Te glorificaré, oh Jehová, porque me has exaltado, y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí. Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste. Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; me diste vida, para que no descendiese a la sepultura.
Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.
En mi prosperidad dije yo: no seré jamás conmovido, Porque tú, Jehová, con tu favor me afirmaste como monte fuerte. Escondiste tu rostro, fui turbado. A ti, oh Jehová, clamaré, y al Señor suplicaré. ¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad? Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador.
Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre.
La tradición sostiene que David escribió este Salmo para la dedicación del Templo, y de hecho, hoy en día aun se entona en la fiesta de Hanukkah, conmemorando la re-dedicación del Templo luego de haber sido purificado de la profanación de que fue objeto por Antíoco Epífanes en el año 168 a.C. Los comentaristas creen que David le hablaba a Israel y también hablaba por Israel, y que el uso de la primera persona simboliza que Israel le está clamando a Dios.
Si eso es así, este Salmo es particularmente importante cuando se le ve en contexto con la revuelta de los Macabeos. Israel estaba prácticamente muerto, y la idolatría siria había penetrado tanto que una estatua de Zeus fue en realidad levantada en el lugar santo. ¡El Templo santo de Dios se había convertido en un centro de idolatría pagana! Pero el Señor escuchó el clamor del corazón de un hombre y lo multiplicó en una gran rebelión. El enemigo que los había vencido y los oprimía fue expulsado y el templo profanado fue purificado y re-dedicado. Dios cambió su lamento en baile, y su cilicio en alegría.
Lo que era externo, físico y nacional en el Antiguo Testamento, se vuelve interno, espiritual y personal en el Nuevo Testamento. “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, exclamó Pablo en 1 Corintios 6:19. Y hoy día, cuando el secularismo y el neo paganismo de nuestra sociedad ha comenzado a contaminar la santidad de nuestras vidas, nosotros también podemos clamar a Dios, “¿Qué provecho hay en mi muerte? Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador”. Y tal como hizo Dios con los israelitas, lo hará con nosotros. Nuestro enemigo será expulsado y nuestro profanado templo será purificado, porqueo “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarns de toda maldad” (1 Juan 1:9). Entonces, nuestro lamento será cambiado en baile, y nuestro cilicio en alegría. Nuestros corazones le cantarán a Él y daremos gracias para siempre.