El Evangelio Según Pablo… Parte 3

Romanos 3:21-4:25

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. (Romanos 3:21-26)

Habiendo demostrado de manera concluyente que todos nosotros, tanto judíos como gentiles, somos incapaces de obtener algún nivel de justicia que sea suficiente como para escapar la ira de Dios, Pablo ahora introduce la noción de una justicia aparte de la Ley. Esta justicia fue mencionada en el Antiguo Testamento. En lugar de ser ganada por medio de la obediencia, se nos impone por la fe en el sacrificio expiatorio del Señor. Su sacrificio, a pesar de haber sido hecho una sola vez, estará vigente durante todo el lapso de la vida humana, desde el primer pecador hasta el último de ellos. Dios aun apartó del castigo merecido a aquellas personas que vivieron antes del tiempo de Jesús, pero que murieron en fe esperando su acontecer, de tal manera que Su muerte pudiera expiarlos a ellos también.

¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley (Romanos 3:27-31).

Nadie puede acreditarse esta justificación, ni ver de menos a otras personas como lo hacían los antiguos fariseos. Ya sea que tengan antecedentes judíos o gentiles, todas las personas que creen son justificadas solamente por la fe, siendo receptores inmerecidos de la gracia de Dios. Y contrario a abolir la Ley, esta justificación la cumple, tal y como Jesús prometió. “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).

Romanos 4

Abraham Justificado por la Fe

¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (Génesis 15:6).

Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo:

Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado (Salmo 37:1-2) (Romanos 4:1-8).

Tan pronto como le inyectamos algo de nosotros mismos a la ecuación, la inutilizamos. La gracia más las obras es igual a obras. La fe es la única participación que se nos permite introducir y que no es considerada como obras.

¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado (Romanos 4:9-12).

En el contexto del tiempo, la fe de Abraham le fue contada por justicia, más de 400 años antes de que se diera la Ley, y aun antes de que él se circuncidara.

Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.

Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes) (Génesis 17:5) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen (Romanos 4:13-17).

Como Pablo lo mencionó con anterioridad. La Ley no fue dada como un camino a la justificación, sino para hacernos conscientes del pecado. Un cierto comportamiento puede que no sea el correcto, pero si no hay ninguna ley en su contra, entonces no se puede considerar ilegal. Y, como veremos, esta justificación le permite a Dios ver a aquellas personas que no son como si fueran.

El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. (Génesis 15:5) Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:18-25).

Este capítulo termina con un ejemplo admirable de lo que es la gracia de Dios. No se hace ninguna mención del incidente con Agar e Ismael, el cual algunos podrían caracterizar como un lapso en la fe. Teniendo solamente la narración de Pablo, podemos hacer la conjetura que Abraham y Sara habiendo esperado pacientemente durante el lapso de tiempo entre la promesa del Señor y el nacimiento de Isaac, y estando en una edad avanzada para procrear hijos, no titubearon lo más mínimo.

Pero esa no es la manera como las Escrituras lo registran. Sara sí se impacientó de estar esperando y le dio a Abraham su sierva, diciendo, “quizá tendré hijos de ella” (Génesis 16:2). Así nació Ismael y Abraham lo vio como un cumplimiento de la promesa de Dios (Génesis 17:18).

Pero Dios ignoró todo eso. Cuando le dijo a Abraham que sacrificara a Isaac, Dios le llamó “tu hijo, tu único” (Génesis 22:2). Y Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no mencionó siquiera eso. Cuando habla de la justificación de Abraham es como si nada de eso hubiese ocurrido nunca.

Y de la misma manera es con ustedes. Cuando se convirtieron en creyentes, Dios hizo más que perdonar los pecados de ustedes. Él los re-creó y olvidó todo el pasado de ustedes. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Y desde ese momento en adelante, Él le ha escogido verlo a usted no como es usted, sino como Él le ha hecho a usted, tan justo como lo es Él. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Todos los fracasos y problemas que usted ha tenido, han dejado de existir en la mente de Dios. Ahora, cada vez que usted peca, solamente necesita confesar su pecado para ser perdonado y limpiado de toda maldad (1 Juan 1:9), y su pecado es inmediatamente perdonado.

Esto es lo que significa la justicia por la fe. Dios no puede morar en la presencia del pecado y, a pesar de ello, Él desea nuestra presencia con Él en la eternidad. Nunca podremos estar sin pecado por nuestro propio esfuerzo, de tal manera que para poder mantenernos aquí, Él tenía que encontrar otra forma para justificarnos. La forma que Él encontró fue enviar a Su Hijo para que Él pagara el castigo por nuestros pecados. Todos nuestros pecados. En el momento en que creemos que Él en verdad hizo eso por nosotros, la justicia de Dios nos es impuesta por la fe. Es en ese momento en que nosotros podemos morar ante Su presencia y Él en nosotros.

Yo he pasado algún tiempo con los judíos en su propia cancha. He podido ver los esfuerzos que hacen para guardar la Ley. Los legalistas más ardientes en la Iglesia no pueden si quiera sostenerles una candela. Y, sin embargo, Jesús nos dijo que a menos que nuestra justicia fuera mayor que la de los fariseos no entraríamos en el Reino de los Cielos (Mateo 5:20). Luego Él dijo, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¿Alguna vez ustedes han pensado qué es lo que Él quiso decir con eso? Bien, pues ahora ya lo saben. Él estaba hablando sobre la justicia que es por la fe. Esa es la justicia de Dios, la única que es necesaria para llevarnos ante Su presencia. Nuestro tiempo aquí en la tierra se está terminando. Mejor asegúrense de que ya la tienen. 20/01/2007