Salmo 19:7-14

La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.

¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.

Sin lugar a dudas, la Ley del Señor es perfecta. Es la clave para una vida larga y dichosa, y aun aquellos que no creen en su origen sobrenatural, son bendecidos al obedecer sus principios. Si solamente pudiéramos guardar lo suficiente la ley de Dios para ganar nuestro lugar en la familia de Dios. Pero el problema es que nuestra naturaleza pecaminosa es tan penetrante que algunas veces no nos damos cuenta cuando la estamos infringiendo.

“¿Quién podrá entender sus propios errores?”, pregunta David. ¿Quién es lo suficientemente honesto, lo suficientemente objetivo, lo suficientemente observador para notar su propio pecado? Nadie lo es. Por eso es que David le pide al Señor que perdone sus errores ocultos, esos pecados que aun él mismo no estaba consciente de haber cometido. ¿Y quién tiene la fortaleza de carácter, la paciencia, la presencia mental para guardarse de cometer un pecado voluntario? De nuevo, nadie las tiene. Por eso es que David le pidió ayuda al Señor para que lo previniera de pecar voluntariamente.

Así que si el Señor perdona aquellos pecados de los que no estamos conscientes, y nos previene para no pecar conscientemente, entonces somos inocentes de toda trasgresión. Suena como que si el Señor tiene la mayor parte de la tarea.

Pero Él quería aun algo mejor para nosotros. Sabiendo que no podemos mantenernos libres de pecado sin importar cuanta ayuda obtenemos, Él dio Su vida por nosotros, por adelantado, para así poder tener la seguridad del perdón. Jesús hizo eso sin ninguna condición ni titubeo. Solamente lo tenemos que pedir y lo recibiremos. En cualquier momento, en todo tiempo, y siempre. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Así que trate de guardar la Ley lo mejor que pueda; nunca fue revocada. No porque usted necesita ganar su entrada a Él, sino porque en guardarlos hay gran galardón. Y siempre recuerde esto. En esas ocasiones cuando parece que usted no puede hacerlo correctamente, Él lo está protegiendo. “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:13-14). En mi Biblia, subrayé la palabra “todos”.