El Profeta, El Sacerdote, y El Rey

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Cómo fue que Dios utilizó a Daniel, a Jeduah, y a Alejandro Magno para preparar al mundo para el Evangelio de Jesucristo.

Nosotros hicimos una rápida referencia a este tópico en nuestro reciente estudio bíblico sobre Daniel 8. Para aquellos de ustedes que estuvieron presentes, o que descargarán el formato MP-3 próximo a publicarse, les presentamos aquí el resto de la historia. Pero aun si ustedes no estuvieron presentes, ni tampoco están siguiendo nuestro estudio de Daniel, yo creo que sí estarán de acuerdo en que es un relato fascinante de cómo Dios utilizó a un profeta, a un sacerdote y a un rey para preparar al mundo para recibir el Evangelio.

Alejandro Magno nació en al año 356 a.C. Hijo de Filipo II, Rey de Macedonia, y de su esposa Olimpia, princesa de Epiro. Cuando era niño se dio cuenta de cómo sus compatriotas griegos, un grupo desunido de tribus autónomas, experimentaban dificultades que los imposibilitaban a unirse para formar una poderosa fuerza cohesiva. Debido a eso los persas que gobernaban el mundo conocido, los mantenían subyugados. Alejandro se encolerizó particularmente cuando los persas derrotaron y humillaron a su padre, tratando al pueblo de manera cruel.

Él determinó que sus problemas se debían mayormente a su incapacidad de poderse comunicar entre sí debido a los muchos dialectos individuales que habían desarrollado. Esto producía muchos malentendidos y desconfianza lo cual daba como resultado un desgano para comprometerse plenamente los unos con los otros.

Con la ayuda de su padre Filipo, Alejandro inventó un nuevo idioma, más tarde llamado el griego común o Koinonía, el cual les enseñó a los diferentes caudillos y los convenció para que lo utilizaran cuando se comunicaban con las otras tribus. Pronto todas sus diferencias fueron resueltas y la confianza mutua fue restaurada. Lo que había sido una clase de chusma tribal con facciones auto interesadas, estaba en camino a convertirse en un poderoso y cohesivo ejército.

Cuando Filipo murió a causa de la traición de los persas, Alejandro, a la edad de 20 años, se convirtió en rey de la ahora unificada Grecia, y juró vengarse. Llevando su recién entrenado ejército al campo de batalla en Isos, Alejandro derrotó por primera vez a los persas en el año 333 a.C. Dos años más tarde aplastó al poderoso ejército de cien mil soldados de los persas con solamente cuarenta mil soldados de sus propios hombres, obteniendo así acceso a todo el Asia Menor, o a lo que nosotros llamamos ahora el Medio Oriente. Esto era un cumplimiento de una profecía en Daniel 8:5-7.

Antes de su muerte, el Rey Filipo le había dicho a su hijo que Macedonia era demasiado pequeña para él por lo que debía poner su atención sobre Persia y luego sobre el resto del mundo.

Habiendo derrotado a los persas, Alejandro se propuso llevar a cabo el resto de su meta. Rápidamente engulló a Antioquia, Damasco y Sidón y se encontró en las afueras de Tiro, un objetivo formidable que grandes generales en el pasado no habían podido conquistar. Para fortificarse a sí misma, esta ciudad fenicia de tierra firme había sido literalmente desmantelada y reconstruida en una pequeña isla fuera de la costa. Los fenicios (modernos libaneses) eran unos marineros consumados y no tenían ningún problema para defenderse de las débiles naves de sus posibles atacantes. Reabasteciéndose desde el mar también podían soportar un asedio prolongado de las fuerzas militares terrestres. Los asirios habían asediado la ciudad durante cinco años en un esfuerzo para derrotarlos, sin tener éxito, y aun el gran Nabucodonosor se dio por vencido luego de 13 años de sitiar la ciudad. (Como recompensa por su noble esfuerzo, el Señor le dio a Nabucodonosor todo Egipto [Ezequiel 29:17-20] como premio de consolación.)

La ciudad de Tiro se había hecho tan poderosa y rica que el rey presumía ser la personificación del dios fenicio Melcart, regente de los mares. Esto le disgustó tanto al Señor que declaró la destrucción de Tiro (Ezequiel 28:1-10) y escogió como Su instrumento a los griegos. Alejandro terminó de quitar los restos de la ciudad que había quedado en tierra firme y empezó a construir un camino en el mar hacia la isla. Esta tarea le tomó siete meses completarla al cabo de la cual pudo tomar la ciudad fortificada y derrotarla en cumplimiento de Zacarias 9:1-4. Las ciudades filisteas de la costa, nombradas en Zacarías 9:5-8 sufrieron igual suerte.

Ahora Alejandro puso su mira hacia Jerusalén. El Sumo sacerdote Jeduah había rehusado con anterioridad la exigencia de Alejandro de proveerle provisiones y hombres para ayudarlo a conquistar Tiro, aduciendo que un tratado con los persas le impedía a Israel ayudar a los griegos. Pero la intención de Alejandro en ese momento era la de enseñarles a los judíos con quién es que debieron haber hecho ese tratado en primer lugar. Aterrorizados, Jeduah y todo Jerusalén buscó al Señor en oración y sacrificios. El Señor les dijo que no se preocuparan sino que se vistieran con sus ropas más finas, le abrieran las puertas de par en par y saludaran a Alejandro dándole la bienvenida cuando llegara.

Y eso mismo hicieron. Vestidos de lino blanco, batones de púrpura y cubrecabezas dorados, los sacerdotes de reunieron detrás de Jeduah, abrieron las puertas de la ciudad y salieron a saludar a Alejandro. Asombrado por este saludo, Alejandro bajó de su cabalgadura y se inclinó ante Jehuda. ¡Los judíos no podían creer lo que estaban viendo! Cuando le preguntaron sobre eso, Alejandro respondió, “Yo no le rendí homenaje a Jeduah, sino al Dios que le hizo Sumo Sacerdote”. Luego se encaminó al Templo y ofreció sacrificios al Señor, perdonando a la ciudad. En el Templo les dijo la razón por sus acciones.

“Una noche hace varios años, cuando no podía conciliar el sueño pensando cómo podía derrotar a los persas, tuve una visión en la cual yo vi a este hombre (señalando a Jeduah) y a todos sus sacerdotes vestidos y reunidos ante mí tal y como los vi este día. En mi visión Jeduah me dijo que el Señor guiaría mis ejércitos llevándome a la victoria en contra de todos mis enemigos incluidos los persas. Me dijo que no me retrasara sino que procediera de inmediato. Un corto tiempo después pude derrotar a los persas y hoy, en las afueras de Jerusalén, la visión se volvió una realidad”.

Entonces Jeduah trajo el libro de Daniel, escrito 200 años antes, y señaló la porción que nosotros llamamos el capítulo 8, en el que en la visión de Daniel, un macho cabrío con un cuerno derrotaba a un carnero lo cual representaba a los griegos derrotando a los persas. El ángel Gabriel le había explicado personalmente esto a Daniel (Daniel 8:20-21), y Alejandro entendió que él era ese rey. Desde ese momento en adelante, Alejandro les dio grandes privilegios a los judíos en su reino, generalmente nombrándolos como administradores en las ciudades que había conquistado. En cuanto a esas ciudades, muchas de ellas abrieron de par en par sus puertas tal y como el Señor le había ordenado a Jehuda que hiciera, esperando un favor similar. Y así fue como Alejandro conquistó muchas de ellas sin ninguna resistencia.

Recordando el éxito que tuvo al unir a las tribus griegas por medio de un idioma común, Alejandro hizo obligatorio el uso de su idioma griego común a donde quiera que fuera. Era su manera de asegurar la paz en su reino. En un corto período de tiempo, todo el mundo conocido leería y hablaría griego sin importar su idioma nativo. Era el idioma oficial del mundo, aun varios cientos de años después durante el tiempo de Roma.

Y así era cuando los Evangelios fueron escritos y circularon la primera vez, y cuando el apóstol Pablo escribió y le habló a las audiencias del norte de África cerca del límite oriental del Mar Mediterráneo hasta Europa central. El griego era el idioma por el cual se entendieron y se divulgaron las Buenas Nuevas, era el idioma griego común de Alejandro.

El profeta Daniel lo previó, el sacerdote Jeduah lo promulgó, y el rey Alejandro lo cumplió. Pero mucho antes de que los fundamentos del mundo fueran colocados, Aquel Quien es los tres, Profeta, Sacerdote y Rey, lo había decretado. 25/08/2007.