Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; Y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos; y nada hay que se esconda de su calor.
En Romanos 1:18-20, Pablo nos brida una simple prueba para demostrar que hay un Creador. Simplemente observe la creación. No pudo haber llegado a ser de alguna otra manera. Aun el más acérrimo seguidor de la teoría de la evolución está de acuerdo en que algo debió haber empezado el proceso. La llamada “gran explosión” (big bang) no fue suficiente. Tuvo que haber un acelerador externo, “pellizcando” las cosas en el preciso momento. Pero existe un esfuerzo frenético y desesperado para encontrar alguna causa natural que ayudó a que las cosas se alinearan por sí solas con tal de no aceptar que “[Dios] nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos”.
Pero David tenía algo aun más específico en mente en el Salmo 19. Observando los cielos lo convence a usted de que hay un Dios, pero eso no necesariamente lo lleva a Jesús. No lo lleva a menos que usted conozca los doce nombres de las constelaciones del zodíaco en hebreo. Es que David sabía que desde los primeros momentos de la creación, Dios había escrito Su Evangelio en las estrellas. Según la tradición hebrea, Adán, Set y Enoc fueron los que primeramente nombraron estas doce constelaciones solamente para ese propósito. Hoy día las conocemos por sus nombres babilónicos, una perversión que dio comienzo después del diluvio universal y ha permanecido hasta hoy como la astrología. Es posible que la Torre de Babel haya sido un observatorio dedicado al estudio de la astrología. Era una ofensa capital, en el Israel bíblico, consultar las estrellas, pero hoy día ningún periódico respetable deja de publicar una columna diaria dedicada a esta blasfemia del pasado (el horóscopo).
El Salmo 19 describe una de las manifestaciones más tempranas de la gracia de Dios y eso explica por qué Satanás se ha esforzado tanto en pervertirla. Para evitar que los antiguos perdieran la fe durante todos esos siglos que parecían no terminar, cuando el Redentor prometido no llegaba, y no teniendo la Biblia escrita con la que hemos sido bendecidos hoy día, Dios, literalmente, escribió el Evangelio en los cielos. De esta forma toda persona joven podía aprender el Plan de Redención cuando su padre terrenal le explicaba el nombre de cada una de las estrellas durante esas largas noches, en campo abierto, mientras cuidaban sus rebaños.
Es que a pesar de que el Redentor tardaría aun unos 4.000 años en llegar, ellos solamente tenían que creer que Él vendría a morir por sus pecados para salvarlos. (De la misma manera que nosotros creemos que Él vino para morir por los nuestros.) Y así, pronto “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). Esta vez, Jesús utilizará el milagro de las telecomunicaciones por satélite. Pero, de cualquier manera, está escrito en las estrellas.