Cántenle al SEÑOR cántico nuevo; su alabanza sea en la congregación de los santos. Alégrese Israel en su Hacedor; los hijos de Sion se gocen en su Rey. Alaben su nombre con danza; con pandero y arpa a él canten. Porque el SEÑOR tiene contentamiento en su pueblo; hermoseará a los humildes con la salvación.
Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas. Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos, Para ejecutar venganza entre las naciones, y castigo entre los pueblos; Para aprisionar a sus reyes con grillos, y a sus nobles con cadenas de hierro; Para ejecutar en ellos el juicio decretado; gloria será esto para todos sus santos. Aleluya.
“Aleluya” es una palabra hebrea que no se ha traducido directamente al español, y significa “Alabar al Señor”. Este significado en español es el que se utiliza aquí y es el tema central de los últimos salmos. Pero la palabra “Aleluya” solamente aparece cuatro veces en el Nuevo Testamento, y todas en el capítulo 19 del Libro de Apocalipsis cuando Babilonia queda en ruinas, y humeando, y los ejércitos celestiales están listos para invadir y recapturar el Planeta Tierra.
El mismo Señor guiará a estos ejércitos celestiales y con una espada de doble filo destruirá a las naciones (Apocalipsis 19:15). El hecho de que Juan muestra esta espada como saliendo de Su boca nos indica que eso es simbólico de Su Palabra. Este simbolismo se origina en Hebreos 4:12 en donde se describe Su Palabra como más cortante que una espada de doble filo la cual expone los pensamientos y las actitudes del corazón de las personas. En la batalla final, las personas morirán por los pensamientos y actitudes de sus corazones. Su Palabra las matará.
El Señor no se molestará tratando de que estas personas se rindan para luego intentar rehabilitarlas. Él sabe que con suficiente poder uno puede hacer que las personas hagan cualquier cosa. Pero ni aun Dios podría hacer que las personas crean en algo que han rehusado creer.
Ese ha sido siempre el problema con cualquier sistema de salvación que depende del comportamiento. En su libro “La Búsqueda Del Significado Por El Hombre”, el siquiatra vienés Víctor Frankl demostró lo que quiero decir con eso. Durante su época en los campos de concentración nazis, él observó cómo él y sus compañeros de prisión eran sistemáticamente privados de sus libertades y dignidades, excepto una de ellas. Mientras sus captores podían demandar y obtener obediencia completa en cualquiera de sus acciones, ellos no podían controlar los pensamientos y las actitudes del corazón de sus prisioneros.
Y de la misma manera es con la religión. “Porque este pueblo”, dijo el Señor de Sus escogidos, “se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Isaías 29:13). Con uno de los sistemas religiosos más detallados jamás diseñado, y con el poder que el Señor con frecuencia demostraba, Él podía y recibía una obediencia externa a Su Ley, pero Él no podía evitar que ellos siguieran pecando en sus mentes. Aun cuando sus acciones eran sin falta, sus corazones eran malos (Jeremías 17:9).
Por supuesto, el Señor sabía todo esto desde el principio. Pero Él también sabía que era necesario que supiéramos lo inútil que es creer que podemos ganar nuestra salvación. (Esa es la gran lección del Antiguo Testamento.) Luego Él nos dio el regalo más grande de amor jamás dado. Sabiendo que no podemos dejar de pecar, Él pagó por adelantado todos los castigos que estamos acumulando por nuestros pecados al morir en lugar nuestro. Y eso balanceó nuestros corazones. Es Su benignidad la que nos guía al arrepentimiento después de todo (Romanos 2:4). Y ahora tratamos de comportarnos para complacer al Señor sabiendo que nunca podremos tener éxito, pero sabiendo también que a Él le agrada cuando lo intentamos y nos bendice por hacerlo. Y cuando fracasamos, Su gracia es suficiente, y entonces hay paz entre nosotros. Alabado sea el Señor.