Salmo 143

Oh SEÑOR, oye mi oración, escucha mis ruegos; respóndeme por tu verdad, por tu justicia. Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano.

Porque ha perseguido el enemigo mi alma; ha postrado en tierra mi vida; me ha hecho habitar en tinieblas como los ya muertos. Y mi espíritu se angustió dentro de mí; está desolado mi corazón. Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos. Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como la tierra sedienta.

Respóndeme pronto, oh SEÑOR, porque desmaya mi espíritu; no escondas de mí tu rostro, no venga yo a ser semejante a los que descienden a la sepultura. Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado; hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma. Líbrame de mis enemigos, oh SEÑOR; en ti me refugio.

Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. Por tu nombre, oh SEÑOR, me vivificarás; por tu justicia sacarás mi alma de angustia. Y por tu misericordia disiparás a mis enemigos, y destruirás a todos los adversarios de mi alma, porque yo soy tu siervo.

Esta oración de David es muy directa. Él no vio la necesidad de componer una prosa formal y muy adornada cuando pedía la ayuda de Dios. Yo concuerdo en que sus salmos de adoración son bellamente poéticos, pero eso era más como la obra del Espíritu Santo. Cuando David necesitaba ayuda no tenía temor de pedirla y de una manera directa, como si le estuviera ordenando a Dios que interviniera para arreglar las cosas, y en el momento que David quería, no menos. Yo no veo esto como una impertinencia por parte de David, ni tampoco como que estuviera siendo presuntuoso. Era una indicación de su gran fe. Él esperaba que Dios respondiera sus oraciones y, en la pasión del momento, simplemente desembuchaba lo que necesitaba. Obviamente, él no pensaba que fuera necesario ser formal, o indeciso, o aun educado.

Yo también he observado eso con otros varones de Dios. Abraham dijo, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío” (Génesis 18:25). Moisés dijo, “¿Por qué han de hablar los egipcios…? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (Éxodo 32:11-12). Y el caballero perpetuo, Daniel, dijo, “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo” (Daniel 9:20).

Estos varones no le estaban faltando el respeto a Dios, ni tampoco lo consideraban como su igual. Pero ninguno dudó en recordarle las promesas que Él había hecho. En el caso de Abraham fue Su justicia. Con Moisés fue Su promesa de sacarlos de Egipto, y con Daniel fue Su promesa de regresar a Israel después de su cautiverio en Babilonia. Y tampoco era una impertinencia. Era la fe que ellos tenían lo que les permitió ser atrevidos. Ellos sabían que Dios había hecho una promesa y sabían que Él guardaba Sus promesas. Punto. Fin de la historia.

Generalmente cuando observamos a las personas pidiendo oraciones de sanidad u otro tipo de ayuda, podemos ver lo indecisos que somos para acercarnos a Dios, como si no tuviéramos el derecho de pedirle nada a Él. Pero en algunas versiones, la Biblia contiene más de 7.000 promesas de Dios, y lo que Él ha prometido, Él lo hará. A los judíos les dijo, “No lo hago por ustedes, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre” (Ezequiel 36:22). Él no los restableció como nación porque lo merecían, lo hizo porque Él dijo que lo haría. Y si eso es cierto para ellos, ¿qué lo será para nosotros? ¿Por qué Él no estaría ayudando a bien a los que le aman? (Romanos 8:28). ¿Por qué una oración hecha en fe no podría sanar a una persona? (Santiago 5:15). ¿Por qué todas nuestras necesidades no podrían ser llenadas si buscamos Su reino y Su justicia? (Mateo 6:25-33). De hecho, ¿por qué no podríamos ser ricos en todo aspecto para así poder ser generosos en todas las ocasiones? (2 Corintios 9:11). ¿Es porque el Señor ya no guarda Sus promesas, o porque somos nosotros los que no esperamos que Él las cumpla?