Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Hay mucho que hablar en estos días sobre los distintos grados del bien y del mal, y algo de eso ha evolucionado hasta el punto de replantear nuestro punto de vista tradicional sobre el estado eterno de los incrédulos. El punto de vista tradicional es que cualquier persona que fracase en aceptar el perdón que Dios compró para nosotros con la sangre de Su Hijo, pasará la eternidad en un estado de castigo agonizante en el lago de fuego
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:11-15).
Pero algunas personas han empezado a cuestionar este punto de vista al preguntar porqué una persona incrédula humanitaria que ha vivido una vida ejemplar al servicio de los demás, pero que fracasó en aceptar al Señor como su Salvador, debe de recibir el mismo castigo como alguien como Hitler o Stalin quienes asesinaron a miles de personas a sangre fría. Ellos sostienen que esa no es la forma de Dios de hacer las cosas, y lo sostienen al citar Apocalipsis 20:12 que en parte dice, “y fueron juzgados los muertos … según sus obras”.
Para ellos, este versículo indica que un espíritu de causa y efecto reside en el juicio y revela las intenciones de Dios para hacer que el castigo se ajuste al crimen, por decirlo de una manera. Por lo tanto, afirman, Dios que es justo y misericordioso, mirará a los incrédulos que de otra manera vivieron vidas fructíferas y les dará un castigo que es más corto y menos severo que el que los asesinos en masa y los torturadores van a recibir. Pero puesto que no importa lo buena que una persona sea, al morir en un estado de incredulidad el resultado es la muerte eterna, entonces al final del término de su castigo, esa persona será destruida y cesará de existir en cualquier forma. Entonces, como recompensa por su vida buena en la tierra, serán eliminados de su miseria después de un corto y más tolerable período de tiempo de castigo. A esto se le llama el “punto de vista condicional” del infierno.
Devolvámonos Por Un Momento
¿Existe un apoyo bíblico para esto? Vayamos al primer juicio del pecado que registra la historia para poder saberlo. Al estudiar la primera vez que un concepto importante se menciona en las Escrituras, generalmente descubrimos pistas que nos ayudan a comprender situaciones similares posteriores. Los eruditos se refieren a eso como el aplicar el principio de la primera mención.
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).
Adán fue creado a imagen de Dios, inmortal, con un talento y una destreza que usted y yo solo podemos imaginar. Lo mismo fue con Eva. Ambos estaban llenos de bien y de pureza, y caminaban y hablaban con Dios. Solamente tenían una regla y solamente la desobedecieron una vez.
Pero cuando lo hicieron, a pesar del hecho de que el bien en ellos sobrepasaba en mucho al mal, y a pesar de que solamente cometieron un pecado, ellos murieron y la creación fue maldecida, como lo fue toda su progenie. Todos lamentamos ahora las consecuencias producidas por este acto de desobediencia. Como escribió Pablo, “por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres” (Romanos 5:18).
Sin embargo, ellos eran relativamente buenos, quizás mucho más que la mayoría de nosotros, porque la Biblia no menciona ningún otro pecado en sus vidas. ¿Su castigo se ajustó a su crimen? ¿Pesó Dios lo bueno de sus vidas en contra de lo malo? ¿O, hizo Dios exactamente lo que les dijo que haría?
Por lo que pueda valer, yo no veo ninguna obstrucción en el trato de Dios con Adán y Eva entonces, ni con la humanidad desde ese momento. Yo creo que el aplicar una escala de bondad a la vida de cada persona, es una idea humana. Por ejemplo, tomemos la situación contraria. ¿Cómo se les otorga a los creyentes el ingreso al Reino? ¿Existe alguna escala de mérito relativo que se aplica, o estamos dentro en un ciento por ciento? Algunas personas dicen que el castigo de los incrédulos es demasiado severo, pero ¿cuántos creyentes se merecen la recompensa que se nos ha dado?
Ustedes saben que esta relatividad se encuentra en el islam, en donde el en juicio final se dice que Alá va a comparar lo bueno y lo malo en la vida de cada persona para luego decidir si a esa persona se le permite el ingreso en el paraíso. (El único boleto de ingreso es morir en batalla como mártir.) Como cristianos nosotros reaccionamos pobremente ante esa idea. Decimos que no es justa, porque nadie puede saber por adelantado, si uno es salvo o no. Y sin embargo, algunos se sienten bien con que esa misma incertidumbre los haga parte de un lote de incrédulos en términos de juicio.
¿No podría esa incertidumbre tener el efecto de causarle a alguien que realmente no cree en el infierno de todas maneras, tener más confianza en posponer su decisión, creyendo que puesto que ha vivido una vida buena podrán arreglar algo con Dios después de haber muerto? ¿No hemos pensado todos nosotros que vivíamos una vida relativamente buena hasta que fuimos salvos?
Yo voy a sugerir que quizás todo el entendimiento que el hombre tiene de la frase “juzgado conforme a sus obras” está equivocado. Adán y Eva tenían una sola regla, y cuando desobedecieron ya nada más importaba. No hubo ninguna negociación, ningún peso colocado en la balanza. Ellos recibieron lo que el Señor les advirtió que recibirían. Yo creo que es lo mismo con nosotros. Yo creo que nosotros también tenemos una sola regla también y si la desobedecemos, recibiremos lo que el Señor nos advirtió que recibiríamos.
¿Cuál Es La Obra Que El Señor Requiere?
Después que Jesús alimentó a los 5.000, la muchedumbre que le seguía lógicamente creció de manera exponencial. Él sabía que lo único que ellos querían es que les diera más pan. Él les advirtió de no preocuparse por trabajar por los alimentos los cuales se ponen malos, sino que trabajaran por el alimento que perdura para la vida eterna.
“Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:28-29).
Allí lo tenemos. Esa es la única regla para la humanidad. Creer en El que Él ha enviado. Es nuestro equivalente de “No comerás de ese árbol”. Es lo único que Dios requiere. Si desobedecemos, ya nada más importa. Todas aquellas personas que niegan a Jesús irán al castigo eterno de acuerdo con Mateo 25:46, mientras que los justos irán a la vida eterna. Isaías 66:24, Daniel 12:2 y Marcos 9:48 están todos de acuerdo.
Pero no me malinterpreten, yo se que somos llamados a vivir vidas que reflejan nuestras creencias y que aun se nos prometen recompensas adicionales por hacerlo, y puedo apostar que yo sería el último en aconsejarle a alguna persona que profese su fe para luego olvidarme del asunto. Pero el simple hecho es que la fe es la única obra que Dios requiere y que nada de las demás cosas que hacemos cuentan en absoluto hasta que hayamos tomado ese único paso requerido. Somos salvos por lo que creemos, y no por la forma en que nos comportamos. En ninguna parte de las Escrituras se encuentra ni siquiera una pequeña insinuación de que el destino de un incrédulo puede ser alterado en lo más mínimo por la “bondad” de la vida que tuvo.
De hecho, todo parece ser que en lo que al Señor respecta, Él equipara la incredulidad con la desobediencia. Su existencia es simplemente demasiado obvia como para que se nos escape. Si eso es así, entonces los incrédulos han desobedecido la única regla que Él nos dio, y en respuesta a ello, Él hará exactamente como dijo que haría.
Dejemos Algo En Claro
Saber esto lastima nuestro ego, pero ninguna de nuestras buenas obras ayuda del todo a Dios, de igual forma que ninguno de nuestros pecados lo lastiman (Job 35:6-8). Dios solamente considera buenas las obras de los creyentes en el tanto que sean hechas por gratitud, en un esfuerzo para complacerlo a Él por lo que Él ha hecho por nosotros (1 Corintios 4:5). Es como cuando su hijo de tres años le da un dibujo casi irreconocible. Para usted eso no tiene ningún valor intrínseco. Pero usted sabe lo mucho que su hijo se esforzó para complacerlo, y es la intención lo que cuenta.
Los incrédulos no están tratando de complacer a Dios con sus buenas obras, ellos niegan que Él siquiera existe. Solamente están tratando de sentirse mejor. Si sus buenas obras no complacen a Dios y están motivadas por el egoísmo, ¿en dónde está la justificación para considerarlas cuando se determina su castigo por haberlo rechazado a Él? Esta idea no tiene más sentido que la de permitirle a los artistas o a los políticos que adquieran “créditos de carbón” para compensar sus grandes huellas de carbón. Los cheques que emiten no anulan los efectos de sus extravagantes estilos de vida, solamente están tratando de sentirse mejor.
Así que yo creo que es posible que cuando los incrédulos sean juzgados “según sus obras”, solamente la obra que Dios requiere de ellos será el tema central. ¿Han hecho la única cosa que Él les pidió que hicieran, y es en creer en El que Él ha enviado? Recuerden que en la ausencia de esa única cosa, ninguna otra cosa que las personas hagan podrá ser considerada buena según las normas de Dios. Apocalipsis 20:15 coincide en esto. “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. Usted solamente puede estar inscrito en el Libro de la Vida al ser ciento por ciento justo. Y usted solamente se convertirá de esa manera al tener la justicia de Dios impuesta por la fe (Romanos 3:10 y 4:5). En otras palabras, en creer en El que Él ha enviado. Selah 21/07/2007.