Alaben al Señor, naciones todas; pueblos todos, alábenle. Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, y la fidelidad del Señor es para siempre. Aleluya.
Pronto llegará el día en que la orden expresada en este Salmo será obedecida. Todas las naciones de la tierra alabarán al Señor. En realidad, las naciones no alaban a nadie, son las personas de las naciones las que lo alaban, y eso es lo que el salmista tenía en mente. Él está llamando para que todos alaben al Señor, sin importar lo que son o de dónde vienen.
Pero antes de que eso acontezca deben de suceder algunos eventos de suma importancia. Nunca antes en la historia escrita la humanidad entera ha alabado voluntariamente al Señor, como una sola familia. Será necesario la ejecución de grandes juicios para quitar de la tierra a todas aquellas personas que insisten en negar al Señor, y en estos juicios millones de personas serán eliminadas.
Pero ni una sola de estas personas podrá gritar “falta”. Cada una de ellas, desde la primera que murió con la negativa en sus labios, hasta la última, habrán tenido un encuentro cara a cara con la Verdad. Cada una de ellas por lo menos habrá recibido una oferta bona fide de perdón. Cada una de ellas habrá escuchado el Evangelio, y todas lo habrán rechazado voluntariamente. Cuando estén de pie ante el Gran Trono Blanco, a cada una de ellas se le recordará, de nuevo, las veces cuando se les presentó esa oferta, y se les recordará con lujo de detalles, las excusas que dieron. Nadie podrá decir, “Nunca lo supe”.
¿Cómo es que yo sé esto? Porque conozco a mi Señor. A través de Su creación Él ha hecho obvia Su presencia aun para el observador casual (Romanos 1:20). Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos (Salmo 19:1-4). Él entregó a Su Hijo unigénito para que toda aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). Él también dijo que cualquiera que pide recibe, el que busca encuentra y el que llama a la puerta se le abrirá (Mateo 7:7-8). Él no quiere que nadie se pierda sino que todos lleguen al arrepentimiento (1 Pedro 3:9).
Él ha ido a tales extremos para hacer que el camino de la salvación esté libre para todos los que quieran ir por él porque nos ama tanto que no puede abandonar a nadie.
El Señor tratará una y otra vez de llamar nuestra atención, llamándonos primeramente con bendiciones y si eso no funciona, con dificultades. Él enviará, en nuestro camino, una persona tras otra con la historia de Su amor. Al comienzo de la existencia humana, Él lo escribió en las estrellas para que el padre le contara la historia al hijo mientras observaban el firmamento cuando cuidaban sus rebaños en algún pastizal lejano. Él lo ha escrito en un sinnúmero de libros sin mencionar Su propio Libro, el cual Él ha traducido en todos los idiomas y lenguas de la tierra. Él lo ha transmitido de un extremo al otro del cielo por medio de la radio, la televisión por satélite y por el Internet. Innumerables misioneros han llevado Su mensaje de amor a las selvas más profundas, a las montañas más altas, y a los valles más inaccesibles.
Una de las cosas que más nos sorprenderán cuando lleguemos ante Su presencia y sepamos cómo es que somos conocidos, es por las medidas extremas que Él ha tomado para asegurarse de que nadie, ni uno solo de Sus hijos, haya sido abandonado para vagar por sí solo, sin nunca haber escuchando Su llamado para venir a casa.
Pero como lo ha sido en cada generación, algunas personas en esta generación presente, ignorarán el llamado para continuar en su propio camino, el camino de la destrucción. Cuando usted dé gracias en este día, dé gracias porque no es una de esas personas. Y mientras ore, pida para que aun alguna de ellas finalmente escuche Su voz y responda, antes de que sea demasiado tarde.
Traducido por Walter Reiche B.
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