Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado; he confiado asimismo en Jehová sin titubear. Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. Porque tu misericordia está delante de mis ojos, y ando en tu verdad.
No me he sentado con hombres hipócritas, ni entré con los que andan simuladamente. Aborrecí la reunión de los malignos, y con los impíos nunca me senté. Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová, Para exclamar con voz de acción de gracias, y para contar todas tus maravillas. Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria.
No arrebates con los pecadores mi alma, ni mi vida con hombres sanguinarios, En cuyas manos está el mal, y su diestra está llena de sobornos. Mas yo andaré en mi integridad; redímeme, y ten misericordia de mí. Mi pie ha estado en rectitud; en las congregaciones bendeciré a Jehová.
¿Le gustaría a usted declarar lo anterior para usted mismo? Lo curioso es que en ese entonces yo creo que habían personas que honestamente se describían así mismos de esa forma. Hoy día no estoy seguro de cuántos podrían hacerlo al tomar en cuenta la invasión que las “noticias” y los medios de entretenimiento hacen en nuestras vidas. Eso sin mencionar la tensión que impone el ritmo de vida, el aumento en general de la rudeza en la población y del secularismo tan penetrante de nuestra sociedad.
Podríamos apostar que aquellos creyentes que correctamente se ven a sí mismos como lo mejor de nosotros en nuestros tiempos les costaría mucho competir con el israelita promedio en tiempos de David, en cuanto al comportamiento inmaculado se refiere. Hace 3.000 años había mucho menos distracciones y era mucho más fácil apartarse de las pocas que había. Claro, no importa lo buenas que esas personas eran, eso no era suficiente para cumplir con las normas de Dios.
Gracias a Dios por lo que ha hecho por nosotros al corregir nuestras deficiencias. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:17-19).
Me imagino un posible escenario como este. Cuando nos acerquemos al Trono de Dios, nuestro Señor Jesús se pone de pie entre nosotros y nuestro Padre. Cuando Dios vuelve Su mirada hacia nosotros, Él nos ve a través de la imagen de Su Hijo, y mira solamente aquella porción de nosotros que la conforma, la parte perfecta. “Porque a los que antes conoció [Dios], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Como lo expresó un comentarista, “Él nos mira a través del color del lente de Jesús”.
Mientras que David solamente tenía su pasado para ser elogiado, nosotros tenemos nuestro futuro también. Nunca debemos temer el perder nuestra posición con Él. La obra de la cruz fue completa y suficiente. Cuando resbalamos y confesamos nuestro pecado, somos perdonados (1 Juan 1:9) y volvemos a ser purificados de toda injusticia.
De tal manera que uno puede reclamar el tener una vida inmaculada, como David. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Que tenga usted un día perfecto…