Miércoles 19 de febrero de 2020
Un Biblicos Estudios por Jack Kelley
Existe un punto de vista entre algunos cristianos de que la Iglesia nunca fue prevista por los profetas de Israel. Aquellas personas que enseñan esto dicen que puesto que Pablo le llamó a la Iglesia un misterio el cual no fue dado a conocer a la humanidad en ninguna otra generación (Efesios 3:2-6), no puede haber ninguna otra profecía sobre ello, ya que la profecía es lo opuesto al misterio.
Las personas que piensan de esta manera, toman lo anterior para decir que hay dos evangelios en el Nuevo Testamento. Primero, está el Evangelio del Reino, el cual enseñó Jesús, los apóstoles originales, y Santiago, Judas y el escritor de Hebreos. Este Evangelio estaba dirigido solamente a Israel. Luego está el Evangelio de la Gracia el cual enseñó Pablo y que está dirigido a la Iglesia. Luego dicen que el resto del Nuevo Testamento no se aplica a nosotros. Algunas personas que siguen esta línea de pensamiento concluyen que al haber rechazado el Evangelio del Reino, el cual, dicen, fue predicado a Israel hasta el tiempo cuando Pablo salió a escena, Israel ya no tiene ningún lugar en el plan de Dios para la humanidad y, por lo tanto, su renacimiento no tiene ningún lugar en la profecía de los tiempos finales. Pero muchas de estas personas creen que la Iglesia consiste en una pausa no profetizada dentro de la Dispensación de la Ley la cual correrá durante siete años después que la Iglesia se ha ido (la Semana Setenta de Daniel).
¿Cuál Fue La Pregunta?
Entonces, la pregunta es, “¿Estuvo la Iglesia prevista en la profecía del Antiguo Testamento?” Ya que sí lo estuvo, entonces ese punto de vista no es el correcto. La gente usualmente piensa primero en Génesis 12 para obtener una respuesta, porque allí es donde el Señor prometió bendecir a todas las naciones a través de la descendencia de Abraham.
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3).
Debemos admitir que esta es una referencia vaga la cual probablemente no conectaríamos con la Iglesia si es que no supiéramos de antemano que la misma existe, y que Jesús fue el descendiente de Quien Dios estaba hablando. Pero sí nos dice que desde un principio la intención de Dios fue la de bendecir a todas las personas, judías y gentiles, a través de un descendiente de Abraham.
¡Pero Esperen, Aún Hay Más!
Las profecías de Isaías claramente mencionan a los gentiles y no pueden ser descartadas tan fácilmente.
“Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que habita sobre ella, y espíritu a los que por ella andan:
Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.
Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. Se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo se las haré notorias.” (Isaías 42:5-9).
Estas son palabras que el Padre le habló al Hijo y que hizo que Isaías las escribiera para nuestro conocimiento. La misión del Mesías era tanto personificar el pacto de Dios con Israel como también traer luz a los gentiles, abrir sus ojos a Dios y liberarlos de su cautiverio del pecado.
Al anunciar esto, Él nos recordó que todas Sus promesas anteriores se habían cumplido y ahora Él estaba declarando algo nuevo, adelantando ese suceso. Entonces, nosotros debemos esperar que también Su promesa de que Él se acercará a los gentiles, se cumpla de la misma manera.
“Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre ustedes dios ajeno. Ustedes, pues, son mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?” (Isaías 43:12-13).
Una vez que Dios ha decidido hacer algo, ningún poder en el universo lo puede cambiar. El comparar los eventos recientes en Rusia con la caída de la Unión Soviética, es un buen ejemplo. Yo recuerdo allá en Diciembre de 1991 cuando la Unión Soviética terminó de existir de manera oficial. Muchas personas se preguntaron, “¿Qué va a suceder con Ezequiel 38?” Según Isaías, la respuesta es, “Nada. Las profecías del Señor van a cumplirse tal y como Él las ha dispuesto”. Los comentaristas ahora están anunciando el retorno de la Unión Soviética y la Guerra Fría, conforme Rusia toma el papel central en las noticias mundiales. Lo que anteriormente era la Unión Soviética ahora es Rusia, pero la palabra de Dios permanece siendo la misma, y Sus profecías son tan confiables como nunca antes.
“Acuérdense de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:9-10).
No hay tal cosa como un evento no profetizado en el calendario de Dios. El único problema es cómo es que las personas lo entienden. Uno no puede culpar a Israel por creer que el alcance del Señor a los gentiles sería a través de ellos, porque así fue, en la persona del Mesías. Ellos simplemente no quisieron darse cuenta que su nación iba temporalmente a desaparecer en el proceso. Durante el Concilio de Jerusalén, la única pregunta en la agenda fue, “¿Puede un gentil convertirse en cristiano sin ser primeramente un judío?” Pero en la mente de todos había otra pregunta más, una pregunta no formulada que aun podría ser la más importante para los líderes de la primera iglesia quienes eran todos judíos. “Si eso es así, ¿qué será de Israel?”
Jacobo, el medio hermano del Señor y cabeza de la Iglesia en Jerusalén, se los aclaró. Él dijo que primero el Señor iba a tomar un pueblo de entre los gentiles para Su nombre y después de eso se volvería una vez más a Israel (Hechos 15:13-18). En efecto, esto explica el intervalo entre la Semana Sesenta y Nueve y la Semana Setenta de la profecía de Daniel a Israel (Daniel 9:24-27), pero también revela cómo es que el Señor iba a cumplir las profecías de Isaías sobre la Iglesia. La profecía ha estado allí todo el tiempo. Lo que faltaba era la metodología.
Pero solamente porque la Iglesia tomó por sorpresa a Israel no quiere decir que Israel no debió esperarla. En Amos 3:7 el Señor prometió “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Si la Iglesia es un evento no profetizado, entonces el Señor no fue sincero con Amós.
En Su profecía más clara sobre las responsabilidades del Mesías, el Señor hizo que Isaías dijera:
“Óiganme, costas, y escuchen, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca como espada aguda, me cubrió con la sombra de su mano; y me puso por saeta pulida, me guardó en su aljaba; y me dijo: Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré. Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios” (Isaías 49:1-4).
A Israel Dios le dio cuatro tareas para ejecutar; divulgar las Escrituras (Isaías 42:9), ser un testigo para Él (Isaías 43:10), mostrar Sus bendiciones (Isaías 49:3), y ser el canal para el Mesías (Isaías 49:5). El Señor hizo que Isaías profetizara que ellos se considerarían un fracaso en cumplir estas cosas, porque estos cuatro versículos se mencionan como si Israel los pronunciara:
“Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Isaías 49:5-6).
Pero Israel no fue un fracaso y sí llevó a cabo grandes cosas para Dios, la mayor de ellas fue el producir el Mesías, quien es el que habla en los versículos 5-6. Él dijo que Dios le dio instrucciones para no solamente restaurar a Jacob (el infiel) y a Israel (el fiel) para Él, sino también para traer la salvación a los gentiles. Y para asegurarse de que nosotros conoceríamos al que Dios estaba asignándole esta tarea, Él hizo que Isaías pusiera el nombre del Mesías en esta profecía. (El nombre hebreo, Yeshúa, aparece en el texto hebreo de este pasaje. Este nombre quiere decir “Dios trae salvación” y se traduce como “para que seas mi salvación” en Isaías 49:6.)
¡Alégrese El Mundo, El Señor Ha Llegado!
Saltemos 750 años hacia delante, al tiempo del nacimiento del Señor. Dios le había prometido a un hombre justo llamado Simeón que no moriría sin antes ver al Mesías. Luego le dio a Simeón un regalo especial. En el momento oportuno, el Espíritu Santo vendría sobre él y le permitiría reconocer el Mesías. Cuando Sus padres terrenales llevaron a Jesús para presentarlo en el Templo y así cumplir con Su presentación formal ente el Señor, la cual tiene el nombre de la Consagración de los Primogénitos (Éxodo 13:2), el Espíritu Santo movió a Simeón para que entrara en el patio del Templo también. Cuando llegó allí, tomó el niño de los brazos de María y oró:
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:29-32)
Hay una tradición que dice que Simeón había sido sacerdote en el Templo, y aun el Sumo Sacerdote. Si eso es así es interesante que no solamente estuviera buscando al Mesías, sino que también supiera que cuando Él llegó el Mesías traería la revelación de la salvación de Dios a los gentiles. Él solamente pudo haber sabido esto por sus estudios del Antiguo Testamento.
¿Estaba la palabra ‘iglesia’ mencionada específicamente en el Antiguo Testamento? No, la primera mención de esta palabra se encuentra en Mateo 16:18. Pero cuando Jesús les dijo a Sus discípulos que Él edificaría Su iglesia sobre la roca de la confesión de Pedro, nadie le preguntó qué es lo que era la iglesia. La palabra griega simplemente significa una asamblea de personas que se reúnen en un lugar específico.
¿Un Evangelio O Dos?
Los proponentes del punto de vista de los dos Evangelios señalan que los apóstoles, especialmente Pedro, enfatizaron la idea del arrepentimiento como un requisito preliminar para convertirse en creyentes, mientras que Pablo no lo hizo. Dicen que esta diferencia demuestra que el Evangelio de Pedro era diferente al de Pablo. Pero el problema estriba con nuestro entendimiento de la palabra ‘arrepentimiento’. Esta palabra significa un cambio en la manera de pensar de una persona. El mensaje de Pedro en la primera parte de Hechos, estaba principalmente dirigido a los judíos quienes habían sido criados con la creencia de que la salvación se obtenía por obedecer la Ley. Ellos tenían que cambiar su manera de pensar y darse cuenta de que guardando la Ley nunca podrían llegar a ser salvos.
“Pedro les dijo: Arrepiéntanse, y bautícense cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
La interminable lista de nombres que no podían salvarlos incluía sus propios nombres. A menos de que ellos cambiaran su manera de pensar y abandonaran su búsqueda de la auto-justificación en favor de la justicia impuesta a ellos por la fe, nunca podrían ver el Reino.
Pero los gentiles no tenían esas ideas preconcebidas. No estaban atados a la Ley, y no se les había enseñado la idea incorrecta de que se podían salvar a sí mismos según la manera como se comportaban. Muchos de ellos no tenían idea alguna sobre la salvación, de tal manera que una vez que se les enseñó esto, solamente tenían que aceptar lo que el Señor les ofrecía, el regalo gratuito del perdón. Entonces, no hay tal cosa como dos Evangelios, sino solamente dos audiencias. Jesús estaba en lo correcto. La única obra que Dios requiere de nosotros, judío o gentil, es que creer en el que Él ha enviado (Juan 6:28-29).
Una vez más, el problema no está con la palabra de Dios. El problema reside en cómo es que las personas la entienden. Selah. 30/08/2008