Salmo 114

Cuando salió Israel de Egipto, la casa de Jacob del pueblo extranjero, Judá vino a ser su santuario, e Israel su señorío. El mar lo vio, y huyó; el Jordán se volvió atrás. Los montes saltaron como carneros, los collados como corderitos. ¿Qué tuviste, oh mar, que huiste? ¿Y tú, oh Jordán, que te volviste atrás? Oh montes, ¿por qué saltasteis como carneros, y vosotros, collados, como corderitos? A la presencia de Jehová tiembla la tierra, a la presencia del Dios de Jacob, El cual cambió la peña en estanque de aguas, y en fuente de aguas la roca.

Por lo menos parte de la creación entiende el poder de Dios, y tiembla ante Su presencia. La Tierra lo hace. Y aun los demonios creen – y tiemblan (Santiago 2:19). Solamente el hombre es el que menosprecia a Dios.

Lo extraño de todo es que ha sido el hombre el que más ha recibido. A nosotros se nos dio el dominio sobre la creación, el libre tránsito sobre el planeta. Compramos y vendemos la tierra como si fuera nuestra, embolsándonos las ganancias sin ninguna pena. Utilizamos los recursos del planeta como si no hubiese un mañana, asumiendo que siempre habrá más y aun así somos bendecidos con su abundante cosecha. Dios nos da el aire que respiramos, el agua que bebemos, los materiales para nuestros vestidos y para las casas que edificamos. Su luz nos da energía durante el día y Su oscuridad nos rejuvenece durante la noche

Si la mezcla de los elementos que forman nuestra atmósfera cambiaran en solamente unos pocos puntos porcentuales, de inmediato moriríamos. Lo mismo ocurriría si el sol no alumbrara durante unos días. Nuestras vidas aquí sobre la tierra son tan frágiles que es solamente por la gracia de Dios que sobrevivimos. Solamente por estas únicas razones es que le debemos a Dios nuestra eterna gratitud.

Pero Él ha hecho mucho más. Cuando Satanás engañó a nuestros primeros padres y fueron expulsados de su tierra, y toda su descendencia quedó fuera de la herencia de Dios, Dios proveyó para nuestra redención, y la de la tierra también. Y Él tampoco se desquitó con nosotros. Dios apartó riquezas que son imposibles de medir y bendiciones que son muy numerosas para contar, y todas son para nosotros si tan solo aceptamos Su oferta del perdón.

Lo triste es que cada ser humano sabe esto de manera intuitiva. Por eso es que cuando Jesús describió el día de Su Segunda Venida, dijo “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30).

Las naciones no son las que se lamentan, sino son las personas que las habitan. Se lamentarán porque se darán cuenta de que esperaron demasiado tiempo. El pequeño pedazo de la verdad que está incrustado en el corazón de cada ser humano, y que ha sido ignorada por tanto tiempo, finalmente se hará obvia ante sus propios ojos, y entonces ya será demasiado tarde. Después de todo, somos salvos por fe, y para aceptar lo obvio no se requiere de ninguna fe.

Pero nosotros hemos aceptado por fe lo que no hemos visto, y eso ha cambiado nuestro destino eterno. Esa es una promesa hecha por Aquel que no puede mentir, nuestro Creador, nuestro Redentor, nuestro Señor y Salvador. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).  Al escoger creer que hemos logrado atravesar el propósito de nuestra vida, seremos recompensados para siempre.

 

Traducido por Walter Reiche B.

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