Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; Quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás.
No mucho tiempo después que me convertí al cristianismo en lugar de simplemente asistir a la iglesia como lo había hecho casi toda mi vida, visité a mi madre. Ella vivía en el Estado de Florida en ese momento, disfrutando de los últimos años de su vida. Durante nuestra última conversación antes de tener que partir, le pregunté si estaba segura de irse al cielo cuando muriera.
“Bien, he tratado de vivir una vida buena”, me respondió, “asisto a la iglesia tantas veces como puedo”. Claro, ella estaba tristemente equivocada sobre lo que la calificaba, pero era una respuesta típica de una persona que había pasado toda su vida asistiendo a una iglesia protestante principal.
A pesar de que le costaba oír, traté de explicarle que la salvación no era motivada por el comportamiento, sino que era motivada por una decisión. Usted no puede ganarse su ingreso al cielo, solamente puede tomar la decisión de permitirle a Aquel que puede, hacerlo por usted.
En este Salmo 15, David explica los requisitos, en el caso de que usted esté tratando de establecer los suyos propios. Pero primero un vistazo rápido: El caminar que usted sigue debe de ser sin mancha y todas sus actuaciones deben de ser justas. Luego David añade algunos ejemplos, pero esa lista de ninguna manera es la única.
Luego, el Señor Jesús llenó algunos otros espacios en blanco. Si lo único que usted hace alguna vez es desobedecer solamente uno de los mandamientos de Dios, y además, solamente lo hace en su mente, usted ha fracasado. Y en su carta, el hermano terrenal del Señor, Santiago, agregó: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).
Así que ¿cuál es la solución? ¿Cómo podemos lograr la justicia que Dios requiere para que moremos en Su Santo Monte? Romanos 4:3-4 dice que “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra (trabaja), no se le cuenta el salario como gracia (regalo), sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”.
Somos hechos justos y somos justificados por nuestra fe. La palabra griega para justificar literalmente quiere decir “considerados como inocentes”. No es que lo seamos, aclaro. Solamente somos vistos de esa manera.
¿Pero no hay ninguna clase de obras que Él requiere de nosotros? Cuando le preguntaron, “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” Respondió Jesús, “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:28-29). Resulta que el tener fe es lo único que podemos hacer que no se considera como obra.
Sinceramente no les puedo afirmar si mi mamá lo captó. Es difícil cambiar los pensamientos de toda una vida con una sola conversación; poco tiempo después de eso ella perdió su memoria y su conexión con la realidad, así que esa fue la última conversación inteligente que sostuvimos. Pero por el resto de su vida oré para que lo hiciera. Estaré seguro de ello cuando llegue al cielo. Mientras tanto, yo confío en otra de las promesas de Dios.
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:10-11)