El Evangelio del Reino Vs. El Evangelio de la Gracia

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Parte 1. El Evangelio del Reino

“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:1-2).

Las profecías del Rey Mesiánico aparecen a través del Antiguo Testamento y muchos en el liderazgo judío vieron la llegada de Juan a escena como su cumplimiento. Enviaron representantes al lugar en donde Juan bautizaba para ver si él era el Mesías prometido. Él dijo que no lo era, pero que el que estaban esperando ya se encontraba en medio de ellos (Juan 1:19-20).

750 años antes Isaías había dicho que cuando llegara el Mesías iba a reinar en el trono de David para siempre (Isaías 9:6-7) pero el trono de David había estado vacío durante 600 años. Juan había venido a decirles que el momento finalmente había llegado y que ellos mejor se alistaran para Él.

Cuando Jesús empezó Su ministerio, Juan lo presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:8) y testificó públicamente que Jesús era el Hijo de Dios (Juan 1:34). Desde un principio Jesús empezó a predicar que el Reino de los Cielos se había acercado (Mateo 4:17), y envió a Sus discípulos por toda la tierra para alertar a la gente de este hecho también (Mateo 10:7-8).

Pero aun con las profecías de Isaías, el testimonio de Juan y las enseñanzas del Señor, los líderes judíos rehusaron aceptar que Jesús era el Mesías. Cuestionaron Sus afirmaciones, Su doctrina, y Sus milagros a pesar del hecho de que todo eso había sido predicho en sus profecías.

Isaías también había dicho que cuando Él llegara el Mesías no tendría ninguna hermosura ni majestad que los atraería hacia Él y que nada acerca de Su apariencia los haría desearlo (Isaías 53:2). El hecho de que Jesús posiblemente no era lo que ellos esperaron que fuera les produjo un gran problema.

Justo antes que Juan fuera ejecutado, él envió una delegación de sus discípulos para que confirmaran por ellos mismos que Jesús era lo que Él afirmaba ser.

En respuesta Jesús les dijo, “Vayan, y háganle saber a Juan las cosas que oyen y ven. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:4-6).

Jesús alimentó a las multitudes, caminó sobre el agua, sanó a los enfermos y resucitó a los muertos y aun así ellos exigieron una señal milagrosa. Finalmente, frustrado Él respondió, “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:38-40). Ellos tendrían su señal, pero solamente después de ejecutarlo.

Más tarde, solamente unos pocos días antes de Su ejecución, Él les advirtió de nuevo. “Por tanto les digo, que el reino de Dios le será quitado a ustedes, y le será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Él estaba hablando sobre la Iglesia venidera.

Después de la resurrección, habiendo hecho las señales milagrosas que le habían pedido, Jesús esperó 40 días para que ellos las aceptaran. Pero luego que los líderes judíos fueron informados de la tumba vacía, sobornaron a los soldados para que se mantuvieran callados y rehusaron reconocer el cumplimiento que el Señor hizo de la señal de Jonás (Mateo 28:11-15).

Al final de los 40 días Sus discípulos le preguntaron si ese era el momento en que restablecería el Reino a Israel. Jesús les dijo que a ellos no les correspondía saber la hora ni el momento determinados (Hechos 1:6-7) y después de decirles que esperaran por el Espíritu Santo, ascendió al cielo.

Algunas personas han criticado Su respuesta como ambivalente, pero yo no estoy de acuerdo. Los discípulos sabían que ya habían pasado 69 de las 70 semanas de Daniel, y que quedaba pendiente una semana (7años) por cumplirse. Ellos sabían que al Mesías se le quitaría la vida como Daniel había profetizado (Daniel 9:26) y por Sus enseñanzas ellos sabían por qué. Eso fue para cumplir con tres de los seis objetivos que el ángel enumeró cuando le dio a Daniel la profecía de las Setenta Semanas más de 500 años antes.

“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24).

El propósito de la muerte del Señor fue para terminar la prevaricación (transgresión), ponerle fin al pecado y expiar la iniquidad. Lo que resta es traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. Traer la justicia perdurable es un cumplimiento de Isaías 9:7 que dice que el Mesías va a reinar en juicio y en justicia para siempre. Sellar la visión y la profecía quiere decir llevarlas a su conclusión al cumplirlas. Ungir significa conservar o santificar, y el Santo de los santos posiblemente se refiere al Templo.

Al decirles a Sus discípulos que no les correspondía a ellos saber la hora ni el momento determinados de la restauración del reino y luego cambiar rápidamente el tópico hacia el Espíritu Santo venidero, yo creo que el Señor estaba diciendo que la oferta del reino aún permanecía sobre la mesa, pero Su atención estaba por cambiar. Obviamente Dios sabía que habían rechazado el reino en ese momento, pero Él estaba dejando la puerta abierta para que ellos lo aceptaran en algún momento en el futuro.

Esto se originó de una profecía que Él habló por medio de Oseas 750 años antes.

“Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán” (Oseas 5:15). Observen la palabra “hasta” porque la misma transmite la noción de “ahora no” en vez de “nunca.” La puerta aun permanecía abierta.

10 días después de la ascensión del Señor, el Espíritu Santo vino a los discípulos y así nació la Iglesia. Durante 20 años la Iglesia permaneció como una ramificación del judaísmo hasta que Jacobo, el medio hermano del Señor, reveló que el Señor primero tomaría de entre los gentiles un pueblo para Sí mismo antes de proseguir con la restauración de Israel (Hechos 15:13-18). Esta era una clara promesa de un futuro para Israel.

Pero un corto tiempo después que Israel dejó de ser nación y haber estado ausente durante la mayor parte de los últimos 2000 años, la atención de Dios se ha centrado exclusivamente en la Iglesia. Debido a ello muchos eruditos empezaron a expresar sus dudas de que Israel volviera a retornar, aun afirmando que la Iglesia había re emplazado a Israel en el plan de Dios y que todas las profecías incompletas para Israel habían sido heredadas por la Iglesia. En cuanto a ellos se refiere, Israel ya no tenía ninguna razón para existir.

Yo he asistido a la iglesia toda mi vida pero casi a la edad de los 50 años me di cuenta de que la Era de la Gracia, conocida como la Era de la Iglesia, solamente existe dentro de un paréntesis entre las primeras 69 semanas de Daniel y la Semana Setenta que está por venir. La misma empezó cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés después de la ascensión del Señor y terminará con el Rapto de la Iglesia. Una vez que la Iglesia se ha ido el Señor volverá Su atención a Israel para cumplir con la Semana Setenta de Daniel e implementar el reino que Daniel profetizó.

“Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

En tiempos de Daniel ya se entendía que este reino tendría su centro de operaciones en Israel, pero tendría autoridad sobre toda la tierra. Hablando por medio de David, Dios dijo, “Pero yo he puesto mi rey en Sion, mi santo monte” (Salmo 2:6).

Él estaba refiriéndose a Su Hijo, de quien dijo, “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmo 2:8).

Aquellas personas que enseñan que Israel no tiene ningún futuro han olvidado de que Jacobo predijo de un futuro que empezaría después que el Señor terminara con la Iglesia (Hechos 15:13-18). Ellos también han olvidado que Pablo confirmó lo mismo en Romanos 11:25-27. Y se han olvidado (o ignorado) todas las promesas incondicionales que Dios le ha hecho a Israel.

“Así ha dicho el SEÑOR, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; El SEÑOR de los ejércitos es su nombre:

Si faltaren estas leyes delante de mí, dice el SEÑOR, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente” (Jeremías 31:35-36).

“Así ha dicho el Señor Soberano: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos” (Ezequiel 37:21-22).

“Y traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos. Pues los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho el SEÑOR Dios tuyo” (Amós 9:14-15).

Probablemente hay docenas de profecías similares a las anteriores, pero yo espero que ustedes ya hayan captado la idea. Solamente rehusando leer estas promesas tal y como están escritas es que una persona puede negar que sean para Israel.

Entonces, la oferta del reino a Israel nunca ha sido anulada, solamente fue puesta a un lado mientras el Señor edificaba Su Iglesia. Después de ello, Él volverá a poner Su atención una vez más en Israel durante el segmento final de la profecía de las Setenta Semanas de Daniel. Decir que esto será un tiempo difícil es una tremenda subestimación porque Israel debe expiar la iniquidad por haber rechazado la primera oferta del Señor. Jesús le llamó el peor tiempo que ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni lo habrá (Mateo 24:21) pero tal y como Oseas profetizó, en su angustia le buscarán.

“Vengan y volvamos al SEÑOR; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él” (Oseas 6:1-2)

Dios va a escuchar sus oraciones y derramará Su Espíritu de gracia y oración, permitiendo que sus corazones sean suavizados y sus ojos abiertos al hecho de que aquel a quien mataron fue su Mesías prometido (Zacarías 12:10-14). Después de un período de intenso duelo ellos van a admitir su pecado, y la culpa de la sangre que Él no ha perdonado, la perdonará (Joel 3:21). Esa será una conversión nacional que lo cambiará todo. Recuerden, no importa quien sea usted, nadie llega al Padre excepto a través de Jesús (Juan 14:6).

Luego el Señor aparecerá sobre Jerusalén y peleará contra todas las naciones de la tierra las cuales se han reunido en contra de Su pueblo (Zacarías 14:3). Las matará con una plaga que hace que su carne se pudra mientras aun se encuentran de pie. Sus ojos se pudrirán en sus cuencas y sus lenguas se pudrirán en sus bocas. Aquellas personas que sobrevivan serán golpeadas con un gran pánico y empezarán a atacarse mutuamente (Zacarías 14:12-13). Al final del día la victoria le pertenecerá al Señor, y Él será Rey sobre toda la Tierra. Finalmente habrá un solo Señor y Su nombre será el único Nombre (Zacarías 14:9).

Después de eso, será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones (Isaías 2:2).

De todas partes del mundo la gente dirá, “Vengan, y subamos al monte del SEÑOR, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas.

Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del SEÑOR. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:3-4)

Este será un tiempo de gozo para Israel, uno que el mundo nunca antes ha visto. La misma creación se unirá en la celebración.

“Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria del SEÑOR, la hermosura del Dios nuestro” (Isaías 35:1-2).

“Porque con alegría saldrán ustedes, y con paz volverán; los montes y los collados levantarán canción delante de ustedes, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (Isaías 55:12).

“Y los redimidos del SEÑOR volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido” (Isaías 35:10).

“Porque así dice el SEÑOR: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda. Y verán, y se alegrará el corazón de ustedes, y sus huesos reverdecerán como la hierba” (Isaías 66:12, 14).

El reino prometido habrá llegado a Israel, y el mundo finalmente estará en paz. La próxima vez, el Evangelio de la Gracia. 27/10/12

 

Título Original: The Gospel of the Kingdom Vs. The Gospel of Grace. Part 1. The Gospel Of The Kingdom

Traducido por Walter Reiche B.

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