Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; el guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
Con el correr de los años yo he llegado a comprender lo precario de nuestra posición como creyentes aquí en la tierra. Por ejemplo, una mañana hace varios años yo estaba llevando una canasta llena de ropa sucia a la lavadora. Como en toda casa modesta en México, la lavadora está en la parte de afuera. Entonces mi hijo de dos años vino corriendo a pedirme un “aventón” para que lo metiera dentro de la canasta con ropa. Lo ayudé a meterse dentro y nos fuimos hacia fuera. Lo estaba meciendo mientras caminábamos cuando me tropecé en una loza suelta de la acera. Nos caímos los dos en solo un instante.
Mi único pensamiento fue tratar de caer debajo de Aidan para que él no se golpeara con la caída. Lo logré hacer pero me llevé tremendo golpe con el borde de la acera. Me golpeé el brazo y la pierna izquierdos y me lastimé la uña del dedo grande de ese pie ensartándomela debajo la piel. A como me dolía, pensé que me había roto el dedo del pie. Milagrosamente, Aidan permaneció dentro de la canasta, habiendo sido amortiguado por la ropa. Fuera del susto, salió sano y salvo. Pronto estaría riéndose sobre el incidente y ayudando a su mamá a remendarme las heridas.
Mientras leía este Salmo, pensé en nuestra caída y le di gracias a Dios por haber protegido a mi hijo. ¿Pero, porqué me caí? ¿No dijo el Señor que no dejaría que mi pie resbalara?
Usted podrá decir, “si solo fue un accidente.” “No piense más en ello.” Pero las promesas del Señor o son buenas o no lo son. ¿Qué sucedió aquí?
Creo que aquí es donde radicó el problema. Otro misionero había tomado una dirección que tenía el potencial de dividir la comunidad cristiana aquí, y yo estaba disgustado por ello. Durante la ducha que acababa de tomar, me estaba desahogando, y me enfurecí en más de una manera.
Mi furia era un pecado, y yo no había pedido perdón por ello. En ese momento yo estaba alejado de la comunión con el Señor, por eso fui fácil presa para el enemigo. Este no pudo hacer mucho daño, pero se aprovechó de esa brecha momentánea en mis defensas para meterme la zancadilla. No le culpe, porque eso es lo que él sabe hacer. Fue mi culpa por haber bajado la guardia.
Y de la misma manera como la auto-justificación de Job lo dejó expuesto a un ataque abierto, mi furia me expuso a mí también. Y el enemigo que siempre está vigilando vio la apertura que yo le había facilitado. Aidan no tenía esos problemas y sus ángeles lo protegieron manteniendo la canasta de ropa debajo de su cuerpecito, a pesar de que la ley de la gravedad dice que él debería de haber caído sobre el concreto como me sucedió a mí.
Dios no faltó a Su promesa para conmigo, como tampoco mi tropiezo lo tomó por sorpresa. Mi pecado fue lo que me puso fuera de comunión con Él, dejándome expuesto a un ataque. Y Dios, Quien es justo, permitió que yo pasara por esa experiencia para que sintiera las consecuencias de mi comportamiento.
Nosotros los cristianos somos buenos para responsabilizar al Señor de cumplir Sus promesas para con nosotros, pero cuando se trata de ser santos, como Él es Santo, tenemos mucho que aprender. Mantenernos en comunión es un asunto crítico. La manera que lo podemos hacer es invocando 1 Juan 1:9 cuando hemos pecado. Esta es la barra de jabón que limpia al cristiano una y otra vez. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Si usted es como yo, puede reclamar esa promesa con frecuencia. Tan pronto como lo haga, la promesa del Salmo 121, vuelve a funcionar.