Jehová, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare. Porque mis días se han consumido como humo, y mis huesos cual tizón están quemados. Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan. Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne. Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; Velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado.
Cada día me afrentan mis enemigos; los que contra mí se enfurecen, se han conjurado contra mí. Por lo cual yo como ceniza a manera de pan, y mi bebida mezclo con lágrimas, A causa de tu enojo y de tu ira; pues me alzaste, y me has arrojado. Mis días son como sombra que se va, y me he secado como la hierba.
Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre, y tu memoria de generación en generación. Te levantarás y tendrás misericordia de Sion, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado. Porque tus siervos aman sus piedras, y del polvo de ella tienen compasión.
Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu gloria; Por cuanto Jehová habrá edificado a Sion, y en su gloria será visto; Habrá considerado la oración de los desvalidos, y no habrá desechado el ruego de ellos.
Se escribirá esto para la generación venidera; y el pueblo que está por nacer alabará a JAH, Porque miró desde lo alto de su santuario; Jehová miró desde los cielos a la tierra, Para oír el gemido de los presos, para soltar a los sentenciados a muerte; Para que publique en Sion el nombre de Jehová, y su alabanza en Jerusalén, Cuando los pueblos y los reinos se congreguen en uno para servir a Jehová.
El debilitó mi fuerza en el camino; acortó mis días. Dije: Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días; por generación de generaciones son tus años. Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti.
No importa lo que pueda suceder en su vida, usted puede estar seguro de que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Ya sea que usted está viviendo una vida madura y plena o que muera joven, que disfrute de buena salud o esté batallando con la enfermedad, que viva una vida de privilegio o de pobreza, que se bañe en el brillo de la fama mundial o se mueva en el anonimato, la promesa de Jesús permanece siendo la misma: “No se turbe su corazón: ustedes creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay: si así no fuera, yo se los hubiera dicho: voy, pues, a preparar un lugar para ustedes, y si me fuere y les preparare lugar, vendré otra vez, y los tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, ustedes también estén” (Juan 14:1-3).
El aclamado caricaturista Mark Newgarden dijo una vez: “Todos morimos solos”. Por supuesto que cuando alguien está muriendo, por lo general tiene personas allegadas a su alrededor sosteniéndole la mano y orando, pero he podido observar a suficientes personas morir para darme cuenta de que en el preciso momento de la muerte, cuando la vida termina aquí en la tierra, nadie allí podrá compartir esa experiencia con nosotros. El viaje de aquí a la eternidad comienza cuando nos despojamos de todos nuestros atavíos terrenales, y por lo menos, del corto tiempo de nuestras relaciones personales y familiares. Ninguna persona de la tierra nos podrá acompañar en nuestro caminar hacia la luz.
Qué reconfortante será entonces, en ese momento, saber que todas las promesas de Dios son ciertas.
“Esto también pasará”, dice el proverbio. No importa cuál sea nuestra situación o circunstancia terrenal, esta será solamente temporal, y sabemos cuando terminará. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35) “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26).
Así que no permita usted que lo que es bueno lo manipule o lo que es malo lo intimide. Confíe en el Señor, este siempre gozoso, y siempre de gracias. Aprenda, como Pablo, “Sé vivir humildemente, y se tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado cono para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:12-13). Porque el Señor es bueno; porque Su misericordia es nueva cada mañana y es para siempre.
Traducido por Walter Reiche-Berger
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