación es por la gracia por medio de la fe.
Cuando las personas dicen que Dios no retira el regalo de la salvación pero que sí se puede apartar de él, no solamente no están tomando en cuenta las promesas y las garantías que Dios nos ha hecho, sino que también han puesto palabras en Su boca. Cuando Él dice en Juan 10:28, «nadie las arrebatará de mi mano», ellos tendrían que insertar la frase «excepto nosotros» después de la palabra «nadie».
Es lo mismo con Romanos 8:38-39.
«Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».
Aquí ellos tendrían que insertas la frase «excepto nosotros» después de «otra cosa creada».
Nada de lo anterior tiene la intención de justificar el pecado. Como una demostración de nuestra gratitud por el regalo de la salvación, a los creyentes se les advierte continuamente en las Escrituras, de vivir nuestras vidas de una manera que le agrade a Dios. Y eso no es para ganar o mantener la salvación, sino como un agradecimiento al Señor por habérnosla dado. Y para poder lograr eso, el Espíritu Santo ha llegado a morar en nosotros para guiarnos y dirigirnos, y para orar por nosotros. Y puesto que el Espíritu de Dios mora en nosotros ya no estamos bajo el control de la naturaleza pecaminosa y es así como podemos complacer a Dios por la forma en que vivimos. Y a pesar de que hacemos todo esto por gratitud por el regalo que Él ya nos ha dado, el cual es la Unión con Él, Él nos bendice de nuevo con la Comunión aquí en la tierra y las Recompensas en la eternidad. Selah. 20/12/2008.