La Epístola a los Hebreos, Parte 9, Conclusión

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Aun un pequeño resumen del impacto que la gente de gran fe ha tenido sobre la humanidad, hace de Hebreos 11 uno de los capítulos más alentadores de toda la Biblia. Eso debería hacer que muchos de nosotros pudiéramos manifestar esa clase de fe en nuestras vidas. ¿Qué grandes cosas podríamos hacer por el Reino?

Afortunadamente, Dios no nos pide a muchos de nosotros hacer grandes cosas. Él solamente nos pide que hagamos cosas pequeñas, como el aceptar la muerte de Su Hijo como pago total por nuestros pecados, y resistir la tentación de arruinarlo todo al intentar agregarle alguna otra forma de obras religiosas.

Hebreos 12

Dios Disciplina a Sus Hijos
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar
(Hebreos 12:1-3).

La fe que tenían en las promesas de Dios hizo que estos hombres y mujeres dedicaran sus vidas a la obra de Dios, generalmente creyendo lo imposible para llevarla a cabo. Todas ellas son verdaderos ejemplos de la admonición en Romanos 12:1-2 de presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, no conformándonos a este siglo, sino transformándonos por medio de la renovación de nuestras mentes. Y debemos recordar que esta obra no fue motivada por la adquisición de galardones, sino por la fe en las promesas de Dios. En la mayoría de los casos ellos murieron antes de si quiera haber recibido algún galardón.

Aun al mismo Señor se le quitó la vida antes de recibir alguna de las promesas Mesiánicas, tal y como Daniel lo había predicho (Daniel 9:26). La promesa que Gabriel le había hecho a María de que su hijo restablecería el Reino Davídico y regiría sobre Israel para siempre, aun espera su cumplimiento, Fue Su fe en la promesa de Su Padre lo que le permitió soportar la cruz. Y el gozo que puso ante Él fue que Él le recibiría a usted como Su novia cuando todo fuera dicho y hecho (Salmo 45:11). ¡Solamente piense en ello!

Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo [Proverbios 3:11-12] (Hebreos 12:4-6).

Aclaremos un par de cosas aquí. En primer lugar, la raíz de disciplina es discípulo. Un discípulo es un estudiante que está siendo entrenado. ¿Existe algún lugar en la Biblia que diga que el Señor produjo de manera artificial enfermedades o tormentos o penurias sobre Sus discípulos para fortalecerles la fe? Y sin embargo, Él los estaba entrenando para que llevaran a cabo el trabajo más retador que jamás se le había dado a persona alguna. ¿Y no es que el castigo está en función a la desobediencia? Un buen padre nunca va a castigar a un hijo inmerecidamente, sino que solamente después de un acto de desobediencia y solamente con el propósito de entrenarlo.

Aquellas personas que utilizan versículos como este para afirmar que su desgracia es algún tipo de prueba que Dios les está dando para reforzar su fe, están equivocadas y están perdiendo la lección que de otra manera pudieron haber aprendido. Recuerden, cada vez que nosotros nos justificamos estamos condenando a Dios. Al afirmar que estamos siendo probados solamente para reforzar nuestra fe, estamos infiriendo que no hemos hecho nada para merecer lo que nos ha caído encima. Eso significa que creemos que Dios nos está castigando injustamente. Y eso quiere decir que creemos que Él es injusto.

Solamente existen tres posibles causas para nuestro infortunio. La primera y por mucho la que más prevalece es que esas cosas son las consecuencias predecibles de nuestro propio comportamiento. Si a usted lo atrapan robando en un 7-11 y termina en la cárcel, no tiene derecho a afirmar que Dios le está probando, o que Él le envió allí para que alguien más sea salvo, a pesar de que eso puede suceder. Después de todo, Él es experto en hacer de nuestros limones Su limonada. Lo mismo sucede si usted fuma y le da cáncer, o si toma en exceso y le da cirrosis en el hígado, o si come demasiada grasa toda su vida y obstruye sus arterias, etc., etc. Las advertencias en contra de persistir en este tipo de comportamiento las tenemos a todo nuestro alrededor, pero resulta que me he dado cuenta de que estas personas son las que generalmente se lamentan, «¿Por qué Dios me hizo esto?», cuando su salud falla.

La segunda causa es el mundo caído y pecaminoso en el que vivimos, infestado de enfermedades, males, gente mala, etc. Estas cosas pueden afectar a cualquier persona en cualquier momento.

Y la tercera es que estamos alejados de la comunión con Dios y, por lo tanto, fuera de Su protección. Esta es la causa a la que podemos referirnos como disciplina, y solamente puede ocurrir por nuestro mal comportamiento. El pecado no confesado, aun si solamente es nuestro deseo de no perdonar a alguien, es un mal comportamiento y nos hace presa fácil para un ataque. Ese ataque viene del diablo, pero Dios no puede actuar para prevenirlo porque nuestro pecado causa una desconexión en nuestra relación con Él. La cura para esto la encontramos en 1 Juan 1:9. Confiésese y será reconectado.

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados (Hebreos 12:7-11).

Yo sé que no debe de ser así, pero siempre me sorprende saber cuántos cristianos están deseosos de creer que Dios los amó lo suficiente como para dar Su vida por ellos para salvarlos mientras ellos le odiaban, pero después de haber llegado a Él, humildes y contritos, Él empezó de manera arbitraria a exponerlos a toda clase de penurias y enfermedades para fortalecerles la fe. Creo que ese es un caso clásico de atribuirle nuestros motivos al comportamiento de Él. Lo diré de nuevo. Cuando nosotros nos justificamos a nosotros mismos, estamos condenando a Dios. Todos necesitamos ser entrenados porque todos pecamos y el propósito es el traernos lo más cerca posible de Dios, porque sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.

Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado (Hebreos 12:12-13).

Aquí encontramos una de las 28 veces que en el Nuevo Testamento la palabra griega para sanar se usa de manera figurada, significando que por nuestro buen ejemplo, los perdidos pueden salvarse. En todos los demás casos se utiliza de manera literal, significando «curar, sanar, o hacer pleno». Pero créanlo o no, hay algunas personas que quieren hacer caso omiso del resto y solamente citan Hebreos 12:13 para demostrar que el Nuevo Testamento no promete la sanidad física a nadie.

Advertencia Para Los Que Rechazan La Gracia de Dios
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.
(Hebreos 12:14-17).

Al leer esta narración en Génesis 27:30-40, podemos darnos cuenta que Esaú no expresó ningún arrepentimiento, solamente se lamentó. Él no consideró que lo que había hecho era algo malo, sino que se enfureció porque eso ocasionó que perdiera algunos beneficios. Sin arrepentimiento no puede haber perdón, porque el arrepentirse significa cambiar nuestra mente y darnos cuenta que algo que hicimos fue pecado. Si nosotros no creemos que fue pecado, no pediremos ser perdonados. ¿Cuántas veces usted ha dicho, «Te perdono» a alguna otra persona, solamente para obtener de ellas una mirada en blanco, pensando qué es lo que usted quiere decir, o si está tratando de justificar el comportamiento de ellas hacia usted? Ellas no creen que le hayan hecho nada malo a usted. Por eso fue que David le pidió perdón al Señor por los pecados sobre los que no tenía conocimiento de haber cometido (Salmo 19:12). Él sabía que no nos damos cuenta de lo mucho que pecamos.

Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo [Éxodo 19:12-13]; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando [Deuteronomio 9:19];

Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. (Hebreos 12:18-24).

El contraste entre estos dos puntos de vista no puede ser más desolador, confirmando sin lugar a dudas la importancia primordial de la cruz. Yo creo que la sangre rociada es una referencia a la sangre de Jesús la cual Él roció sobre el altar del Cielo, mientras que la sangre de Abel se refiere a los animales que él trajo al altar en el Edén. La primera nos ha perfeccionado para siempre mientras que la segunda solamente puso sus pecados a un lado mientras tanto.

Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo [Hageo 2:6]. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor [Deuteronomio 4:24] (Hebreos 12:25-29).

Todas aquellas personas que no creen no hacen lo que se les ordena y se apartan cuando las cosas se ponen difíciles. En el Antiguo Pacto era obedecer los mandamientos, en el Nuevo pacto es creer en Aquel que Él envió. Una vez más el autor lanza una advertencia en contra de la incredulidad y luego les reasegura a sus lectores que Él no estaba hablando sobre nosotros. A nosotros él nos dice, «Puesto que ustedes están recibiendo algo que no puede ser quitado, adoren a Dios de acuerdo a eso».

Hebreos 13

Conclusiones y Exhortaciones
Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo
(Hebreos 13:1-3).

El escritor empezó su carta diciendo que los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir a aquellas personas que heredarán la salvación (Hebreos 1:14). Ahora él dice que cuando vengan se parecerán a nosotros. No tenemos ninguna idea de cuántas veces una persona que parece ordinaria y que apareció de la nada nos ha ayudado, la cual había estado frente al trono de Dios solamente unos segundos antes. Tampoco sabemos cuántas otras veces eso sucedió sin siquiera habernos dado cuenta. Debemos estar más alertas, y darles las gracias a todas esas personas que nos han ayudado como si fueran los espíritus ministradores. Y en lugar de rechazar a las personas que se encuentran en problemas como si tuvieran una enfermedad contagiosa, deberíamos tratarlos como queremos ser tratados nosotros. Estos son ejemplos específicos del principio general de la Regla de Oro.

Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré [Deuteronomio 31:6];

De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre [Salmo 118:6-7] (Hebreos 13:4-6).

Los dos destructores más comunes del matrimonio son el sexo y el dinero. Ambos son exacerbados por una sociedad que nos dice que para ser exitosos necesitamos mucho de los dos. Pero el Señor sabe lo que necesitamos y nos ha prometido que nunca nos faltará nada. Si primero buscamos Su reino, todo lo demás seguirá (Mateo 6:33).

Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:7-8).

Debemos mirar a los grandes hombres de la fe para inspirarnos, pero también a aquellas personas entre nuestros contemporáneos quienes nos han producido el impacto espiritual más grande. Debemos emularlos. Las promesas del Señor no cambian. Lo que Él hizo por ellos lo hará también por usted.

No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas. Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo (Hebreos 13:9-10).

La carta fue escrita primeramente a los judíos y el escritor les recuerda que las restricciones dietéticas no les hicieron ningún bien espiritual. Como un ejemplo, con toda su purificación ritual, los sacerdotes no podían compartir la comunión.

Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios (Hebreos 13:11-16).

Él fue sacrificado fuera de la ciudad junto a los criminales más bajos, que no valían más para los líderes religiosos que el cadáver desechado de sus sacrificios. La idea es que si hubieran estado buscando a Jesús, debieron salirse del judaísmo para encontrarlo. Ya a Dios no le agradan los sacrificios rituales. Lo que Él más quiere es nuestro reconocimiento que el sacrificio perfecto al que todo señaló ha llegado, y que nuestra amabilidad hacia los demás sea una expresión de nuestro agradecimiento. Este es nuestro sacrificio de alabanza.

Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso (Hebreos 13:17).

Pablo nos advirtió que obedeciéramos a los jefes de gobierno. Ellos fueron puesto allí por el mismo Dios (Romanos 13:1). Ahora se nos dice que obedezcamos a nuestros líderes eclesiásticos también. Así como nosotros somos el rebaño, ellos son los pastores y tendrán que dar cuentas sobre cada uno de nosotros. Si somos una carga innecesaria para ellos, no les estamos haciendo ningún bien.

Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo. Y más os ruego que lo hagáis así, para que yo os sea restituido más pronto.

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación, pues os he escrito brevemente.

Sabed que está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el cual, si viniere pronto, iré a veros.

Saludad a todos vuestros pastores, y a todos los santos. Los de Italia os saludan. La gracia sea con todos vosotros. Amén (Hebreos 13:18-25).

En este capítulo se nos dan siete elementos del amor fraternal:

1.Ser amables con los extraños.
2.Recordar a los encarcelados.
3.Recordar a los maltratados.
4.Mantener el lecho matrimonial sin mancilla.
5.Evitar el amor al dinero.
6.Obedecer a nuestros pastores.
7.Mantener la pureza del Evangelio.

También se nos dan varias pistas de que Pablo fue el escritor. Su mención de Timoteo, su pedido de que oren por él para que pueda visitarlos, su mención de los que se encuentran en Italia, y su uso de la palabra gracia. Esa era su marca de identificación, la cual aparecía al final de cada una de sus cartas. Ningún otro de los escritores usó esta palabra.

Espero por este estudio que ustedes empiecen a estar de acuerdo conmigo que la carta que con más frecuencia se cita para negar la seguridad eterna es, de hecho, la que la apoya más ardientemente. Salvos por gracia y justificados por la fe, hemos sido hechos perfectos para siempre por la sangre de Cristo. 11/01/2008