Salmo 127

Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que ustedes se levanten de madrugada, y vayan tarde a reposar, y que coman pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.

He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta.

Hablando de los cristianos estadounidenses alguien dijo una vez, “Alabamos nuestro trabajo, trabajamos en nuestro descanso y descansamos en nuestra alabanza”. Muchos hombres se ajustan a este molde, especialmente cuando se trata de alabar el trabajo. Yo lo sé. Yo era una de esas personas durante la mayor parte de mi vida. Trabajamos desde buena mañana hasta la noche para proveer lo mejor para nuestra familia. Si se dijera la verdad, lo cierto es que estamos satisfaciendo nuestras necesidades competitivas para ganar el Juego de la Vida más que cualquier otra cosa. Nuestro auto estima se deriva casi totalmente por lo que hacemos.

En la mayoría de los casos, todo el trabajo que hacemos es para darles el mejor estándar de vida a nuestros hijos a pesar de que ellos ni siquiera lo han pedido. Y cuando ellos se enteran de que eso es a expensas de una relación que podría tener algún sentido con su papá, se vuelve un trato perdedor tanto para el papá como para el hijo. Sin darse cuenta de que ninguna cantidad de posesiones materiales jamás podrá sustituir el amor que tanto anhelan, ellos piden más y más. Y siendo ignorantes de sus verdaderas necesidades, trabajamos aun más duro para darles más. Cuando finalmente identificamos el problema, generalmente ya es demasiado tarde para corregirlo.

Los hijos son una bendición que Dios nos ha dado para cuidarlos. Es nuestra responsabilidad amarles, enseñarles, y por nuestras acciones demostrarles que Dios les ama. Se ha dicho que nuestros hijos obtienen la impresión duradera de cómo es Dios por la relación que tienen con su padre terrenal. La primera vez que escuché eso fue un gran llamado de atención para mí. No me gustaba la impresión de Dios que estaba formando en sus mentes y determiné cambiarla. Me di cuenta que al estar demasiado ocupado para prestarles atención a los eventos importantes en sus vidas, sin importar lo importante que mi trabajo pudiese ser, les estaba enseñando que Dios tampoco tenía tiempo para ellos.

Parafraseando a la primera dama Bárbara Bush, “Al final de su vida, usted no se lamentará por no haber pasado una prueba más, o por no haber ganado un veredicto más, ni por haber cerrado un negocio más. Usted se lamentará por no haber podido pasar más tiempo con sus hijos”. No se cuántas personas se han expresado así, pero sí sé lo que se siente el ver la mirada en los ojos de mi hijo cuando pude ajustar mi horario para poder asistir a sus partidos de fútbol. Era algo tan pequeño, pero para él eso era lo más grande. En cuanto a mi persona sentí que no solamente estaba expresando mi amor hacia él, sino también le estaba expresando el amor de Dios.