Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Romanos 7:1 a 8:21
Habiendo recibido la justicia de Dios impuesta a nosotros por la fe aparte de la Ley, ahora tenemos que escoger vivir una vida en santidad. No estando ya esclavizados en nuestra naturaleza pecaminosa, podemos erguirnos sobre cualquier comportamiento auto destructivo que nos ha causado tristeza en el pasado, lo mismo que a todas aquellas personas a nuestro alrededor. Se nos ha dado una perspectiva eterna, sabiendo que lo mejor está aun por venir (2 Corintios 4:18). Liberados de la necesidad compulsiva de agarrar todo lo que podamos, sin importar cómo lo hacemos mientras lo podamos hacer, es que podemos empezar a vivir una vida de paz y experimentar el gozo de poder dar agradecidos por todo lo que hemos recibido.
Recuerden, nuestra meta principal ahora es prepararnos para el reino que pronto viene (Filipenses 3:13-14). Es tiempo para que empecemos a acumular nuestros tesoros allí porque para allá nos estamos dirigiendo. (Mateo 6:19-21). Debido a que hemos sido liberados de la esclavitud todo lo que necesitamos hacer ahora es decidir el adoptar una perspectiva eterna y empezar a tomar las decisiones para lograrlo. De allí en adelante, cada día que pasa nos acerca más a esa meta. Para ayudarnos a prepararnos, Pablo nos lleva ahora a través de la “Escuela de Derecho”, como algunas veces se le llama a Romanos 7.
Romanos 7
Una Ilustración Tomada del matrimonio
1 ¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? 2 Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. 3 Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.
4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. 5 Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. 6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 7:1-6).
Ya no estando obligados a vivir conforme a la Ley y el temor del castigo por desobedecerla, ahora podemos escoger vivir por el Espíritu y disfrutar las bendiciones que acompañan a la obediencia. Conforme lo hacemos, otras personas a nuestro alrededor serán atraídas por nuestro ejemplo, y así, pronto, estaremos acumulando tesoros en el cielo.
Luchando Con El Pecado
7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. 8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. 9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. 10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. 12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.
13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (Romanos 7:7-13).
Pablo mostró aquí una dosis saludable de su sobresaliente intelecto, y si no somos cuidadosos podemos perder el sentido que él le da. Puesto de manera simple, la Ley estipula las normas de Dios para la justificación. Es un patrón que podemos sobreponer a nuestro comportamiento para mostrar lo buenos que somos para ajustamos a las reglas. Nosotros pecamos creyendo que si nuestros actos externos concuerdan, entonces somos justos, pero, en realidad, nuestros pensamientos internos traicionan nuestros verdaderos motivos. Nosotros creemos que porque no andamos matando personas es que no hemos roto ningún mandamiento. Entonces descubrimos que el estar disgustados con alguien es tan malo como matar a esa persona. Lo mismo sucede con el adulterio versus la lujuria, el robo versus la codicia, etc., etc. Entonces la Ley, la cual es santa, justa y buena, nos revela lo totalmente pecaminosos que somos y así nos condena a morir.
Cuando éramos niños no estábamos sujetos a la Ley y teníamos vida. Pero tan pronto como pudimos entenderla, la Ley nos reveló nuestro estado pecaminoso y de allí en adelante somos tan buenos como el estar muertos.
14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. 17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí (Romanos 7:14-20).
En un momento de candor extremo, Pablo admitió que a pesar de que intentó de todo corazón no pecar, su naturaleza pecaminosa siempre lo traicionó. En otras palabras, él no era pecador porque pecaba, el pecaba porque era un pecador. Su naturaleza era para pecar, y así es la nuestra también. Una vez que nos damos cuenta de eso, tendremos un enorme sentido de alivio porque Pablo escribió bajo la influencia del Espíritu Santo. Y todo eso significa que Dios entiende nuestra naturaleza y por eso es que indujo que la revelación de Pablo nos diera paz. Dios sabe que no importa lo mucho que lo intentemos, fracasaremos en cumplir con Sus normas de justificación porque somos defectuosos. Nuestra naturaleza pecaminosa siempre nos traicionará. El saber eso le permite a Él perdonarnos los mismos pecados una y otra vez, cada vez que se lo pedimos.
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7:21-25).
Muy dentro de nosotros, todos queremos ser buenos, pero nuestra defectuosa naturaleza siempre nos saboteará. Por eso es que solamente Dios nos puede rescatar. En cuanto a la Ley se refiere, nosotros no podemos salvarnos del castigo merecido por nuestras infracciones. Fue necesario para el Dios que nos creó poder hacerlo. Ese es el mensaje de la “Escuela de Derecho”.
Romanos 8:1-21
La Vida En El Espíritu
1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu (Romanos 8:1-5).
Si nosotros hemos confiado en Jesús para nuestra salvación, ya no podemos ser condenados cuando no cumplimos con las normas de la Ley. Cuando Jesús pagó completamente la pena que merecemos, Él confirmó que la Ley era justa en condenarnos por nuestros pecados pasados. Pero al mismo tiempo, Su muerte nos liberó de cualquier responsabilidad futura que se nos pueda achacar. Puesto que la medida completa de los requisitos de la Ley fue cumplida en Jesús, ya nosotros no podemos ser acusados. A nosotros nos protege la Ley del Doble Riesgo. Solamente necesitamos confesar nuestros pecados para ser perdonados (1 Juan 1:9).
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:6-8).
Al comparar este pasaje con lo que Pablo admitió sobre él mismo en Romanos 7:14-20, es que sabemos que él está hablando sobre nuestras intenciones y no sobre nuestras acciones. Todos nosotros cometemos algún pecado de vez en cuando, y lo cometemos a propósito. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:8). Una de las formas en las que la naturaleza pecaminosa ha sido definida es, “la naturaleza terrenal del hombre aparte de la influencia divina está, por consiguiente, propensa a pecar y a oponerse a Dios”. El cómo podemos reaccionar ante nuestro propio comportamiento nos ayudará a ver nuestras intenciones. Cuando nos sentimos acusados por nuestro propio comportamiento pecaminoso y eso provoca que confesemos ese pecado y seamos perdonados, entonces estamos respondiendo a la influencia divina del Espíritu, y estamos viviendo según el Espíritu.
9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Romanos 8:9-11).
Si somos salvos, el Espíritu Santo mora en nosotros. A pesar de que nuestros cuerpos físicos están condenados a morir debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro espíritu está vivo en Cristo. Y, un día, con el mismo poder que Él utilizó para levantar a Jesús de la tumba, Dios levantará también de sus tumbas a los cuerpos de todos los que han muerto en Él, para que el cuerpo y el espíritu puedan reunirse.
12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (Romanos 8:12-17).
Sabiendo cuál es nuestro destino, nuestra obligación es ser, de hecho, lo que ya somos en la fe. Piensen en ello como que es el derecho real para ser entrenados, aprendiendo a vivir de la manera en que lo hace un noble de nacimiento. Nosotros estamos por arriba de los paganos ahora y ya no estamos obligados a hacer las cosas que ellos hacen. Y a pesar de que aun podemos caer y alejarnos de las normas a las que se nos ha llamado cumplir, el Espíritu que mora en nosotros nos recuerda que ya no somos esclavos que vivimos temiendo ser expulsados de la casa del amo, sino que somos hijos e hijas del mismo Rey. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Si nosotros hemos participado en el sufrimiento del Señor, lo que significa que hemos admitido que Su muerte ha pagado completamente nuestros pecados, entonces compartiremos en Su gloria. Porque si somos hijos de Dios entonces también somos Sus herederos y, junto con Jesús, nos dividiremos Su patrimonio.
La Gloria Futura
18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. 20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. (Romanos 8:18-21).
No solamente el hombre fue juzgado cuando Adán cayó. Toda la creación sufrió también. Y la creación ha estado esperando desde entonces para cuando la iglesia sea glorificada. Solamente entonces será liberada de la atadura de su deterioro. Cuando nosotros descendamos del cielo en la Nueva Jerusalén, ya no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron [el viejo orden] (Apocalipsis 21:4). Y cuando los redimidos de Israel marchen a la Tierra Prometida para dar inicio a la Era del Reino sobre la Tierra, saldrán gozosos y serán guiados en paz; los montes y los collados levantarán canciones delante de ellos, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso (Isaías 55:12). La larga noche de su atadura finalmente terminará, toda la creación estallará en cantos. Ahora solamente lo podemos imaginar. Selah 03/02/2007.