Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde.
Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites.
Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza;
Pero mi oración será continuamente contra las maldades de aquéllos. Serán despeñados sus jueces, y oirán mis palabras, que son verdaderas. Como quien hiende y rompe la tierra, son esparcidos nuestros huesos a la boca del Seol.
Por tanto, a ti, oh Jehová, Señor, miran mis ojos; en ti he confiado; no desampares mi alma. Guárdame de los lazos que me han tendido, y de las trampas de los que hacen iniquidad. Caigan los impíos a una en sus redes, mientras yo pasaré adelante.
Hebreos 12:5-6 nos dice que no tomemos a la ligera la disciplina del Señor y que no nos desanimemos cuando Él nos reprende, porque como un buen padre, Él disciplina a los que ama. Y a pesar de que la disciplina del Señor en algún momento puede ser incómoda, esta produce una cosecha de justicia y de paz para todas aquellas personas que han sido ejercitadas en ello (Hebreos 12:11).
Entonces, ¿cómo es que el Señor disciplina a Sus hijos? En primer lugar nosotros debemos entender que no importa lo que hagamos, Él nunca nos echará fuera de la familia. Es como el caso del hijo pródigo, nunca dejamos de ser Sus hijos.
Pero hay cosas que han sucedido en nuestras vidas que al recordar el pasado, las podemos reconocer como una disciplina. Pudo haber sido una oposición inesperada a algo que creíamos que el Señor estaba de acuerdo que hiciéramos, o un repentino aprieto financiero, o problemas personales en una vida que de otra manera estaba corriendo suavemente. Nuestra retrospección nos dice que eso fue disciplina porque tuvo el efecto que el escritor de la carta a los Hebreos describió. Produjo una cosecha de justicia y de paz. La disciplina de Dios siempre va acompañada de la intención de atraernos más cerca de Él.
También, la disciplina ha sido hecha a la medida para ajustarse a nuestras transgresiones y por lo general es rápida. Por ejemplo, yo no tengo ninguna estadística sobre esto pero me parece que así como los cristianos que hacen mal tienen la tendencia de ser sorprendidos más rápidamente y de pagar mayores castigos, los incrédulos no lo son. Esto es particularmente cierto para los creyentes que tienen un perfil alto. Yo creo que eso es en parte porque los cristianos sí conocen entre el bien y el mal, y sienten la convicción del Espíritu Santo cuando hacen el mal. Esto por lo general produce el deseo del subconsciente para ser atrapados.
Pero hay mucho más que eso. El número de veces que les he dado consejo a personas adúlteras, mentirosas y ladronas, he escuchado cuando me cuentan que alguna persona que no debería de haber estado allí en ese momento, los descubrió, y esto es extraño. Un viejo amigo está cenando en un restaurante en otra ciudad cuando dos personas que no deberían estar juntas están allí en una cita secreta. Él no debería de estar allí, y por lo general no lo estaría, pero allí está, en el momento equivocado.
Normalmente les digo a estas personas que nosotros tenemos un Dios que nos ama tanto, que no puede quitar Sus ojos de nosotros. Él ha arreglado que sean descubiertos para impedir que continúen portándose mal, y Él también ha dispuesto Su disciplina para que se arrepientan. Casi siempre han tenido que tomarse ese trago amargo pero salen más fuertes, siendo mejores personas. Con frecuencia terminarán dedicando una parte importante de sus vidas a aconsejar a otros creyentes que están en situaciones similares, cumpliendo así lo que dice 2 Corintios 1:3-4. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”.
Es que Dios conoce que la raíz de la palabra disciplina es discípulo, y discípulo quiere decir estudiante. La disciplina del Señor tiene por objeto la enseñanza temperada con la misericordia. Su propósito es la restauración. Y en esto, como en todo lo demás, Él está haciendo que todo les ayude a bien a los que le aman y conforme a Su propósito son llamados (Romanos 8:28).