A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos. He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros. Ten misericordia de nosotros, oh Jehová, ten misericordia de nosotros, porque estamos muy hastiados de menosprecio. Hastiada está nuestra alma del escarnio de los que están en holgura, y del menosprecio de los soberbios.
De vez en cuando en mucho tiempo, hay un momento cuando nos encontramos totalmente fuera de control de los eventos que nos rodean. Puede ser un accidente o una enfermedad que detiene nuestra vida por un momento, o quizá por la muerte inesperada de un ser querido.
Lo más indefenso que me he sentido fue ver a mi pequeño hijo llorar cuando las enfermeras lo llevaban a la sala de cirugía, estirando sus bracitos pidiendo ayuda, y no poder yo hacer nada al respecto. Hemos visto a los papás rogarle al Señor que les permita tomar el lugar de ese hijo en esas circunstancias. Pero por lo menos nosotros podemos orar. Con frecuencia pienso lo que puede pasar por la mente de los incrédulos del mundo bajo las mismas circunstancias. Usted y yo buscamos al Señor para consuelo y bienestar cuando los momentos son duros, pero ellos tienen que pasar esos momentos por sí solos.
La mayor parte del tiempo, ellos nos ridiculizan desde su postura de autosuficiencia. Ven nuestra religión como una muleta, y se burlan de que la necesitemos. Pero cuando ellos llegan al final de la cuerda, los hemos podido escuchar llorándole a un Dios que han escogido no reconocer, cuando finalmente se dan cuenta de que nadie es realmente auto suficiente. Entonces es cuando sabemos que no quisiéramos hacerle frente a la tragedia estando solos.
Pablo se llamó a si mismo como un esclavo atado a Cristo. Eso quiere decir que él de manera voluntaria dedicó su vida a la servidumbre, dejándole el control total de su vida a Quien él llamaba Su Maestro. Para nosotros, Pablo escribió, “no son de ustedes mismos; porque han sido comprados por precio” (1 Corintios 6:19-20). Cuando las cosas se salen de control, solamente podemos confiar y aceptar los derechos de Aquel que nos compró con Su sangre, sabiendo que Él se mostrará firme en nuestro nombre. Como escribió el rey David, “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmo 23:4). Esto nos da el consuelo que los incrédulos no pueden sentir.