Misericordia y juicio cantaré; a ti cantaré yo, oh Jehová. Entenderé el camino de la perfección cuando vengas a mí. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa. No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí.
Corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado. Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré; no sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso. Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá.
No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos. De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra, para exterminar de la ciudad de Jehová a todos los que hagan iniquidad.
¡Hable sobre una actitud de agradecimiento! David ciertamente captó la idea en este Salmo. Este Salmo hace un recuento de los primeros días de nuestra relación con el Señor. Primero fue el amor y la alabanza incontrolable cuando comenzamos a comprender lo que el Señor había hecho por nosotros. Y, luego, llenos de agradecimiento, empezamos conscientemente a modificar nuestro comportamiento, haciendo todo lo que sabemos que le es agradable al Señor, y evitando todo lo que le desagrada.
Y no es porque estábamos tratando de impresionarlo; sabemos que eso no es posible. Tampoco es porque estábamos tratando de ganar algún favor o posición. De antemano sabemos que se nos habían otorgado ambas cosas. Tampoco por temor a una pérdida. El Señor nos otorgó todo antes de que siquiera hiciéramos algo. Pero es un simple y puro deseo de complacerlo a Él, para mostrarle cuánto apreciamos todo lo que ha hecho por nosotros. Es una respuesta de amor.
¿Por qué hay muchos cristianos que usan la frase “Qué haría Jesús”? Primeramente es para influenciar el comportamiento de otras personas y luego para empezar a hacernos la misma pregunta, en un esfuerzo en mejorar nuestro propio comportamiento, y emular al Señor lo mejor que podamos.
Impulsados por el poder regenerativo del Espíritu Santo, indagamos en la Biblia para descubrir muy pronto de lo que exactamente el Señor nos salvó y que era el destino hacia el que tan esmeradamente nos estábamos esforzando, cuando Él llegó. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3). Nuestra reacción a ese pasaje era comparable al sentimiento de haber sido sacados de un tirón, en el último instante, del camino en que íbamos sin control, por lo que nuestro nivel de agradecimiento se elevó a lo máximo.
Habiendo conocido de lo que fuimos rescatados, un estudio adicional nos revela el motivo por el que fuimos salvados. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:4-7).¿Y qué significa que nos hemos sentado con Cristo en los lugares celestiales? Y, desde la perspectiva de Dios ¿eso ya se ha cumplido? ¿Por qué? Eso es para que seamos el ejemplo brillante, para las innumerables generaciones futuras de la humanidad, de las incomparables riquezas de la gracia de Dios. El Señor nunca ha hecho algo tan grande como lo que hizo para la iglesia, y nunca lo hará otra vez. Nosotros somos Su logro supremo.
¿Cómo es que uno puede expresar esta clase de gratitud por el conocimiento que evocan estas cosas? Nosotros no tenemos nada que el Señor necesita, por lo que no podemos pagarle con nada. Nuestra respuesta, guiada por el Espíritu Santo, desde los primeros días de nuestro caminar con el Señor, debe de ser la misma hoy día. Podemos intentar comportarnos de una manera que le agrade a Él. Solamente las palabras no lo hacen, porque el regalo es demasiado grande. Se necesita la acción. Se necesita de una acción. Una acción impulsada por una actitud de agradecimiento.
Traducido por Walter Reiche-Berger
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