Mucho me han angustiado desde mi juventud, puede decir ahora Israel; Mucho me han angustiado desde mi juventud; mas no prevalecieron contra mí. Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos. El Señor es justo; cortó las coyundas de los impíos.
Serán avergonzados y vueltos atrás todos los que aborrecen a Sion. Serán como la hierba de los tejados, que se seca antes que crezca; de la cual no llenó el segador su mano, ni sus brazos el que hace gavillas. Ni dijeron los que pasaban: Bendición del Señor sea sobre ustedes; Los bendecimos en el nombre del Señor.
Como el árbol del olivo, Israel no puede ser destruido. Durante tres mil años los enemigos de Israel han llegado en varias formas y en numerosos momentos, pero el resultado siempre es el mismo. Eventualmente, el enemigo es derrotado e Israel permanece. Y no debido a su propia fuerza, sino que es debido a la promesa de Dios.
Este es un buen modelo de nuestra batalla con nuestro enemigo. Debido al amor que nuestro Señor nos tiene, siempre podemos salir victoriosos también. “Yo les daré la victoria sobre los enemigos que ustedes escojan enfrentar,” le dijo el Señor a Josué (Josué 10:25). “Resistan al Diablo, y huirá de ustedes”, nos dice (Santiago 4:7). Debido a que nuestra victoria fue asegurada en la cruz, solo tenemos que enfrentarnos a nuestro enemigo para poder lograrla.
En mi carrera como consultor en negocios generalmente dirigía a los gerentes de las compañías que se encontraban en vías del fracaso, a través de una serie de ejercicios diseñados a estimular su creatividad. Comenzaba por preguntarles que se imaginaran qué gran logro obtendrían si supieran que el éxito era inevitable. El propósito de esta serie de instrucciones era para ayudarles a ver que las soluciones a sus problemas son internas y no externas, y se pueden encontrar al enfocar el poder de sus mentes en las posibilidades del éxito en vez del fracaso. Muchas compañías son rescatadas así de una posible quiebra cuando sus gerentes se dan cuenta de que en la mayoría de los casos sus problemas pueden cambiar los resultados.
Pude aprender este principio de uno de los grandes científicos del comportamiento de todos los tiempos, el Apóstol Pablo. Él dijo, “En cuanto a la pasada manera de vivir, despójense del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renuévense en el espíritu de su mente, y vístanse del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). Hace 2000 años, él sabía que podemos cambiar nuestras vidas al cambiar nuestra manera de pensar.
Cuando dirigía a estos gerentes a través de esos ejercicios, les pregunté que se imaginaran que podían realizar cualquier cosa sobre la que pusieran su mente. Tenía que hacerlos imaginar esto porque todos sabíamos que el éxito no estaba garantizado. Y algunos de mis clientes, a pesar de poner sus mejores esfuerzos, fueron a la quiebra de todas maneras.
Pero con los creyentes eso no es así. La advertencia que nos hace Pablo no se basa en la fantasía porque nosotros tenemos una ventaja gigantesca en nuestras vidas personales, que las personas en el mundo de los negocios no tienen. Nosotros tenemos la promesa del Dios Altísimo, Creador del Universo, que podemos ser nuevos en las actitudes de nuestra mente y, por lo tanto, podemos ser una nueva creación, para ser semejantes a Dios en la verdadera justicia y santidad.
Ya no somos más esclavos de las circunstancias, o del trasfondo, o de la manera como fuimos criados, o de los hábitos y actitudes que hemos recogido a lo largo de nuestras vidas. Nosotros podemos ser hechos nuevos en nuestra mente y en nuestra realidad, porque se nos ha dado el poder regenerativo del Espíritu Santo de Dios. Es “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1:19-21).
Como el árbol del olivo y como Israel, somos indestructibles. Ninguna artimaña del enemigo espiritual en contra nuestra puede prevalecer. Se nos ha prometido la victoria sobre cada enemigo que escojamos enfrentar. En cualquier sitio en donde ese enemigo aparece ya sea en la forma de una adicción, un estilo de vida, una emoción o un mal deseo, en el poder de Dios lo podemos resistir y el diablo huirá de nosotros. Garantizado.