Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle.
Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
En la versión de Mateo sobre este intercambio podemos leer lo que Pedro dijo y que causó tan fuerte respuesta. Su reacción a la profecía del Señor había sido, “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16:22). Esa fue una afirmación emocional, hecha sin pensar y producto del deseo de proteger al Señor de cualquier daño, y pronunciada por pura motivación. Usted y yo podríamos haber dicho algo como, “Sobre mi cadáver.”
A pesar de que la respuesta del Señor fue en extremo fuerte, no salió de improviso como la de Pedro. Recuerden, Jesús no podía decir nada por Sí mismo. En vez de ello, Él explicó, “Lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.” (Juan 12:50).
¿Estaba Jesús diciendo que no importa lo bien intencionado o puro del motivo, si lo que decimos no está de acuerdo a la voluntad de Dios, sino que al contrario refleja los deseos humanos, realmente no proviene de Satanás? Averigüémoslo.
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:14).
Durante el tiempo que pasaron con el Señor, los discípulos con frecuencia parecía como que si no entendían nada. Más de una vez, Él parecía haber agotado Su paciencia con ellos. Mateo 15:1-20 es un buen ejemplo. Algunos fariseos habían criticado a Jesús porque Sus discípulos no practicaban la ceremonia tradicional del lavamiento de manos antes de comer. Jesús respondió señalándoles los ejemplos cuando sus tradiciones contradecían la Ley de Dios. Los llamó hipócritas y les dijo que lo que entra en la boca de la persona no es lo que la contamina, sino lo que sale de ella. Cuando los discípulos le dijeron que los fariseos se habían ofendido por Sus comentarios, Jesús les contó una parábola de un ciego guiando a otro ciego.
Pedro no la entendió y le pidió a Jesús que la explicara. “¿También ustedes están aún sin entendimiento?” Jesús exclamó, y luego les dijo que las cosas que entran por la boca y van al estómago, luego salen del cuerpo, pero las cosas que salen de la boca provienen del corazón, e incluyen malos pensamientos de toda clase. Eso es lo que nos hace inmundos, dijo Él. No lo que comemos sin lavarnos las manos.
Y en el siguiente capítulo de Mateo, ellos malinterpretaron Su referencia a la “levadura” de los fariseos. A pesar de que Él recientemente había creado, de la nada, suficiente pan para alimentar a una multitud de gente, ellos creían que era porque no habían traído pan.
Dándose cuenta de la discusión de ellos, Jesús les preguntó, “¿Por qué piensan dentro de ustedes, hombres de poca fe, que no tienen pan? ¿No entienden aún, ni se acuerdan de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogieron? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogieron? ¿Cómo es que no entienden que no fue por el pan que les dije que se guardaran de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:8-12).
Aún después de la resurrección, algunos de ellos no entendieron. De camino a Emaús luego de escuchar a los dos cabizbajos discípulos recordando los eventos que culminaron en Su crucifixión, Jesús dijo, “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” Y mientras caminaban juntos Él les explicó las profecías del Antiguo Testamento acerca de Su muerte y resurrección (Lucas 24:13-27).
Luego nos enteramos que los discípulos no recibieron el Espíritu Santo sino hasta el atardecer después de la resurrección del Señor (Juan 20:22). A pesar de los tres años de que el mismo Señor les estuvo enseñando, eso no constituía un sustituto de ese don. Los sermones de Pedro en Hechos 2:14-41 y Hechos 3:11-26 muestran la asombrosa diferencia que el Espíritu Santo puede hacer en una persona.
De esto podemos ver que no debemos sorprendernos cuando un incrédulo no puede entender la palabra de Dios. Después de todo nosotros tampoco podíamos entenderla antes de ser creyentes. Pero eso no necesariamente quiere decir que una persona con el Espíritu Santo de inmediato va a entender las cosas de Dios, y automáticamente va a ceder su voluntad a Dios como los discípulos lo hicieron. Eso significa que a diferencia de los no creyentes, a nosotros se nos ha dado el potencial para poder entender las cosas de Dios y seguir Su voluntad para con nosotros. Pero para darnos cuenta de ese potencial debemos permitirle al Espíritu Santo que re-entrene nuestras mentes.
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despójense del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renuévense en el espíritu de la mente de ustedes, y vístanse del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).
Pablo dejó en claro que esto es algo que nosotros tenemos que decidir hacer. Debemos dejar a un lado nuestro viejo yo, el cual ha sido viciado en las maneras del mundo, y vestirnos del nuevo yo, la nueva creación que somos cuando aceptamos la muerte del Señor como pago total por nuestros pecados (2 Corintios 5:17). Debemos hacernos nuevos en la actitud de nuestra mente.
Una actitud es simplemente el hábito de un pensamiento. Como no creyentes todos hemos desarrollado hábitos en la forma de pensar. Los obtenemos al estar expuestos al mundo que nos rodea, y puesto que todo el mundo está bajo el control del maligno (1 Juan 5:19), muchas de las actitudes que nos formamos son opuestas a las cosas de Dios, y no se alejaron de nosotros simplemente por ser ahora creyentes.
Tenemos que decidir intercambiar nuestras viejas y mundanas actitudes por las que son nuevas y piadosas. Y a pesar de estar llenos del Espíritu Santo, eso toma tiempo y práctica. Recuerden, Él solamente se encuentra aquí para guiarnos a toda la verdad (Juan 16:13), no para controlarnos. Por eso es que a Él se le llama Consejero en vez de comandante. Nosotros aún tenemos que tomar la decisión de permitirle cambiar la manera como pensamos. La razón del porqué tantas personas creyentes aun viven de la misma manera y desean las mismas cosas como antes de ser salvas es que no han tomado esta decisión, y por lo tanto, el Espíritu Santo no las ha cambiado (Mateo 13:22).
“Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es el culto racional de ustedes. No se conformen más a este siglo, sino sean transformados por medio de la renovación de su entendimiento [mente], para que comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).
Ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo significa escoger vivir de una manera que plazca a Dios en agradecimiento por el invaluable regalo de la salvación. Renovar nuestras mentes significa rechazar cualquier actitud mundana que no sea consistente con la palabra de Dios y re-emplazarla con la que sí es.
En 1 Corintios 6:19-20 Pablo nos recuerda que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que hemos sido comprados a un precio. Según 1 Pedro 1:18-19, ese precio no fue ni plata ni oro sino la sangre preciosa de Cristo, y cuando nos pusimos de acuerdo con Dios para que esto se constituyera como el pago total por nuestros pecados, Él puso Su sello de propiedad en nosotros y puso Su Espíritu en nuestros corazones como un depósito como garantía para lo que viene (2 Corintios 1:22). Ahora nosotros le pertenecemos a Él, y nada puede cambiar eso.
El mundo nos dice que podemos escoger el estilo de vida, la vocación y la cosmovisión que queramos. Pero Pablo dijo que experimentemos el total beneficio de la voluntad de Dios en nosotros, y permitirle a Él que nos de la vida abundante que Él desea para nosotros (Juan 10:10). Aquí no hay ningún sacrificio real involucrado, porque cuando nosotros nos deleitamos en el Señor, Él nos dará las peticiones de nuestros corazones (Salmo 37:4). La mayoría de las personas no se dan cuenta del verdadero deseo de sus corazones, sino que tarde o temprano se conforman con algo menor. Es solamente aquellas personas que se deleitan en Él las que pueden mirar hacia adelante con la seguridad de obtenerlo todo.
“Por tanto, ustedes cíñanse los lomos de su entendimiento, sean sobrios, y esperen por completo en la gracia que se les traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes ustedes tenían estando en su ignorancia; sino, como aquel que los llamó es santo, sean también ustedes santos en toda su manera de vivir; porque escrito está: Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:13-16).
Así entonces, ultimadamente todo lo que no proviene de Dios realmente es de Satanás. Aún las cosas de este mundo que creemos haber escogido libremente son en la realidad una ilusión, porque si no nos acercan a Dios nos están acercando a Su enemigo. No existe ninguna posición independiente. Por ejemplo, ¿realmente creemos que al excluir a Dios de nuestra sociedad hemos obtenido mayor libertad para nosotros? ¿O es la evidencia que nos rodea la que nos lleva a la conclusión que solamente hemos adquirido un nuevo amo, uno que no tiene nuestros mejores intereses en el corazón? ¿Al haber abandonado a Dios no es que nos estamos conformando a los malvados deseos que las personas tenían cuando vivían ignorantes de Él?
Miren a su alrededor. ¿Son ustedes más felices? ¿Están más seguros? ¿Están mejor nuestros hijos? ¿Pueden ellos mirar hacia el futuro a una vida de oportunidad y de promesa? ¿Podemos confiar en nuestros oficiales elegidos para que no nos traicionen? ¿Han mejorado los prospectos para el futuro? ¿Existe alguna evidencia del todo de que la vida está mejor en una sociedad que se ha liberado de Dios? Las personas me preguntan si ya es demasiado tarde para los EE.UU., pero yo creo que una mejor pregunta sería, “¿Es ya demasiado tarde para el mundo?”
El Rey David tenía en mente nuestros días cuando profetizó,
“¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo:
Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas.
El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte” (Salmo 2:1-6)
Mientras que esta profecía verá su cumplimiento total en la Batalla de Armagedón, es razonable concluir que el mundo ya está abierto a rebelarse en contra de Dios. ¿Puede Su ira haber quedado muy atrás?
1 Pedro 1:13-16 contiene un buen consejo para nosotros sobre quienes el fin de la era ha llegado. Debemos preparar nuestras mentes para la acción, ser auto-controlados, y poner nuestra esperanza totalmente en la gracia que se nos dará cuando Jesucristo sea revelado. Para mí esto significa estar listos para salir, no entrar en pánico, y confiar en la promesa del Señor de rescatarnos antes que la ira venidera sea derramada (1 Tesalonicenses 1:10).
Debemos alejarnos de los deseos malignos de este mundo y ser santos, como Aquel que nos llamó es santo, y no depender que el mundo de alguna manera se va a poner a derecho con Dios, sino, en su lugar, mantenernos enfocados en Su plan para nuestro futuro
Recuerden, la santidad no es una función del comportamiento, es una función de propósito. Ser santo es encontrarse uno apartado para Dios, y el claro mensaje de la Biblia es que el pueblo de Dios debe estar apartado del mundo. No estamos para conformarnos a las maneras del mundo (Romanos 12:2) o ser engañados por sus promesas (Mateo 13:22) o atesorar sus riquezas (Mateo 6:19). Hemos sido redimidos del mundo y apartados para Él. A pesar de que por un poquito más aún estamos en el mundo, no pertenecemos al mundo (Juan 18:36). Nuestra ciudadanía está en el Cielo (Filipenses 3:20) y nuestro destino es morar allí. “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). Cualquier cosa menos que esta es no tener la mente en las cosas de Dios sino en las cosas del hombre. Selah 26/07/12
Título Original: Get Behind Me Satan
Traducido por Walter Reiche B.
walterre@racsa.co.cr