A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro. Oye la voz de mis ruegos cuando clamo a ti, cuando alzo mis manos hacia tu santo templo.
No me arrebates juntamente con los malos, y con los que hacen iniquidad, los cuales hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está en su corazón. Dales conforme a su obra, y conforme a la perversidad de sus hechos; dales su merecido conforme a la obra de sus manos. Por cuanto no atendieron a los hechos de Jehová, ni a la obra de sus manos, el los derribará, y no los edificará.
Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos. Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré. Jehová es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido. Salva a tu pueblo, y bendice a tu heredad; y pastoréales y susténtales para siempre.
Un amigo conducía a toda prisa desde su casa en las montañas hacia Los Ángeles. Para él ya era una mañana agitada y ahora estaba atrasado para una importante cita. Doblando en una curva del camino vio a un oficial de tránsito pero no tuvo tiempo de bajar la velocidad antes de ser detenido a la orilla del camino. Frustrado y disgustado consigo mismo, echó a perder la única oportunidad que tuvo para que no le dieran una multa por alta velocidad. Finalmente, con todo y el disgusto que se traía encima, le preguntó al oficial de tránsito si había nacido de nuevo.
“No”, respondió el oficial, al entregarle la citación, “¿por qué me lo pregunta?”
“Bien”, le contestó todo enojado, mirando la citación, “eso quiere decir que usted está en peores problemas que yo”.
No importa cuán graves sean las cosas, siempre tenemos a nuestra disposición una increíble cubierta de plata. Al final del peor día que hayamos tenido, podemos decir con toda seguridad que Dios aun nos ama y que utilizará los eventos de un día tan miserable para formular las bendiciones futuras para nosotros, y un día, pronto, seremos arrebatados hacia la felicidad eterna. Siempre es bueno mantener las cosas en perspectiva.
Un incrédulo no puede afirmar eso. Aun con la realidad de su destino eterno oculto a sus ojos (si en verdad entendiera lo que le espera, estaría sobre sus rodillas, palpitando fuertemente), él no tiene la seguridad de que las cosas mejorarán alguna vez.
Solamente por esta razón, los cristianos deberían de ser las personas más positivas, entusiastas y emocionadas sobre la faz de la tierra. Jesús dijo, “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Al investigar la palabra “manso” me encontré con paráfrasis preferida de este pasaje: “Bienaventurados los que han recibido todo, porque no tendrán que sudársela en nada”.
Pablo fue golpeado, apedreado, naufragó, fue falsamente acusado, injustamente apresado, y eventualmente decapitado por su fe. Y a pesar de eso, él podía decir, “tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Y los primeros cristianos, mientras eran despedazados por animales salvajes, o eran quemados y torturados de maneras inimaginables, se gozaban por haber sido escogidos para sufrir en nombre del Señor.
Muchos de nosotros no seremos llamados para soportar ese tipo de pruebas. Pero la próxima vez que usted esté llevando el peso del mundo sobre sus hombros, considere esta otra afirmación de Pablo. “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:17-18). Sea lo que fuera que le suceda a usted ahora, es temporal, pero las promesas que se le han dado son eternas. Vuelva sus ojos a Jesús, mírelo fijamente al rostro, y entonces, las cosas de esta tierra se opacarán extrañamente ante la luz de Su gloria y Su gracia. Que tenga un día lleno de bendiciones.