A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, no se alegren de mí mis enemigos. Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; serán avergonzados los que se rebelan sin causa.
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día. Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades y de tus misericordias, que son perpetuas. De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad, oh Jehová.
Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera. Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad, para los que guardan su pacto y sus testimonios. Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande.
¿Quién es el hombre que teme a Jehová? El le enseñará el camino que ha de escoger. Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra. La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto.
Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red. Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado, y con odio violento me aborrecen. Guarda mi alma, y líbrame; no sea yo avergonzado, porque en ti confié. Integridad y rectitud me guarden, porque en ti he esperado. Redime, oh Dios, a Israel de todas sus angustias.
Con el Señor nunca hay un ayer. Sus misericordias son nuevas cada día (Lamentaciones 3:22-23). No importa cuánto hemos arruinado las cosas en el pasado, cada día tenemos un nuevo comienzo. Cada vez que confesamos nuestros pecados, la pizarra es borrada y todas las cosas se hacen nuevas. Eso es una buena oportunidad para hacer una confesión todas las mañanas.
En algunos debates con miembros de ciertos grupos noticiosos cristianos se ha demostrado cómo algunas personas aplican esas reglas solamente para ellas mismas. Exigen que Dios les de a ellas misericordia pero insisten en que la justicia sea para los demás.
Esto nos recuerda la parábola del fariseo y el publicano cobrador de impuestos de Lucas 18:9-14. Los dos hombres entraron en el templo para orar, el fariseo lleno de auto justificación, empezó a agradecerle a Dios por no ser como los demás y ciertamente no como ese publicano cobrador de impuestos que estaba cerca de él. Luego, él le recordó a Dios todas las buenas obras que había hecho.
El cobrador de impuestos, por el contrario, clamó por misericordia, pidiendo perdón por sus pecados. Jesús le indica a su audiencia que fue el cobrador de impuestos, no el fariseo, quien volvió a su casa justificado (considerado como si fuera inocente) ese día.
Las personas que discuten conmigo por correo electrónico, sacan un montón de versículos para racionalizar la expulsión de los pecadores de la iglesia. Cuando se les pregunta si ellos quedarían cuando terminasen las excomuniones, inmediatamente sacan unos versículos sobre el perdón y se los aplican a ellos mismos, por supuesto. Resulta que lo que están haciendo es despotricando contra cierta clase de pecadores que no son como ellos. Y ya han decidido que todo aquel que no está de acuerdo con ellos, no puede ser perdonado.
Pero la verdad es que todo pecado lleva a la muerte, no existen grados de atrocidad. Así es, estamos llamados a la obediencia y cada creyente maduro lo entiende así. Además, hay grandes bendiciones por guardar los mandamientos. Pero el día en que seamos perfeccionados es el día en que dejaremos de pecar, y no antes. (Gracias al Señor que Él nos ve de esa manera, en vez de la manera que somos realmente.) Los homosexuales, los borrachos, los adúlteros, los ladrones o los chismosos y todas las demás personas que doblen sus rodillas ante la cruz y reciben la salvación, para luego regresar sobre sus pasos por un tiempo, podrán volver a ser justificados cada vez que se lo piden sinceramente al Señor, igual que usted y yo (1 Juan 1:9), y esa persona no es peor pecadora de lo que somos nosotros. Se nos dice que le brindemos el mismo perdón y que lo miremos con lástima y compasión, diciendo, “Así es, pero por la gracia de Dios yo sigo”.