No Oren Por Los Estados Unidos De América

Un Comentario Por Jack Kelley

«Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Corintios 2:9).

En los días justo antes del cautiverio babilónico, el pueblo de Judá estaba seguro de que Dios no iba a permitirles a los babilonios conquistarlos. «Después de todo», decían, «somos el pueblo de Dios. Su Templo está en medio de nosotros. Seguramente Él nos librará». Sus líderes los animaban a pensar de esa manera y los falsos profetas les aseguraban que pronto todo volvería a la normalidad otra vez. Y a pesar de que los ejércitos de Babilonia estaban a las mismas puertas de Jerusalén, ellos esperaban que Dios los librara milagrosamente.

De hecho, Dios realmente les había dicho que si ellos se volvían a Él, Él los libraría.

«Pero si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre. He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan» (Jeremías 7:5-8).

Pero ellos no se dieron cuenta de cómo su comportamiento estaba ofendiendo a Dios, y creían que solamente declarando que eran Su pueblo, Él los salvaría. Sus líderes les habían dicho que Dios los libraría y ya que eso es lo que querían escuchar, eso es lo que creyeron.

Finalmente, en tres ocasiones distintas Dios le dijo a Jeremías que ya no orara por ellos porque Él ya no iba a escucharlos más (Jeremías 7:16, 11:14, 14:11). Ya ellos habían ido demasiado lejos. Solamente unos pocos años después de un reavivamiento nacional, el pueblo volvió a su idolatría y para Dios eso fue la gota que derramó el vaso.

La tercera discusión de Dios con Jeremías sobre este asunto vale la pena revisarla.

Me dijo Jehová: No ruegues [ores] por este pueblo para bien. Cuando ayunen, yo no oiré su clamor, y cuando ofrezcan holocausto y ofrenda no lo aceptaré, sino que los consumiré con espada, con hambre y con pestilencia.

Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí que los profetas les dicen: No veréis espada, ni habrá hambre entre vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera.

Me dijo entonces Jehová: Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan (Jeremías 14:11-14).

Ya era demasiado tarde. Ellos habían desperdiciado su última oportunidad. Aun si el pueblo estuviera de acuerdo en corregir sus caminos y devolverse a Él en ese momento, Él sabía que sus corazones no habían cambiado. Ellos harían lo imposible para evitar el juicio. Pero Su decisión ya había sido tomada.

Dios es misericordioso pero Él también es justo. Él no puede dejar pasar el pecado para siempre. Llegará un momento cuando Él tiene que actuar a pesar de que Él preferiría no hacerlo. Eso no le da ningún placer, y Él siempre está buscando una salida que no comprometa Sus valores.

Por ejemplo, mientras estaba en camino para juzgar a Sodoma y Gomorra, Abraham lo comprometió sobre este mismo asunto. «¿No perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?» preguntó Abraham. «Sí», respondió Dios, «por cincuenta justos perdonaré el lugar». Luego Abraham, de manera progresiva, disminuyó la cuenta hasta llegar a diez justos, y Dios perdonaría el lugar aun por esos diez justos (Génesis 18:22-33). Y bien, no había ni siquiera diez justos allí así que el juicio fue confirmado. Pero sí había uno y a pesar de que Dios no estaba obligado a hacerlo, insistió en que ese justo fuera removido del momento y el lugar del juicio antes que este comenzara. Ese único era Lot (Génesis 19:21-22).

Ya fuera en Sodoma o en Jerusalén, nadie sabía por adelantado que a Dios se le iba a acabar la paciencia, porque Él no quiere que la gente obedezca Sus reglas motivada por el miedo. Él quiere que las personas obedezcan porque eso es lo que deben hacer. Con Él el motivo tiene que ser bueno para que la acción sea buena.

Israel había sido el reino de Dios en la Tierra durante 600 años. Estaba tan bien establecido que la gente creía que no era importante la manera como se comportara. Mientras se llamara el pueblo de Dios y practicara los gestos de alabarlo a Él, la gente creía que estaba segura. Y después de todo sus Escrituras decían que Israel era el Reino establecido por Dios y cuya intención era permanecer para siempre sobre la Tierra. Aun así, cuando la justicia de Dios demanda juicio, nada puede prevenirlo.

Debemos recordar que mientras que en muchas maneras los Estados Unidos de América es como Israel, la Iglesia no lo es.  Primero, la Iglesia no es un reino nacional que tiene un país natal con fronteras geográficas. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Filipenses 3:20). Él no viene a la Tierra para quedarse con nosotros. Él viene para llevarnos a la casa de Su Padre para que en donde Él esté estemos nosotros también (Juan 14:1-3). Así que cuando Él lo haga no importa que seamos de los Estados Unidos de América, o del Reino Unido, o de los Emiratos Árabes Unidos, puesto que la Iglesia está en todas partes. Dios solamente ha establecido a una nación eterna sobre la Tierra y esa es Israel. El hogar eterno de la Iglesia es en el Cielo en donde nos espera la herencia del mismo Dios (Gálatas 4:4-7).

Segundo, la Iglesia nunca debe temer un juicio como los que he descrito anteriormente. El Señor Jesús estuvo de acuerdo en ser juzgado en lugar de la Iglesia a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha (Efesios 5:27).

La Derecha Religiosa y otros cristianos norteamericanos bien intencionados con frecuencia envían correos electrónicos urgiendo que oremos por los EE.UU. ¿Pero en dónde dice Dios en la Biblia que debemos orar por algún otro lugar de la Tierra que no sea Jerusalén? La voluntad de Dios se cumpliría mejor si la Iglesia orara por sí misma, para que finalmente adopte el punto de vista bíblico del mundo que es el que debe tener, y se convierta en lo que se supone que debe de ser, el cuerpo de Cristo. Es una indicación de que la Iglesia norteamericana tiene un punto de vista secular del mundo cuando la mayoría de nosotros estamos orando para que Dios restituya los buenos tiempos pasados en nuestro país en vez en estar orando por el pronto retorno del Señor para sacarnos de aquí.

Las oraciones por los Estados Unidos de América están bien en sí mismas, pero están motivadas por un amor a lo que nuestro país ha sido más que por un deseo de ver que la voluntad de Dios se haga en la Tierra. Y cuando lo analizamos bien, orar para que Dios restaure a los EE.UU. pareciera ser  que admitimos que realmente no estamos listos para ver que la voluntad de Dios se haga en la tierra.

Muchos de nosotros crecimos en los Estados Unidos de América creyendo que Dios está de nuestro lado. Pero cuando empecé a estudiar la Biblia me di cuenta que Dios no toma lados. Él es un lado. Cualquier bendición que hayamos disfrutado como nación ha sido durante los momentos cuando hemos estado de Su lado, y no porque Él estuviera de nuestro lado. En cuando a Dios se refiere, los EE.UU. es una de las naciones destinadas a ser completamente destruidas durante la gran tribulación (Jeremías 30:11). En Su mente, la única nación sobre la Tierra que importa siempre ha sido y siempre será Israel.

Aun así, hubo un momento en el cual Dios le dijo a Jeremías que dejara de orar por Israel porque ya era demasiado tarde para que cambiara de opinión. Aun un reavivamiento no les hubiera ayudado. Y si acaso aun no ha llegado, ese día pronto llegará para los EE.UU. y cualquier favor que nuestra nación pudo haber disfrutado con Dios, terminará para siempre.

Ya es tiempo para que los cristianos de Norteamérica se den cuenta de que los EE.UU. es solamente el lugar de su morada temporal. Y así como nos dolemos del hecho de que los EE.UU. le está volviendo la espalda a Israel, no debemos perder de vista de que los EE.UU. también le está volviendo la espalda a la Iglesia.

Según una autoridad, que es ni más ni menos que nuestro Presidente (y él está en lo cierto), los EE.UU. ya no es una nación cristiana. La única conexión entre Dios y los EE.UU. hoy día es que un grupo de nosotros que creemos en Él, da la casualidad de que vivimos aquí. Los estadounidenses no viven bajo las leyes de Dios, ya no les enseñamos a nuestros hijos sobre Él en nuestras escuelas, ya no ofrecemos nuestras oraciones públicas en Su Nombre, y las festividades que guardamos ya no son ningún tributo a Él. No le agradecemos por las bendiciones que hemos recibido de Él y ya no lo buscamos cuando lo necesitamos.

Los Estados Unidos de América es una nación gentil secular que pronto dejará de ser un hogar confortable para la Iglesia, como lo fue la Alemania de antes de la guerra para los judíos. Es apremiante que ejercitemos nuestro patriotismo desde nuestra religión. Piense en ello como una separación de Iglesia y Estado pero a la inversa. Los norteamericanos ya no quieren que los valores de la Iglesia guíen la dirección de la nación, y tampoco los cristianos deben de querer que los valores de los EE.UU. guíen a la Iglesia. Debemos estar anhelando tan apasionadamente irnos de aquí que nuestros pies apenas deberían estar tocando el suelo cuando caminamos.

Un día el Señor les pidió a algunos hombres que lo siguieran. El primero dijo, «Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre [su intención fue decir, «Déjame esperar a que mi padre muera»]. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios»

Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios (Lucas 9:59-60).

Su posición aquí es consistente con Su advertencia en contra de acumular tesoros en la Tierra.

«Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24). La palabra riquezas incluye tanto el dinero como las posesiones. Si usted está hasta el cuello rodeado de cosas agradables, obviamente usted va a querer pasar el resto de su tiempo con estas cosas en vez de prepararse a trasladarse a su nuevo hogar.

Él también tenía esto que decir sobre la semilla que se siembra entre espinos.

«El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa» (Mateo 13:22).

Estos versículos hablan en contra de estar uno tan inmerso en las cosas de este mundo que perdemos de vista en dónde es que está nuestro verdadero hogar. En cada caso la persona que cae en esta trampa no produce frutos. Eso significa que ignoramos las oportunidades del Reino aquí y perdemos las recompensas del Reino allá.

¿Por qué es que tantas personas en la Iglesia Norteamericana se aferran a los EE.UU. cuando los EE.UU. han dejado en claro que no quiere nada con la Iglesia? Eso se debe a nuestra naturaleza de colocar en alto un valor que conocemos en lugar de uno que no conocemos. Nosotros conocemos lo buena que ha sido nuestra vida aquí, pero la mayoría no conocemos nada sobre cómo es que será nuestra vida en nuestro hogar eterno. Un número sorprendente de personas creen que estaremos sentados en las nubes tocando arpas todo el día. Otras creen que el Cielo será un servicio de alabanza interminable y lo comparan con las experiencias del servicio dominical de las mañanas. Por eso no es de extrañar que estas personas prefieran quedarse aquí.

Sería fácil culpar a la religión organizada por no enseñarnos la verdad sobre esto. Pero eso sería resignarse. Después de todo, la religión organizada en sí misma no es más que una institución terrenal. El verdadero problema es que se necesita de un montón de fe para escoger entre lo desconocido y lo conocido. Y de la misma manera como muchos cristianos norteamericanos no tienen la fe para vivir sus creencias, escogiendo vivir unas vidas seculares en su lugar, la mayoría de nosotros no tenemos la fe para creer en las promesas de Dios para la eternidad, por eso es que nos centramos en el aquí y en el ahora.

La solución a todo esto parece muy fácil. Pablo escribió que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Al leer lo que la Biblia dice sobre lo que está guardado para nosotros es que podemos tener una nueva actitud en nuestras mentes (Efesios 4:23). Podemos ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento y así no conformarnos a este siglo (Romanos 12:2). Podemos entender lo que significa estar en este mundo pero no ser de este mundo. Podemos descubrir que la mayor aventura jamás diseñada para la humanidad está a la vuelta de la esquina, y puesto que hemos aceptado la muerte del Señor como el pago completo y total por nuestros pecados, ya es nuestra. Y, finalmente, entenderemos que mientras el éxito de los EE.UU. no ha tenido paralelo en la historia, durante toda la Era del Hombre, el mayor ganador, sin duda alguna, es la Iglesia. 06/06/09.