Lunes 26 de octubre de 2020
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:12-13).
Algunas personas consideran el alma y el cuerpo como si fueran intercambiables, mientras que otras piensan que el alma y el espíritu son la misma cosa. Pero lo más acertado es considerarlos como componentes separados. Nuestra alma es la parte consciente de nosotros, compuesta de mente (intelecto), voluntad, y emociones. Toma decisiones y controla nuestro comportamiento dándole órdenes al cuerpo. Nuestro espíritu es la parte subconsciente, es como un consejero interno al alma consciente. Es nuestra conciencia.
Tanto nuestra alma como nuestro espíritu son intangibles y eternos y están contenidos en nuestro cuerpo el cual es la parte tangible y temporal. Nuestro cuerpo está diseñado para ser usado en esta vida, y cuando morimos lo dejamos atrás. Pablo describió nuestro cuerpo como nuestra morada terrenal y habló de cómo anhelamos ser vestidos con nuestra morada celestial. Las personas creyentes no desean despojarse tanto de su cuerpo terrenal, dijo, como de ser revestidos de su cuerpo celestial. Él dijo que el recibir nuestros cuerpos celestiales es el propósito principal por el que fuimos creados, y es el por qué Dios nos dio el Espíritu Santo en el primer momento en que creímos. Él es el depósito que garantiza lo que está por venir, lo cual es el intercambio de nuestra morada terrenal por la celestial (2 Corintios 5:1-5).
No Siempre Fue Así
Yo creo que Adán y Eva fueron creados con un alineamiento celestial de cuerpo, alma, y espíritu. Sus cuerpos estaban sumisos a sus almas las cuales a su vez estaban sumisas a sus espíritus, los cuales eran uno con el Espíritu de Dios. Pero con la caída ese alineamiento se pervirtió y por medio de la influencia de Satanás el alma empezó a imponerse sobre el espíritu. Ambos se contaminaron con el pecado y la relación directa con Dios quedó rota. En el tiempo después de la caída el alma se volvió más enérgica conforme la gente entró en el período entre Adán y Noé, al cual algunas personas le llaman la Dispensación de la Conciencia. El hombre fue dejado solo para decidir por sí mismo lo que era correcto debido a la desalineación producida por la caída, y por eso es que las cosas se volvieron progresivamente peor hasta que Dios tuvo que limpiar el pizarrón y empezar de nuevo. Esta experiencia se ha repetido una y otra vez. Aún durante el tiemplo en que Israel dominó en el mundo, cuando el canal de comunicación con Dios se restableció oficialmente, también eso terminó en un fracaso. Durante ese tiempo los profetas fueron designados para hablarles al pueblo de Dios y los sacerdotes para hablarle a Dios. Pero aún eso no fue suficiente.
El problema era que el espíritu de las personas no salvas es confuso e incierto debido a los efectos del pecado y generalmente mal aconsejan al alma, la cual también se encuentra contaminada por el pecado, haciendo imposible que la persona pueda complacer a Dios.
La cruz cambió todo eso. Ahora, cuando nacemos de nuevo nuestro espíritu se hace uno con el Espíritu de Dios (1 Corintios 6:17) y la confusión e incertidumbre se aclaran. Nuestro espíritu de nuevo tiene conocimiento de lo bueno y lo malo como absolutos, y nuestra conciencia empieza a servir como una guía confiable a nuestra alma, a pesar de que aún se encuentra infectada por el pecado.
La diferencia que hace el que una persona sea nacida de nuevo es tan profunda que solamente podemos entender la palabra de Dios después de convertirnos en creyentes. El hombre natural no la puede comprender (1 Corintios 2:14). Esto explica por qué los discípulos del Señor se confundían con frecuencia con Sus enseñanzas, y fracasaron en entender muchas de ellas. Ellos no recibieron el Espíritu Santo sino hasta la noche de Su resurrección (Juan 20:22).
Esta también es la razón del por qué Jesús nos dijo que nuestra justicia tenía que ser mayor a la de los fariseos y los maestros de la ley. Al no ser nacidos de nuevo, sus esfuerzos por guardar la ley eran actos de su voluntad y generalmente estaban en conflicto con lo que sus espíritus les aconsejaban hacer. En otras palabras, era un asunto de que sus almas se imponían sobre sus espíritus. Ellos conocían muy bien la ley como para darse cuenta de que sus espíritus les estaban dando malos consejos. En Isaías 29:13 el Señor dijo, “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca (gobernada por el alma), y con sus labios me honra, pero su corazón (espíritu) está lejos de mí.” Jesús los acusó de ser como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos humanos y de toda inmundicia (Mateo 23:27). Su obediencia a la ley era solamente un consentimiento intelectual respaldado por el poder de la voluntad. Sus espíritus aún se encontraban infestados por el pecado.
De Vuelta A Hebreos 4
Pero el Señor le presta especial atención a los motivos de nuestro corazón y nos juzga según nuestras intenciones, no según nuestras acciones. Eso fue lo que el escritor de Hebreos quiso decir cuando dijo que la palabra de Dios puede partir el alma (comportamiento) y el espíritu (motivo). El Señor no es engañado por los intentos de las personas cuando tratan de portarse bien. Él conoce los pensamientos y las actitudes de nuestro corazón. Nada está oculto a Su vista. Al comentar sobre la pureza ceremonial Él dijo que no es lo que entra en nosotros lo que nos hace impuros, sino que es lo que sale de nosotros. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:17-19). Jeremías escribió que nada hay tan engañoso como el corazón y que no tiene remedio. Después que pecó con Betsabé, David oró para que Dios creara en él un corazón limpio y renovara la firmeza de su espíritu (Salmo 51:10). Eso es lo que sucede cuando nacemos de nuevo y el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu. Renueva la firmeza del espíritu en nosotros. Eso es lo que David añoró, pero no podía suceder antes de la cruz (Juan 7:39).
De hecho, el Espíritu Santo obra a través de nuestro espíritu para volver a poseer nuestra alma liberándola de la atadura del pecado. Pero ya que no es la parte consciente de nosotros, nuestro espíritu solamente puede obrar ejerciendo influencia sobre nuestras decisiones. Nuestra alma debe escoger seguir el consejo de nuestro espíritu, en cuyo “oído” el Espíritu Santo está susurrando. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando nos dijo que fuéramos transformados por la renovación de nuestras mentes (alma) (Romanos 12:2). Esta transformación consiste en permitir escoger conscientemente que el Espíritu Santo se convierta en la influencia primaria en determinar nuestras acciones. Este es de nuevo el alineamiento celestial. El Espíritu de Dios a nuestro espíritu, a nuestra alma, a nuestro cuerpo. Por esto fue por lo que los fariseos fueron criticados. El Espíritu de Dios no estaba en ellos, y así su obediencia era producto de sus intelectos, sus almas. Sus espíritus permanecían no regenerados. Se veía bien por fuera, pero por dentro todo estaba fuera de orden. Era la forma sin sustancia, la cual producía auto justicia y no humildad.
El problema más grande que tenemos es que nuestra alma aún está luchando con su atadura al pecado, y por consiguiente constantemente tiene que escoger someterse a nuestro espíritu renovado. Recuerde, nuestra alma es donde se toman las decisiones de nuestro comportamiento. Nuestro espíritu es uno con el Espíritu de Dios, pero solamente puede aconsejar. Pablo describió nuestro dilema de manera conmovedora en Romanos 7:14-15, diciendo que él tenía el deseo de hacer lo bueno pero no podía hacerlo. Su espíritu era uno con Dios, pero su alma algunas veces se rebelaba. Interiormente él podía deleitarse en la Ley de Dios, pero exteriormente algunas veces se conformaría a la ley del pecado y de la muerte.
Eso es realmente lo opuesto al problema de los fariseos. Ellos se veían bien por fuera pero estaban llenos de pensamientos e intenciones malvadas. Mientras el Señor los condenaba, Él no expresó ninguna condenación para nosotros (Romanos 8:1) porque a pesar de que nuestra alma algunas veces nos traiciona, nuestro espíritu es uno con Dios. Él va aún más allá al separar el comportamiento de la persona que es creyente al decir que no somos nosotros los que pecamos, sino que es la naturaleza pecaminosa que mora en nosotros (Romanos 7:20).
¿Terminará Esto Algún Día
Cuando muramos o seamos raptados, nuestra transformación será completa, y la obra del Espíritu Santo de volver a poseer nuestra alma habrá terminado. El alineamiento celestial quedará permanentemente restablecido, nuestra alma regenerada quedará en sumisión perpetua a nuestro espíritu el cual es uno con Dios. Solamente entonces es que estaremos listos para recibir nuestros cuerpos resucitados. Ya no se nos va a ocurrir comportarnos de una manera contraria a la voluntad de Dios y, finalmente, seremos aptos para morar con Él para siempre.
El nuevo cuerpo que recibiremos se comparará con el antiguo solamente en sus características físicas. El antiguo está corrompido y condenado a perecer. El nuevo será incorruptible y nunca perecerá (1 Corintios 15:53). Nos reconoceremos unos a otros y conoceremos a Dios como somos conocidos por Él (1 Corintios 13:12). Ya no habrá más cosas ocultas a nuestro entendimiento ni más allá de nuestra comprensión porque nuestra alma, en donde se llevan a cabo nuestro entendimiento y nuestra comprensión, finalmente será liberada de la atadura del pecado. La inmensa capacidad creativa con la que la mente humana fue creada finalmente será liberada para nuestro uso y deleite eternos. Los pequeños granitos de talento y habilidad en las artes y en la ciencia que apenas podemos vislumbrar ahora serán ricas vetas para ser explotadas durante toda la eternidad.
Y lo mejor de todo es que finalmente lograremos los verdaderos deseos de nuestro corazón, al ser uno con nuestro Creador, en cuerpo, alma, y espíritu. Selah 18/02/12
Título Original: Body, Soul And Spirit
Traducido por Walter Reiche-Berger
walterre@racsa.co.cr