Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de él expondré mi queja; delante de él manifestaré mi angustia. Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba, me escondieron lazo. Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.
Clamé a ti, oh Jehová; dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.
David escribió este Salmo cuando estaba escondido en una cueva por temor a Saúl. No había ninguna razón lógica para que Saúl estuviera persiguiendo a David. Era la paranoia de un hombre trastornado y, por lo tanto, algo contra lo cual era muy difícil defenderse. Una y otra vez David demostró su inocencia, pero Saúl era implacable. La opresión que David sentía se podía palpar.
En mi vida han habido dos ocasiones en las que he sentido esa opresión injustificada y que sabía que nadie podría entenderla. Cuando trataba de explicar la situación a mis amigos más cercanos, solo obtenía esa mirada en blanco que me mostraba que no me estaban creyendo lo que les decía. Aun mi propia familia dijo que yo estaba reaccionando más de la cuenta. Finalmente, me di por vencido.
Durante los días antes de que llegara a conocer al Señor, yo habría tenido que sufrir en silencio mientras la cólera iba aumentando dentro de mí como el vapor en un caldero que no tiene salida. Pero Él y yo nos habíamos conocido antes de estos eventos así que yo tenía un amigo con quien conversar, alguien que entendía porque Él había pasado peores cosas y sabía cómo me sentía yo. Alguien que podía ayudarme a salir de estos momentos oscuros en mi vida, y podía rescatarme de esa cólera que yo tenía. Alguien que podía convertir los limones en limonada. (En los días posteriores a estos ataques, experimentamos un crecimiento dramático en nuestro ministerio. Él hizo que personas justas se reunieran a mí alrededor debido a Su amor para con mi persona.)
El escritor de la Carta a los Hebreos dijo que esa era una de las razones por las que Jesús se hizo hombre. “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).
¿No es eso increíble? A pesar de que Él nos creó de la nada y formó los Cielos y la Tierra para que fueran nuestra habitación, nuestro Dios ha estado en nuestros zapatos. Él conoce por lo que pasamos y lo comprende, aun cuando nadie más lo haga.
Para mí esto significa dos cosas. Primero, Él sabe cómo nos sentimos porque Él lo ha sentido también. Para Él no hay una segunda opinión, como tampoco “Esto es lo que deberías haber hecho”, sino que solamente hay empatía la cual solo puede venir de alguien que ya ha estado pasando por lo mismo. Y, segundo, cuando se trata de interceder por nosotros, Él puede entender por qué nos ponemos tan bravos y cómo fueron motivados esos malvados pensamientos que albergamos. Él puede ser misericordioso cuando le pedimos ser perdonados.
Es fácil convencernos a nosotros mismos de que estamos completamente solos en nuestros momentos de problemas y que a nadie le importa. Pero siempre hay Alguien a nuestro lado a pesar de que estemos pasando por nuestros tiempos más oscuros. Él es quien nos ha prometido que nunca nos abandonaría ni dejaría, aun hasta el final de los tiempos.
Oh Señor, Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.