Salmo 125

Los que confían en el Señor son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre. Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así el Señor está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre.

Porque no reposará la vara de la impiedad sobre la heredad de los justos; no sea que extiendan los justos sus manos a la iniquidad.

Haz bien, oh Señor, a los buenos, y a los que son rectos en su corazón. Mas a los que se apartan tras sus perversidades, el Señor los llevará con los que hacen iniquidad; paz sea sobre Israel.

Este Salmo tiene su contraparte en el Nuevo Testamento en un versículo de 1 Corintios, “No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no los dejará ser tentados más de lo que ustedes pueden resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que puedan soportar” (1 Corintios 10:13). De la misma manera que Dios sabía que dejar a Su pueblo bajo la influencia de sus malvados vecinos durante mucho tiempo, causaría que cayeran en la iniquidad de ellos, así Dios también sabe cuál es el límite de nuestra habilidad para resistir la tentación. Por lo tanto, Él no permanece inerte observándonos si resistimos más de lo que somos capaces de hacer.

 

Hay una antigua ley que dice, “Un amo que a sabiendas pone a su esclavo frente a una tentación que excede su capacidad para resistirla, no tiene ningún recurso cuando el esclavo sucumbe.” El Señor no se place vernos caer. Ese es un negocio de perder, perder. La verdad es que Él del todo no es el autor de nuestra tentación Cuando somos tentados nadie puede decir, “Dios me está tentando.” “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13-14).

Un amigo jocosamente decía, “yo puedo resistirlo todo, menos la tentación.” Son nuestros malos deseos los que causan que seamos tentados, y nuestro enemigo sabe exactamente cuáles hilos jalar y cuándo hacerlo para que esos deseos se disparen.

Cuando éramos pequeños, nuestros padres terrenales con frecuencia nos vigilaban de cerca cuando estábamos aprendiendo sobre nuestras capacidades, siempre listos para ayudarnos en caso de que fuera necesario, evitando así que nos lastimáramos, o que nos desanimáramos y dejáramos de hacer lo que tratábamos de lograr. De la misma manera, el Señor nos observa mientras aprendemos los límites de nuestra habilidad para soportar la tentación, y siempre tendrá una salida para prevenir que se excedan esos límites.

Algunas personas aprenden que su habilidad para resistir la ebriedad se deshace después de que se han tomado el primer trago, y aprenden a depender del Señor para que los ayude a decir no a ese primer trago. Otras se den cuenta de que un solo tiro de los dados, una sola fumada, o una mirada a un cuadro pornográfico, es demasiado, y confían en Él para que los aleje de eso antes de que sea demasiado tarde.

Pero sin importar cuál sea el nivel de tolerancia, la clave para resistir la tentación se encuentra en un solo versículo, magistralmente demostrada para nosotros por el mismo Autor, en las tentaciones del desierto. “Sométanse, pues, a Dios; resistan al diablo, y huirá de ustedes” (Santiago 4:7). Si eso le sirvió al Señor, nos sirve a nosotros también.

 

07 de agosto de 2012