Disputa, oh Jehová, con los que contra mí contienden; pelea contra los que me combaten. Echa mano al escudo y al pavés, y levántate en mi ayuda. Saca la lanza, cierra contra mis perseguidores; di a mi alma: Yo soy tu salvación.
Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal intentan. Sean como el tamo delante del viento, y el ángel de Jehová los acose. Sea su camino tenebroso y resbaladizo, y el ángel de Jehová los persiga. Porque sin causa escondieron para mí su red en un hoyo; sin causa cavaron hoyo para mi alma. Véngale el quebrantamiento sin que lo sepa, y la red que él escondió lo prenda; con quebrantamiento caiga en ella.
Entonces mi alma se alegrará en Jehová; se regocijará en su salvación. Todos mis huesos dirán: Jehová, ¿quién como tú, que libras al afligido del más fuerte que él, y al pobre y menesteroso del que le despoja?
Se levantan testigos malvados; de lo que no sé me preguntan; Me devuelven mal por bien, para afligir a mi alma. Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio; afligí con ayuno mi alma, y mi oración se volvía a mi seno. Como por mi compañero, como por mi hermano andaba; como el que trae luto por madre, enlutado me humillaba. Pero ellos se alegraron en mi adversidad, y se juntaron; se juntaron contra mí gentes despreciables, y yo no lo entendía; me despedazaban sin descanso; Como lisonjeros, escarnecedores y truhanes, crujieron contra mí sus dientes.
Señor, ¿hasta cuándo verás esto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones. Te confesaré en grande congregación; te alabaré entre numeroso pueblo. No se alegren de mí los que sin causa son mis enemigos, ni los que me aborrecen sin causa guiñen el ojo. Porque no hablan paz; y contra los mansos de la tierra piensan palabras engañosas. Ensancharon contra mí su boca; dijeron: ¡Ea, ea, nuestros ojos lo han visto!
Tú lo has visto, oh Jehová; no calles; Señor, no te alejes de mí. Muévete y despierta para hacerme justicia, Dios mío y Señor mío, para defender mi causa. Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío, y no se alegren de mí. No digan en su corazón: ¡Ea, alma nuestra! No digan: ¡Le hemos devorado!
Sean avergonzados y confundidos a una los que de mi mal se alegran; vístanse de vergüenza y de confusión los que se engrandecen contra mí. Canten y alégrense los que están a favor de mi justa causa, y digan siempre: Sea exaltado Jehová, que ama la paz de su siervo. Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día.
Disputa, oh Jehová, con los que contra mí contienden; pelea contra los que me combaten. Echa mano al escudo y al pavés, y levántate en mi ayuda. Saca la lanza, cierra contra mis perseguidores; di a mi alma: Yo soy tu salvación.
Una señora estaba pasando por un día terrible. Parecía que todo le salía mal desde el momento en que se levantó y que se encontraba en ese estado de desánimo que la abrumaba de vez en cuando. Aun en las cosas que típicamente hacía bien, le estaba yendo mal. Cada vez que le pasaba algo se decía a sí misma, “¿Qué te sucede hoy?”, “¿Es que ya no puedes hacer nada bien?”
Sus compañeros de trabajo empezaron a escuchar lo que ella se decía sí misma y uno le preguntó que “¿Por qué opinas tan mal de ti misma?” “Si alguno de nosotros te hablara así, tendrías un ataque”.
Hay muchas cosas en el Antiguo Testamento que son externas y físicas, y que en el Nuevo Testamento se convierten en internas y espirituales. Los enemigos de David obviamente eran externos y físicos, lo atacaban con armas reales y materiales, pisoteaban su nombre, dieron falso testimonio en su contra y pensaron en todo lo que podían hacer para derrotarlo.
Gracias a Dios, nosotros ahora no experimentamos ese tipo de ataques. Nuestro enemigo es interno y espiritual. Las armas son palabras lanzadas a nosotros en el campo de batalla de los auto valores. ¿Y quién es nuestro principal antagonista? ¡Nosotros mismos! Sin pensarlo, le permitimos al enemigo invadir nuestras mentes utilizando nuestros propios pensamientos, palabras y opiniones como armas para atacarnos. Si tomáramos el tiempo para apuntar todos los pensamientos negativos que hemos externado en uno de esos malos momentos, ¡estaríamos aterrorizados! Hable de mentiras y de difamaciones. Es bueno que nadie nos escuche, ¿verdad? Falso. Nuestro subconsciente escucha cada pensamiento y al no poder distinguir el hecho de la ficción, utiliza todo ello para lacerar nuestra opinión de nosotros mismos. Es la misión de nuestro enemigo jurado el derrotarnos y él utilizará toda arma disponible para lograrlo. Una de sus armas más efectivas es nuestra mente.
Muchas personas no le dan importancia a lo que dicen sobre sí mismas en la intimidad de su mente. Y aun si lo hicieran, no se dan cuenta del daño que se están causando. Nunca le hablaríamos a nuestros hijos de la manera como nos hablamos a nosotros mismos porque sabemos los efectos adversos que eso tendría en ellos. Y a pesar de eso, nosotros no nos tratamos con la misma cortesía.
Usando pensamientos que el enemigo pone en nuestra mente, nos convencemos de que no podemos hacer algo, solamente porque nunca lo hemos intentado. Nos decimos que algo no va a funcionar simplemente porque estamos frustrados y confundidos. Nos negamos el talento, la habilidad y el potencial que tenemos aun en aquellas cosas que hemos hecho exitosamente en el pasado. Todo el tiempo nuestro subconsciente está escuchando y ajustando hacia abajo nuestro auto estima que es uno de los más grandes ejemplos de la capacidad creativa de Dios.
Con un potencial que está más allá de cualquier cuantificación científica, nos convencemos a nosotros mismos de aceptar normas mínimas o inferiores, parloteando las palabras de nuestro enemigo jurado mientras ignoramos las promesas de nuestro querido Creador. David le pidió al Señor que peleara contra sus enemigos y los derrotara y que lo vindicara en el proceso. La próxima vez que usted se de cuenta que está degradándose a sí mismo, reconozca en dónde se originaron esos pensamientos y pídale a Dios que haga lo mismo por usted.