Salmo 148

Alaben al SEÑOR desde los cielos; alábenle en las alturas. Alábenle, ustedes todos sus ángeles; alábenle, ustedes todos sus ejércitos. Alábenle, sol y luna; alábenle, ustedes todas, lucientes estrellas. Alábenle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre del SEÑOR; porque él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada.

Alaben al SEÑOR desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; El fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra; Los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros; La bestia y todo animal, reptiles y volátiles; Los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos los jueces de la tierra; Los jóvenes y también las doncellas, los ancianos y los niños.

Alaben el nombre del SEÑOR, porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos. Él ha exaltado el poderío de su pueblo; alábenle todos sus santos, los hijos de Israel, el pueblo a él cercano. Aleluya.

Si el agua es el solvente universal, entonces, la alabanza tiene que ser el remedio universal. No existe nada que pueda cambiar nuestra actitud, levantar nuestro ánimo, quitar nuestro molesto dolor de cabeza, aliviar nuestro corazón o disolver nuestros temores, como la alabanza. La palabra alabanza aparece 248 veces en la Biblia. La primera vez es cuando Lea dio a luz a su cuarto hijo. En sus días el nacimiento de cuatro hijos varones era considerado como una señal segura del favor de Dios. “Esta vez alabaré al SEÑOR”, dijo, y lo nombró Judá. Judá significa alabar.

Alguien me escribió recientemente cómo es que los primeros cristianos pudieron soportar tan terribles torturas. Mi investigación me llevó a un libro llamado “El Libro de los Mártires de Fox” en el cual aprendí que ellos cantaban canciones de alabanza cuando los torturadores les estaban haciendo lo peor.

La investigación médica ha demostrado los efectos curativos tanto de la risa como de la creencia en Dios. Al unir estas dos emociones, se obtiene la alabanza. El alabar a Dios nos hace más felices mientras alimentamos nuestra creencia. Generalmente se produce un leve estado de euforia, el cual nos asegura que todo va a salir bien. Cantar canciones de alabanza con otros creyentes eleva ese sentimiento. No importa lo terribles que sean nuestras circunstancias, cuando entramos en la iglesia los domingos en la mañana, con solamente unos minutos de estar alabando al Señor junto con nuestra familia espiritual, pareciera que todo se coloca en la perspectiva adecuada. Eso también terminará, debemos realizarlo, pero una carga se quita de sobre nuestros hombros. Las congregaciones que restringen u obstruyen la alabanza comunitaria lo hacen en su propio perjuicio.

Entonces, ¿cuál es el punto?

“Regocíjense en el Señor siempre.” Les dijo Pablo a los Filipenses. “Otra vez digo: ¡Regocíjense!” (Filipenses 4:4). Luego dijo, “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto piensen. Lo que aprendieron y recibieron y oyeron y vieron en mí, esto hagan; y el Dios de paz estará con ustedes” (Filipenses 4:8-9). Para poder sentir la Paz de Dios, debemos alabar al Dios de Paz.